Lo que ocurre en Madrid, por muchas razones que todos podemos
tener en la mente, termina generando un gran eco en el resto de España. Las elecciones autonómicas madrileñas del
próximo martes son un claro ejemplo de ello. Todo lo que ocurre o
se dice en ellas acaba llegando a todos los rincones, a muchas tertulias y
conversaciones.
En el proceso electoral que se
vive en estos días en la Comunidad de Madrid el odio se ha convertido en otro virus muy peligroso para nuestra
sociedad, utilizado por algunos para captar votantes o para sacar cabeza
ante las dudas que pueden tener sus simpatizantes entre votar a sus candidatos
o a los de otro partido, cuya aspirante a la Presidencia les atrae
políticamente tanto o más que sus propias siglas. Los lemas de la campaña, los mensajes, los
carteles que promueven un rechazo social a los ‘menas’, las cartas con amenazas
a políticos y las reacciones ante las mismas son expresiones de ese
sentimiento de odio puesto en circulación al servicio de un objetivo político.
Este primigenio sentimiento de hacerle daño a alguien o de ir contra alguien para conseguir lo que se quiere es tan antiguo como la necesidad de mostrar afecto, pero sus efectos terminan siendo devastadores no solo para quien los practica, sino por el daño que ocasiona a la convivencia social.
En política, y en la vida en
general, las emociones vinculadas al odio impiden el diálogo y la posibilidad
de entendernos para construir un proyecto común, provocando un grave deterioro
de la convivencia. El odio, como
leitmotiv del comportamiento, es muy contagioso y conduce a la irracionalidad.
Sinceramente, creo que nuestro país no se merece a representantes o dirigentes políticos que se muevan por odio o que se dediquen a sembrarlo, ni a personajes que montan escenarios de cartón piedra donde el egoísmo personal predomina siempre sobre el proyecto colectivo. De esa manera es imposible aspirar a que en sus decisiones prevalezca el interés general y a que lo que debe ser una vocación de servicio público nos conduzca a una sociedad que avance en derechos y equidad.
Esta es la política de tierra
quemada que practican algunos, en la que vale absolutamente todo y en la que no
hay reglas ni límites. Sin embargo, la política en la que creemos una gran
mayoría no puede ser nunca eso y mucho menos en estos tiempos en los que
vivimos, de crisis y de sufrimiento para muchas familias.
Es preciso recordar que cada vez que votamos, en cualquier proceso, está en nuestra mano ayudar a que el odio no sea alimento para nadie ni socave los cimientos de nuestra vida en democracia.
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