La Eurocopa me está gustando. No por el futbol que estamos viendo,
sino por todos los debates que se están generando a su alrededor. Siempre he
pensado que el mundo del futbol es un reflejo de nuestra sociedad. Cualquier
cosa se puede explicar con un ejemplo futbolístico, desde las decisiones
individuales, a las colectivas, pasando por la economía, la política, la
moralidad, los derechos sociales, las diferencias de clases, la discriminación
de ciertos colectivos, las emociones, y
cualquier cosa que se nos pase por la cabeza. No hay tanta diferencia entre
nuestro día a día y el de los que se mueven en esa burbuja, salvo la escala
económica. Si somos capaces de olvidarnos de esa caricatura, de esa capa
superficial, la del dinero y las luces de neón, en la que se centra todo,
podemos aprender mucho de cómo está estructurada nuestra sociedad.
Ver a la UEFA recibir un golpe tras otro en los últimos meses, es
el indicativo de que las cosas están cambiando en el mundo del futbol, y si eso
lo extrapolamos al resto de la sociedad, esos cambios me generan esperanza.
La Superliga propuesta por algunos clubs es al final una pequeña
revolución contra el poder establecido, contra la norma impuesta, contra el
caciquismo y el capitalismo. Ya sé que es mucho simplificar y que los que
proponen el cambio de modelo solo piensan en ellos mismos, en llenar sus
bolsillos, pero ese primer paso que han dado viene a demostramos que las cosas
no son inamovibles y que lo que está creado sobre relaciones injustas de poder
y del reparto de la riqueza, se pueden cambiar.
Las reacciones de los jugadores, al final asalariados y
trabajadores de una empresa, en las ruedas de prensa, atacando a los
patrocinadores por motivos morales o religiosos, también es un síntoma
positivo. Pronunciarse libremente, a pesar de las rígidas normas establecidas y
de las amenazas a las sanciones que les puedan caer, ya es un primer paso. Que
los jugadores se mojen, tengan opinión y la expresen, que sean contestatarios,
rebeldes, críticos, me parece estupendo. De ahí es donde salen los debates, las
discusiones, las oportunidades para ir cambiando las cosas.
Y una de las cosas que más me ha gustado ha sido al apoyo que los
alemanes han hecho al movimiento LGTBI por el derecho a que no se discrimine a
nadie por su condición sexual. Un pequeño gesto que empezó con un casi
invisible brazalete que el poder establecido quiso silenciar amenazando con
sancionar a la federación alemana, alegando que detrás escondía una
reivindicación política. Pues claro que sí, todo es política en esta vida, cada
uno de nuestros gestos, de nuestras palabras, de nuestros silencios, de lo que
compramos y dejamos de comprar son declaraciones políticas.
Menudos hipócritas los de la UEFA, o los Estados, o la Iglesia,
que por no perjudicar su negocio callan y miran para otro lado ante estas
barbaridades. Al final, por la presión social, han tenido que recular ante la
inquebrantable actitud del gobierno alemán para iluminar sus estadios con la
bandera arcoíris y señalar las políticas homófobas de Hungría. Un simple
brazalete, en un escaparate mediático como la Eurocopa, ha servido para que
todos conozcamos el ataque a los derecho humanos que se están llevando a cabo
en otro países, que la mayoría de los dirigentes de los países europeos se hayan posicionado, que otros clubs apoyen
esta iniciativa, y que el brazalete arcoíris haya lucido en otros capitanes
además del de Alemania. Es una pena que nuestra Federación no haya tenido los
arrojos para permitir que Busquets se lo pusiese.
Esta campaña alemana en el mundo contra la homofobia no es nueva.
En febrero de este año lanzaron una iniciativa con el lema “Podéis contar con
nosotros” donde más de 800 personajes de la Bundesliga, entre jugadores y
dirigentes, aparecieron públicamente con la bandera arcoíris para hacer un
llamamiento a todos sus colegas LGTBI a no tener miedo, a brindarles su apoyo,
su protección y defensa, si decidían dejar de esconder su orientación sexual. A
pesar de la campaña los jugadores no se atreven por el miedo a ser marginados y
humillados.
Pequeños y lentos cambios, insuficientes y lavado de cara para muchos, pero que vienen a demostrarnos que vamos caminando en otra dirección, que el poder somos nosotros, los de abajo, los que sentimos y los que nos estamos dando cuenta de que juntos somos más fuertes y que no hay muro, ni físico ni moral, que no se pueda derrumbar.
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