No
tendría que ser yo la mujer que escribe este artículo, hoy, 8 de marzo. No soy
envasadora, tengo un empleo digno no relacionado con el campo, vivo sola y sin
hijos. Afortunadamente no padezco explotación, dobles y triples jornadas,
humillación, cansancio y enfermedades laborales, sin embargo algo sé porque me
lo cuentan muchas de las envasadoras que conozco. Nací y vivo en El Ejido
(Almería). Por eso el mundo de la agricultura y el manipulado me es familiar
aunque mi vida laboral tenga poco que ver con ello. Porque soy y me siento de
esta tierra me duele en lo más hondo que parte de su prosperidad se deba a la
explotación de miles de mujeres trabajadoras del manipulado. Esa injusticia me
ha llevado a escribir sobre esta realidad hoy, 8 de marzo, día internacional de
la mujer trabajadora.
Pido perdón a mis familiares y amigas si no expreso adecuadamente su problemática. Como he dicho, tendría que ser alguna de ellas la que escribiese este artículo porque tienen voz y saben usarla. Lo demostraron el pasado diciembre, en la huelga que los sindicatos de clase convocaron y que dio lugar a la paralización de la maquinaria agroalimentaria de Almería. Consiguieron ir a la huelga a pesar de las presiones y amenazas de las empresas, que llegaron a límites incalificables. Demandaban condiciones dignas y un convenio que acabe con la insoportable contratación eventual, que soportan el 96% de las trabajadoras. Se calcula que en Almería hay unas 25.000 trabajadoras del manipulado hortofrutícola.
No tienen un salario digno ya que cobran 6,44, euros brutos la hora. Las horas de más no se consideran horas extras ni se eligen. El 70% de las trabajadoras son eventuales y el otro 30 fijas discontinuas
Ellas no tienen un salario digno ya que cobran 6,44, euros brutos la hora. Las horas de más no se consideran horas extras ni se eligen. El 70% de las trabajadoras son eventuales y el otro 30 fijas discontinuas. Sus horarios de trabajo son extenuantes y no es extraño que se produzcan desmayos pues permanecen muchas horas de pie sin moverse, solo manipulando el género. En los almacenes hortofrutícolas hace mucho frío en invierno. Casi todas acaban padeciendo varices y síndrome de túnel carpiano además de problemas óseos, mayoritariamente cervicales y de espalda. No hay más que acudir a los datos del Hospital de Poniente. Son tratadas con desprecio por sus superiores y si se quejan les espera el despido. Las indecentes condiciones laborales no parece que tengan visos de cambiar. Tampoco en el hogar, donde al llegar les esperan los platos sin fregar, el canasto de la colada o la comida del día siguiente. Sacan horas de donde no las hay para poder conciliar vida laboral y familiar. La mayoría de ellas no tiene ayuda. Apenas pueden tener aficiones. El poco tiempo que les que queda es para cuidar a la prole.
Todo esto ocurre porque no tienen ningún reconocimiento a pesar de lo mucho que aportan a la economía almeriense. Mueven diariamente 12.000 toneladas de frutas y hortalizas por un valor de 16,5 millones de euros. Si ellas parasen, la agricultura simplemente se desplomaría. Sin embargo ellas no tienen carteles de entidades bancarias que les digan que son unas heroínas, ni instituciones que las aplaudan por hacer su trabajo, como tampoco tienen a nadie que diga algo tan simple y sensato como que tienen que ser vacunadas contra la COVID ya. Y sí, antes que los agricultores puesto que ellas trabajan apiñadas. La omertà que pesa sobre sus condiciones laborales y vitales es una losa muy difícil de levantar. Como también lo es organizarse y denunciar su situación porque no tienen, literalmente, tiempo por eso yo, con poco atino y buena intención, les he prestado una parte del mío para decir en su nombre, si me lo permiten, que esta tierra tiene una deuda pendiente con ellas y es hora de pagarla.
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