Estos días, los grupos
de whatsapps de los sacerdotes de Almería -uno por arciprestazgo-
echan humo. Ahí, en esa nube cibernética, se mezclan todos, desde curillas
rasos de parroquias lejanas hasta vicarios con mando en plaza y canónigos de la
Catedral. Unos saben más que otros, en esa coctelera de mensajería de sotanas y alzacuellos, unos se
posicionan a favor de don Adolfo, no en vano el prelado salmantino ha ordenado
en los últimos veinte años a 50 de los 70 presbíteros que componen el actual
clero diocesano; otros, sin embargo, no se mojan, aguardan el devenir de los
acontecimientos, que se han acelerado desde que el pasado martes se conociera
el Decreto del Papa destituyendo a don
Adolfo de todas su funciones diocesanas para entregárselas de forma
plenipotenciaria al cántabro don
Antonio Gómez Cantero, hasta entonces obispo coadjutor.
Pero todos se hacen la misma
pregunta: qué está pasando en la Iglesia, qué está pasando en la Iglesia de
Almería. Y no solo los religiosos, también se lo pregunta toda la ciudad y toda
la provincia, al margen de creencias y credos. Por qué ahora el obispo de
Almería es de pronto tan malo, después de veinte años al frente de la
feligresía urcitana. Por qué
humillarlo de esta forma, alejándolo de todas sus funciones, con el
único permiso para decir Misa, ahora que solo le restan seis meses para su
jubileo como obispo emérito.
El primer acto de gobierno pleno
del nuevo obispo Gómez Cantero, ha sido citar hoy en el Salón Juan Pablo II de la Casa Sacerdotal de
Almería a todos los sacerdotes de la Diócesis para explicarles qué
está por venir y por qué se han adoptado las últimas decisiones de la Santa
Sede. Es probable que se den algunos pasos para ir cubriendo el nuevo gobierno
diocesano ahora en situación vacante tras el Decreto del Papa.
Para entender un poco -no del
todo- el enigma de los últimos días en el obispado de Almería, hay que retroceder seis años en el relato, en torno al año 2015: don Adolfo
González Montes, un prelado culto -cultísimo dicen- una eminencia en teología,
doctor por la la Pontificia de Salamanca y formado en universidades alemanas-
empezaba a ingresar en el invierno de su mandato. Siempre ha tenido sus
detractores en la Diócesis, entre los seglares, entre alguna parte de la
Almería católica: "Es muy
altivo, descuida la labor pastoral, no hace caso de los curas, es
caprichoso y amante del lujo, se ha gastado mucho dinero en arreglar su baño y
dormitorio particular en el Seminario, no pisa mucho la calle, siempre está
entre libros estudiando". Otros lo defienden: "No tiene un Audi de
ocho millones como dicen por ahí, ni ningún coche oficial, lo único que hizo
fue jubilar el Laguna que tenía y comprarse un Passat".
Acababa de cumplir, por tanto, 70
años don Adolfo y enfilaba la
recta final de su prelatura y, según este relato, tres miembros de
la curia empezaban a enseñar la patita para promoverse ante la sucesión.
Empezaron a llevarse mal con el obispo y enviaron una denuncia por faltas morales, no
delitos, a la Santa Sede acusando a una veintena de sacerdotes de Almería de
llevar una vida disoluta y de que al pastor se le había descarriado parte del
rebaño, que el obispo de Almería no tenía aptitudes de Gobierno. Roma archivó
el caso al considerar que la denuncia escondía algo de despecho contra el
propio don Adolfo y los acusadores dimitieron como vicarios.
Fue entonces cuando don Adolfo se
dejó aconsejar por su amigo Carlos
Amigo, arzobispo emérito de Sevilla, quien le instó a que pidiera un
obispo auxiliar a Roma para iniciar una transición mansa. Pero el Vaticano no
mandaba el obispo requerido desde Almería. Mientras tanto, seguían las aguas
turbulentas en la Diócesis que fundara San Indalecio y empezaron a brotar los
rumores sobre la situación de bancarrota del obispado.
Don Adolfo había impulsado,
durante los años de bonanza
económica de 2004, 2005, 2006 y antes aún, cuando fluía el dinero
en la ciudad -también en las donaciones y en el cepillo de las parroquias- una
renovación y arreglo del patrimonio y de los templos de la provincia, empezando
por el propio edificio del
Seminario, el Palacio
Episcopal, la propia Catedral con limpieza de fachadas y musealización, San
Luis, Santa Teresa, Montserrat, la Iglesia de Roquetas. Y casi todo al
mismo tiempo, tirando de créditos unificados con el Banco Popular, banco amigo,
próximo al Opus Dei, con préstamos ventajosos al 1% y periodos de amortización
de 35 años. Hasta ahí, se iban cuadrando los balances anuales, según los
boletines oficiales del obispado, aunque con algunas sospechas de gastos varios
por encima de presupuesto, que parte de la Curia atribuía al ecónomo.
La
bomba estalló cuando
el Santander de Botín -ya
no tan amigo- absorbió al Banco
Popular, donde estaba el señor Pomares y ya no había créditos
al 1%, sino al 2,8% de interés y ya no había amortizaciones a 35 años sino a 25
y además con la obligación de hipotecar bienes en garantía para una deuda
global de unos 20 millones de euros. "Se está pagando con dificultades,
pero se está pagando", asegura una fuente bien informada de la curia
diocesana, quien también recuerda que todos los gastos e inversiones en mejorar
las parroquias se hicieron con el visto bueno del Colegio de Consultores, formado por una docena de curas con
derecho a veto, incluidos dos parking situados bajo el Colegio Diocesano y
junto al Conservatorio con los que no se han obtenido los ingresos presupuestados.
Hace algunas fechas también, un
jesuita compañero de estudios del padre
Jorge Bergoglio, el padre Germán Arana, visitó Almería para hacer unos ejercicios de
espiritualidad y realizó, según algunos miembros de la Curia, una investigación
no autorizada por el obispo de las cuentas de la Diócesis, entrevistándose con
varios seglares y sacerdotes con el supuesto conocimiento del ecónomo Ramón Garrido.
El decreto del Papa Francisco
dice que retira la confianza a don Adolfo y se la otorga a don Antonio por "las circunstancias peculiares" de
la Diócesis, sin entrar en más detalles. ¿Cuáles son esas circunstancias
peculiares, de las que habla la secretaría de Estado de la Santa Sede, se
preguntan estos días con desasosiego los curas de Almería.
El pasado mes de enero llegó a
Almería aquel obispo auxiliar que requería el mitrado charro, pero revestido
del rango superior de coadjutor y con poderes para examinar y gestionar
las cuentas del obispado, a un año de la jubilación de don Adolfo, un pequeño pellizco de monja a su
vanidad como garante de la diócesis almeriense.
Don Antonio Gómez Cantero se
transformó automáticamente en vicario general y don Miguel Romera -hasta entonces
vicario- en provicario. Se mantuvo, sin embargo, Ramón Garrido como ecónomo. No
tardaron en surgir algunos restregones entre los dos prelados, a pesar de su
aparente cordialidad. Un punto de inflexión fue cuando el pasado mes de marzo
vino a Almería el Nuncio
Apostólico de España, el filipino Bernardino Cleopas, y el presidente de la conferencia episcopal y
cardenal Juan José Omella,
a los actos en honor a San José -Triduo e inauguración de un monumento-
organizados por la Asociación de
Fieles Providentia, con sede en la Casa de Espiritualidad de Aguadulce,
que comanda el hasta ahora ecónomo diocesano Ramón Garrido. Aseguran testigos
presenciales que el trato entre Omella y don Adolfo fue muy frío en esos días,
al igual que el del obispo titular y el coadjutor. Acusan a don Adolfo de no
haber invitado a su supuesta mano derecha a la celebración de la reciente
festividad de San Indalecio, el pasado 15 de mayo.
Don Adolfo y parte de su equipo,
aseguran, empezó hace unas semanas a perder de forma plena la confianza en su
ecónomo Ramón Garrido, al considerarlo muy próximo a don Antonio Gómez Cantero. Hasta que Garrido, supuestamente acorralado,
presentó su dimisión el pasado 10 de mayo, dando lugar a todo lo que ha
venido después, e informando el coadjutor a la Nunciatura de ello.
Dos días después, el 12 de mayo,
el Papa decretaba el cese en sus funciones del mitrado salmantino y la asunción
de todos los poderes en el cántabro proveniente de la Diócesis de Teruel, un
decreto que se hacía público el pasado martes. Desde entonces, don Adolfo
González Montes, el docto teólogo de Salamanca emparentado con la escuela de
Ratzinger -el heredero de la cátedra de
San Indalecio, de Villalán, de Portocarrero, de Orberá, de Ventaja, de Ródenas,
de Suquía, de Casares, de Gastón- solo podrá cantar Misa.
Y en la clave de bóveda de esta trifulca diocesana -inédita, nunca
antes vivida, al menos que se recuerde- late el papel de una Asociación
privada, cada vez con más poder dentro de la Iglesia de Almería, llamada Providentia.