Dice Antonio Pérez, con una dicción primorosa a pesar de sus 86 años, que le gusta su pueblo más que el jamón serrano. Es un anciano capitán retirado de la Guardia Civil que recuerda que, a pesar del amor que tenía por la tierra donde nació, se marchó a recorrer España de cuartel en cuartel. Era 1958, tenía 23 años y las minas de jaboncillo de Somontín, donde trabajó tres años, languidecían y su padre, emigrante que hizo las américas en la época del crack del 29, le dijo: “Hijo, ábrete a otros mundos, no quiero seguir viéndote arrastrado por la tierra”. Y optó por hacerse hijo del Cuerpo.
Las minas dieron trabajo a cientos de somontineros desde 1924 que se pusieron en marcha y llegaron a producir 8.000 toneladas, casi la mitad de la producción nacional. Pero el precio del talco empezó a bajar en los mercados y la empresa ya apenas podía costear los jornales.
Eso hizo que el coto principiara a abandonarse y algunos trabajadores del pueblo empezaron a emigrar a Cataluña y a Andorra. Pero otros se acordaron de aquellos hermanos Acosta que habían hecho carrera en la Benemérita y pensaron que a lo mejor podían seguir su ejemplo. Eran Pedro y Modesto Acosta, capitán y brigada de la Guardia Civil, que abrieron el melón para que decenas de hijos de Somontín fueran llenando cuarteles por toda España.
Antes de ellos, había habido un Gervasio Cañabate en la Guardia Civil y también un Antonio Prados Navarro, terror de los bandoleros, que anduvo por Tíjola y Cantoria y que después fue también alcalde del municipio.
Con los años, esos primeros ingresos de somontineros en el Cuerpo creado por el Duque de Ahumada se fueron generalizando, convirtiéndose en una obsesión -la de hacerse Guardia Civil- para decenas de hijos del pueblo.
Antonio Azor Oliver, un nativo y estudioso de este fenómeno único en España, asegura que en 1985 tenía anotados 106 guardias de Somontín, en activo y jubilados, en una pueblo de poco más de 500 habitantes, la mayor proporción de tricornios de toda la península.
Casi todas las familias de la villa tenían algún vínculo directa o indirectamente con el color verde oliva, lo que le hacía ser considerado como el pueblo más seguro de España. Sobre todo en Nochebuena, cuando volvían al municipio más de un centenar de civiles diseminados por el país y se concentraban en esa pequeña población bajo esa sierra de Los Filabres que tanto habían horadado antes con la piqueta, antes de gastar corbatín, en busca de blancos terrones de talco como si fuera el mismísimo oro de California.
Hay ejemplos a puñados, de hermanas casadas con sendos guardias civiles, de abuelos, hijos y nietos que han vestido el uniforme. Un Manuel Oliver con dos hermanos agentes también de la Benemérita; otro Oliver, Francisco, ingresó en el año 66, sin tener ningún antecedente en la familia, dedicando tres décadas de su vida al Instituto Armado y con un hijo que siguió su estela y con dos yernos también guardias civiles. Y con nietos que se han criado jugueteando con el tricornio del abuelo.
Antonio Pérez, el primer protagonista de esta historia, no cree que haya una predisposición genética en Somontín a dar ‘todo por la patria’. “Más bien pienso que es una casualidad histórica, de hecho en Somontín no ha habido nunca cuartel”.
Este civil retirado atravesó España de comandancia en comandancia, desde Pamplona a Murcia, desde Gerona a Mazarrón. Y pasó también por el cuartel de la playa del Cantal de Mojácar, por el Puerto de Garrucha y estuvo presente cuando las bombas de Palomares, a las órdenes del Capitán Calín.
La historia de la Guardia Civil en Almería se ciñe a sus inicios: en 1845, un año después del decreto de Fundación, ya realizaban servicios algunos números destinados a la provincia, integrados en el VII Tercio de la Cuarta Compañía.
El semanario El Caridemo informaba en 1848 de que dos agentes dieron escolta a la comitiva que recibió en el Puerto al nuevo obispo Anacleto Meoro.
En esos años iniciáticos estuvieron dedicados a controlar el bandolerismo heredado de la Guerra de la Independencia y a partidas de forajidos por la sierra como la Banda de Fondón, la del Sangre Viva o la del Peperre. Tiempos en los que los contrabandistas con una recua de mulas cargada de trigo, cebada o judías tenían ante sí el doble peligro de ser atajados por los bandoleros de la serranía que les asaltaban con la escopeta cargada o descubiertos por una pareja de civiles que les echaban el alto y les requisaban la mercancía de estraperlo.
También fueron protagonistas en la colaboración para las pesquisas de casos mediáticos como el del Sacamantecas de Gádor, el asesinato de Venta Ramírez o el Crimen de Níjar.
Hasta principios del siglo XX, Almería no contó con comandancia propia, con una veintena de agentes instalados en la Plaza de San Pedro y posteriormente en la Puerta Purchena, calle Reyes Católicos, hasta su ubicación actual, desde 1968, en la Plaza de la Estación.
Pero en todo este tiempo, en estos 177 años de historia de la Guardia Civil y Almería, en ninguna otra demarcación ha tenido una presencia tan directa, tan latente, como en ese pueblo de antiguos mineros y arrieros que se convirtió en los años 80 en la mayor fábrica de guardias civiles de España, con una quinta parte de su población ligada a este servicio. Eso propició que el ayuntamiento en los años 80 adquiriera con donativos del pueblo una imagen de la Virgen del Pilar, patrona del benemérito cuerpo y hacer una fiesta en su honor.
Posteriormente en 2009, se hizo realidad la inauguración oficial de una ermita que alberga esa imagen en el barrio conocido desde entonces como el de La Hispanidad, junto al paraje de La Cigarra.
También hay un monumento reciente en el pueblo en homenaje a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, en la zona de expansión del municipio, con cuatro escudos: el de la Guardia Civil, el de la Policía Nacional, el del Ejército y el de la propia villa somontinera.
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