Muchos se sorprenderán al saber que cuatro bosques protegen El
Ejido porque los imaginamos con grandes árboles y ciervos corriendo entre sus
ramas mientras las curiosas ardillas levantan la cabeza a la par que una
mariposa revolotea. Las películas y dibujos animados tienen la culpa.
Por las condiciones climáticas no podemos tener esos bosques
bucólicos. Vivimos en una zona árida, donde las precipitaciones son escasas,
los vientos continuos, las temperaturas altas y tenemos muchas horas de sol al
año. Nuestras plantas tienen que adaptarse, buscar las estrategias para
sobrevivir, aprovechar al máximo los recursos de los que disponen. Si lo
piensas, no somos tan distintas a ellas.
El más reconocible en nuestro imaginario, aunque no sea ni una
sombra de lo que fue, es el de la Sierra de Gádor. Grandes encinares y monte
bajo cubrían nuestras montañas hasta que en el siglo XIX las arrasamos para alimentar los hornos de
fundición que enriquecieron a unos pocos y empobrecieron nuestros montes. En el
último siglo diversas reforestaciones han querido restaurar el paisaje, pero
hay daños que no se pueden reparar de la noche a la mañana. Ahora para muchos,
un bosque es una masa de pinos uniforme, donde no crece el sotobosque, donde la
palabra equilibrio pierde su sentido.
El segundo, los artales, ocupaban 26.000 ha. del Campo de Dalias.
Una gran extensión de imponentes arbustos que hemos perdido en manos de otra
gran industria, esta vez la de la agricultura intensiva, y de la que apenas
queda un 5%. Por crecer en forma de iglú, y no del clásico árbol que nos
enseñan a pintar en el colegio, y por sus largos pinchos, los consideramos
hostiles. Un grave error porque tienen más biodiversidad que esas masas de pinos
reforestadas por las que nos gusta hacer senderismo los domingos. Una de esas
joyas invisibles, denostadas y maltratadas al ojo inexperto al que no se le ha
enseñado a mirar. Es el último reducto
que queda en Europa y es nuestra responsabilidad protegerlo.
El tercero lo tenemos en Punta Entinas Sabinar, conformado por
lentiscos y sabinas. Gracias a este bosque las dunas móviles costeras se
fijaron y, además de estabilizar la costa, conformaron un ecosistema que nunca
ha dejado de evolucionar y tantos recursos nos ha dado a lo largo de la
historia. En Andalucía oriental, este bosque mediterráneo es de vital
importancia y muchos científicos vienen a estudiarlo.
El cuarto está sumergido. Son las extensas praderas de Posidonia
oceánica. Una planta, que no un alga, milenaria, exclusiva del Mediterráneo, de
la que se han encontrado fósiles de hace 150 millones de años, y que producen
tanta, o incluso más, biomasa y oxigeno que muchos bosques terrestres. Al igual
que el resto de bosques, protegen el suelo de la erosión, purifican el aire,
capturan dióxido de carbono, son hábitats y refugio de numerosas especies, y
son grandes bioindicadores de la calidad de las zonas donde viven.
Cuatro bosques de especies muy diferentes, que a lo largo de la
historia han provisto a los habitantes de la comarca de alimento, de materiales
de construcción, de recursos para desarrollar su economía. Cuatro bosques que
nos siguen ofreciendo una gran cantidad de servicios ecosistémicos esenciales
para la vida, algunos imposibles de cuantificar económicamente, como la
regulación de temperatura, la limpieza de nuestras aguas, la polinización o el
control de plagas.
Ecosistemas que tienen en común que están protegidos por ley, que
son grandes desconocidos, que hemos alterado ,casi hasta su destrucción, en
post de la economía y a los que consideramos más como un perjuicio que un
beneficio.
Ahora que se está poniendo en valor Murgi, algo que me alegra,
deberíamos aprovechar y poner en valor estos cuatro bosques por las que
pasearon, cazaron y se beneficiaron los romanos. Quizás sin estos bosques la
ciudad romana no hubiese sido lo que fue. Tenemos la manía de diferenciar el
patrimonio cultural del natural, y esperar las subvenciones específicas para
actuar. Debemos aprovechar la oportunidad que tantos años hemos esperado para
mostrarle a la ciudadanía que una sociedad, un pueblo, un imperio, depende de
su medio ambiente para prosperar, para sobrevivir. Su deterioro, sus
alteraciones, van en nuestra contra.
No es cuestión de un capricho de los grupos conservacionistas, de proteger cuatro matas y un puñado de bichos. Hemos dependido de la diversidad biológica para llegar a donde hemos llegado, y si seguimos perdiendo especies, desequilibrando ecosistemas, perderemos grandes oportunidades además de la cultura, las tradiciones y nuestro origen.
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