Los cuatro bosques de Murgi

Moisés S. Palmero Aranda
Educador ambiental y escritor 

Muchos se sorprenderán al saber que cuatro bosques protegen El Ejido porque los imaginamos con grandes árboles y ciervos corriendo entre sus ramas mientras las curiosas ardillas levantan la cabeza a la par que una mariposa revolotea. Las películas y dibujos animados tienen la culpa.

Por las condiciones climáticas no podemos tener esos bosques bucólicos. Vivimos en una zona árida, donde las precipitaciones son escasas, los vientos continuos, las temperaturas altas y tenemos muchas horas de sol al año. Nuestras plantas tienen que adaptarse, buscar las estrategias para sobrevivir, aprovechar al máximo los recursos de los que disponen. Si lo piensas, no somos tan distintas a ellas.

El más reconocible en nuestro imaginario, aunque no sea ni una sombra de lo que fue, es el de la Sierra de Gádor. Grandes encinares y monte bajo cubrían nuestras montañas hasta que en el siglo XIX  las arrasamos para alimentar los hornos de fundición que enriquecieron a unos pocos y empobrecieron nuestros montes. En el último siglo diversas reforestaciones han querido restaurar el paisaje, pero hay daños que no se pueden reparar de la noche a la mañana. Ahora para muchos, un bosque es una masa de pinos uniforme, donde no crece el sotobosque, donde la palabra equilibrio pierde su sentido.

El segundo, los artales, ocupaban 26.000 ha. del Campo de Dalias. Una gran extensión de imponentes arbustos que hemos perdido en manos de otra gran industria, esta vez la de la agricultura intensiva, y de la que apenas queda un 5%. Por crecer en forma de iglú, y no del clásico árbol que nos enseñan a pintar en el colegio, y por sus largos pinchos, los consideramos hostiles. Un grave error porque tienen más biodiversidad que esas masas de pinos reforestadas por las que nos gusta hacer senderismo los domingos. Una de esas joyas invisibles, denostadas y maltratadas al ojo inexperto al que no se le ha enseñado a mirar.  Es el último reducto que queda en Europa y es nuestra responsabilidad protegerlo.

El tercero lo tenemos en Punta Entinas Sabinar, conformado por lentiscos y sabinas. Gracias a este bosque las dunas móviles costeras se fijaron y, además de estabilizar la costa, conformaron un ecosistema que nunca ha dejado de evolucionar y tantos recursos nos ha dado a lo largo de la historia. En Andalucía oriental, este bosque mediterráneo es de vital importancia y muchos científicos vienen a estudiarlo.

El cuarto está sumergido. Son las extensas praderas de Posidonia oceánica. Una planta, que no un alga, milenaria, exclusiva del Mediterráneo, de la que se han encontrado fósiles de hace 150 millones de años, y que producen tanta, o incluso más, biomasa y oxigeno que muchos bosques terrestres. Al igual que el resto de bosques, protegen el suelo de la erosión, purifican el aire, capturan dióxido de carbono, son hábitats y refugio de numerosas especies, y son grandes bioindicadores de la calidad de las zonas donde viven.

Cuatro bosques de especies muy diferentes, que a lo largo de la historia han provisto a los habitantes de la comarca de alimento, de materiales de construcción, de recursos para desarrollar su economía. Cuatro bosques que nos siguen ofreciendo una gran cantidad de servicios ecosistémicos esenciales para la vida, algunos imposibles de cuantificar económicamente, como la regulación de temperatura, la limpieza de nuestras aguas, la polinización o el control de plagas.

Ecosistemas que tienen en común que están protegidos por ley, que son grandes desconocidos, que hemos alterado ,casi hasta su destrucción, en post de la economía y a los que consideramos más como un perjuicio que un beneficio.

Ahora que se está poniendo en valor Murgi, algo que me alegra, deberíamos aprovechar y poner en valor estos cuatro bosques por las que pasearon, cazaron y se beneficiaron los romanos. Quizás sin estos bosques la ciudad romana no hubiese sido lo que fue. Tenemos la manía de diferenciar el patrimonio cultural del natural, y esperar las subvenciones específicas para actuar. Debemos aprovechar la oportunidad que tantos años hemos esperado para mostrarle a la ciudadanía que una sociedad, un pueblo, un imperio, depende de su medio ambiente para prosperar, para sobrevivir. Su deterioro, sus alteraciones, van en nuestra contra.

No es cuestión de un capricho de los grupos conservacionistas, de proteger cuatro matas y un puñado de bichos. Hemos dependido de la diversidad biológica para llegar a donde hemos llegado, y si seguimos perdiendo especies, desequilibrando ecosistemas, perderemos grandes oportunidades además de la cultura, las tradiciones y nuestro origen.

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