Opinar siempre ha sido peligroso, por eso nos aconsejaban pasar
desapercibidos, responder solo si nos preguntaban e intentar no hacerlo en
determinadas circunstancias. Para qué mostrar tus ideas, pensamientos, dudas en
público si nada vas a ganar en ello y puedes perderlo todo, incluso la vida.
A pesar de que vivimos en el mejor momento de la historia para
poder expresar nuestras opiniones, de que el Derecho a la Libertad de expresión e información aparece reflejado
en la Declaración de los Derechos Humanos y Constituciones de la mayoría de los
países, tengo la impresión de que hay más miedo a hacerlo que nunca, de que el
poder sigue moviendo sus hilos para intentar silenciar a la ciudadanía y redirigir
su pensamiento.
Esta última semana hemos vivido algunos ejemplos muy llamativos
que pretenden recordarnos lo que te puede pasar si abres la boca. Uno de los
ejemplos ha sido el de ver la detección en directo de una youtuber cubana que
invitaba a la población a salir a protestar, aunque lo más impactante fue
escuchar su declaración al día siguiente, después de pasar una noche entera en
el calabozo. Contaba que la habían tratado bien, que sus guardianes le habían
aconsejado muy amablemente que tuviese cuidado, argumentos previos para
justificar que había aprendido la lección, que ella seguiría defendiendo los
derechos de sus conciudadanos, pero que se planteaba dejarlo todo por la
seguridad de su familia, para que a ellos no les pasase nada, para no engordar
la lista de los centenares de personas desaparecidas en los últimos días en la
isla. La habían aterrorizado y con razón, no la culpo. Lo triste es que los
medios quieren venderla como una heroína del pueblo, cuando en realidad lo
hacen para recordarnos lo que te puede pasar si no te callas.
Pero eso es un régimen dictatorial me dirán muchos, eso aquí no
pasa. Y tienen razón, aquí, gracias a la democracia, ya no nos hacen
desaparecer o intentan reconducir nuestras ideas a base de amenazas y hostias
en calabozos oscuros, aunque a algunos, estoy seguro, les gustaría recuperar
viejas costumbres. Ahora las estrategias, nada novedosas, se han adaptado a los
tiempos.
Si tu voz, tu capacidad de influencia, es poca, te ignoran, eso
sí, si tu mensaje pone en peligro sus intereses, te mantendrán vigilado, por si
las moscas. Si has conseguido algunos seguidores que apoyan tus ideas, lo
intentan por las clásicas vías: la carta de un abogado, una llamada telefónica
para entre risas recordarte lo que puede perder, un consejo de amigos comunes,
un vacio profesional, una puerta cerrada, una zancadilla continua. Un trabajo
sutil, que pasa incluso desapercibido y que solo con el tiempo descubres que no
era una amenaza sino una sentencia.
Ahora, si tus palabras alcanzan gran recorrido y tocas sus
bolsillos, la maquinaria del poder entra en acción, sin escrúpulos. Da igual si
eres ministro, uno de los futbolistas más importantes del mundo, un cantante
reputado o presidente de un club de futbol de primer nivel. Irán a por ti destruyendo
tu imagen, humillándote, achacándote intereses ocultos, poniendo a los pies de
los caballos tu vida intima y privada. Utilizarán sus marionetas, sus medios de
comunicación, sus banderas, sus hordas de vasallos para que te rodeen, para que
te calles, para que te escondas, para que vuelvas a agachar la cabeza.
Hipócritamente apelarán a la ética, al honor, a sus derechos, a la estabilidad
nacional, y si persistes te mostrarán el peso de la Justicia para que descubras
que no es ciega, que la venda se la levanta cuando le apetece, se lo ordenan o
la recompensa es la oportuna.
Lo más triste es que están consiguiendo lo que buscan, que nos
autocensuremos y lo hagamos con el vecino, que midamos nuestras palabras, que
no hablemos de determinados temas en público, que conozcamos muy bien las
consecuencias.
Es cierto que debemos aprender a opinar, y sobre todo a escuchar y a debatir. Saber que nuestra opinión no es una verdad absoluta, que seguro que ni siquiera es original y que ya estará planteada, es un paso importante. Pero que eso no sea óbice para no mostrarla en público, porque al fin y al cabo, es lo único personal que poseemos. Nuestras opiniones, como interpreto de El Huerto de Emerson de Luis Landero, son las lechugas del rincón de tierra que nos ha tocado, el que trabajamos. Seguro que no son las mejores, pero son las nuestras, las que cuidamos, las que regamos, las que podemos hacer crecer, las que nos alimentan. Consumir las lechugas de otros por no trabajar tu huerto es otra opción, pero siempre dependerás de ellos para sobrevivir.
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