Dos semanas después de que los más de 500 almerienses que reivindicamos que no haya más retrasos en la llegada del AVE abandonáramos el Muelle de Levante, todavía no he escuchado ninguna voz que proponga articular de forma práctica los ecos de aquel anochecer. 15 días en los que la reclamación se va debilitando en la inevitable pasividad del silencio. Es el destino a que nos condena nuestra particular forma de entender las reivindicaciones colectivas: salimos a la calle un rato y, de regreso a casa, comenzamos a recorrer el camino del olvido. No aprendemos.
Y deberíamos aprender que la única forma de alcanzar la estación a la que han prometido que llegaremos en 2026 es diseñando una estrategia para que el compromiso expresado por el ministerio se haga realidad. Estamos tan habituados al engaño que los que convocaron el acto deberían aprestarse sin demora a la creación de una comisión de control independiente que analice periódicamente si las promesas realizadas se adecúan al cumplimiento estricto de los plazos previstos.
¿Y quién debería integrar esa comisión? En primer lugar, ningún político. La presencia de los partidos acabaría destruyéndola antes de que comenzara a andar. La política tiene su espacio en otras sedes - Gobierno, ministerios, control parlamentario -, pero no en una comisión en la que se va a valorar técnicamente lo que se ha hecho o lo que no se ha hecho y sus porqués. Unos porqués que no pueden ser examinados desde la trinchera partidista, sino desde el análisis profesional.
La comisión de control debería, por tanto, estar integrada por técnicos y profesionales expertos en obra pública. Ingenieros, arquitectos, técnicos en desarrollos presupuestarios, abogados especializados, economistas, en fin, profesionales conocedores de todos los aspectos que inciden en un proyecto de la magnitud del que hablamos. Ese sería un camino,
Un camino de ida y vuelta porque esta comisión estaría condenada a la ineficacia si no encuentra a un interlocutor que le acompañe y que, obviamente, debería ser la ministra o algún representante de su departamento que, cada seis meses, se comprometiera a una reunión con la comisión en la que se analizarían los avances o retrocesos tramo a tramo y obra a obra. Si el ministro Iñigo de la Serna lo aceptó entonces, ¿por qué no habría de aceptarlo ahora la ministra Raquel Sánchez ahora?
Reconozco la incomodidad de la propuesta. Para los que pertenecen a la orden de la complacencia porque la actitud vigilante exige la incomodidad del esfuerzo permanente. Para los cofrades de la hermandad del griterío porque la frialdad analítica de la ferralla y el hormigón es siempre menos atractiva que el insulto. Dos actitudes de inutilidad contrastada.
Convertir las palabras de la secretaria de Estado en un acto de fe solo puede ser defendido por la fiel infantería socialista. Defender que para evitar más dilaciones y engaños hay que mantener permanente encendidas las llamas inquisitoriales en las que quemar al Gobierno, con razón o sin ella, sólo puede dispararse desde la trinchera opuesta. Y ninguna de las dos opciones en válida.
El camino contemplativo porque, sin un control activo de los proyectos a desarrollar, quienes tienen la obligación de llevarlos a cabo caerán en la tentación de la pasividad. La llegada del AVE es vital para la economía y la conectividad de la provincia, nadie lo duda. Pero lo que es de extraordinaria importancia en Almería, en Madrid, es solo un proyecto más al que hay que atender, como hay que atender a decenas de proyectos de características distintas, pero de similar importancia para el resto de las provincias.
De las muchas cosas que nos ha enseñado la historia, una de ellas - y no la menos importante - es que, sin contundencia en los argumentos y constancia en su exigencia, no se consigue nada.
Lo siento por los amantes de las emociones fuertes, pero ya no hay Bastillas que tomar, Palacios de Invierno que saquear o cielos que asaltar. Hoy, 4.000 personas - o 40.000, lo que en Almeria sería una quimera - aquí lo único que congrega gente en las aceras son las procesiones - gritando durante media hora en una calle tienen menos capacidad de influencia que cuatro representantes sociales sentados frente a un ministro cuando están avalados por sus capacidades contrastadas en el conocimiento del impacto socioeconómico que un proyecto tiene en el territorio en el que se debe llevar a cabo, reconocidos por la creación de cientos o miles de puestos de trabajo, habituados a la cercanía - cordial pero no sumisa - con el poder, y avalados con la representación de un entramado social que respalda la iniciativa.
Reconozco que los lobbys de presión no tienen el romanticismo de la algarada, que cuatro técnicos analizando datos sobre metros de plataforma ferroviaria construida o por construir resultan menos excitantes que 400 manifestantes gritando consignas antes de irse de cañas tras el desahogo de la protesta, pero sí son más eficaces. Sencillamente porque desvelan con datos y argumentos técnicos la verdad de las mentiras cuando las hay.
El presidente de la Cámara y todos los que le acompañaron en la organización de acto de hace dos semanas tienen la respuesta sobre si la llama de aquella noche se acaba extinguiendo con el tiempo o - y así debería ser - se convierte en una brasa vertebrada que influya de forma permanente en mantener el fuego de una esperanza que, si la hacemos realidad situará a esta provincia en una posición privilegiada para ganar el futuro.
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