El ataque es continuo e incansable, por tierra, mar y aire, y en
mi cabeza suena Alarma, estoy ardiendo y siento frío. Manolo
Tena pone la banda sonora a esta intensa y trágica semana en materia ambiental.
Suma y sigue.
El artista sabe que su creación será interpretada, que sus
palabras, sus metáforas, sus ritmos y su voz significarán cosas diferentes para
sus lectores y oyentes. En este caso, la historia de adicción, de locura, de
autodestrucción, de grito de auxilio del poeta, del músico, es para mí un claro
reflejo de la relación del ser humano con su entorno, somos extraños en el paraíso, somos juguetes de la desilusión.
El infierno de Sierra Bermeja lo hemos seguido todos. A la pérdida
de casi 10.000 hectáreas de bosque, que
estuvo a punto de ser Parque Nacional, esta vez tenemos que sumarle la pérdida
de una vida humana. Hemos visto el
miedo, la desesperación, la angustia, la incertidumbre, la rabia de cientos de
personas que no sabían que sería de sus vidas, de sus hogares, de su futuro,
mientras nuestros políticos se despachaban y despellejaban ante los medios de
comunicación mostrándonos su incapacidad de trabajar todos a una, de olvidarse
de intereses personales y partidistas, de mirar por el bien común. Nos hemos
vuelto a sentir solos, abandonados, avergonzados, perdidos en el camino de vuelta al hogar, gritando
nombres a los que nadie responde.
Ahora vendrán los reproches (los tirones de orejas a los alcaldes
que dicen verdades como puños) que provocarán una paz tensa y un puñado de
euros, de promesas, de inversiones, de
regalitos, de parches insuficientes para evitar una nueva desgracia. Presenciaremos el reconocimiento a los héroes
que no quieren serlo, que prefieren ser trabajadores a los que no se les
despide a final de campaña, a los que se
les dote de los medios oportunos y necesarios para hacer su trabajo con
garantías, a los que olvidaremos, hasta nueva emergencia, como hemos olvidado a
los que llamamos esenciales durante la pandemia.
Mientras las cenizas del bosque lo cubrían todo, un grupo de
ecologistas, conservacionistas y educadores ambientales, los versos equivocados, conmemoraban el segundo aniversario de la
DANA de 2019 que nos mostró parte de las miserias de nuestra agricultura cuando
el agua arrastró los plásticos, y residuos de todo tipo, por las ramblas de
nuestra provincia. Hicieron una limpieza simbólica en la Rambla del Artal, para
demostrar que las actuaciones que se anunciaron a bombo y platillo son
insuficientes, porque solo se limpió el cauce, pero no los alrededores donde
aún permanecen enterrados toneladas de plásticos que somos incapaces de
gestionar antes de que lleguen al medio, antes de que termine el sueño, antes de que suene el disparo y la muerte deje
caer el telón.
Ecologistas a los que se les señala, se les denigra, se les
injuria por escribir y señalar el reloj
que marca la profecía de un camino sin retorno, por culpabilizar a los
individuos, de alma vacía, que llenan sus vidas, sus cuentas
corrientes, cometiendo infracciones, delitos, que hemos aprendido a justificar
como daños colaterales y que terminarán desmoronado, como las olas, el castillo de arena de nuestra agricultura, de
nuestra economía. No podemos seguir construyendo más invernaderos (en los
últimos meses crecen como margaritas en primavera) cuando nuestra
administración reconoce que solo tenemos la capacidad para reciclar el 85% del
plástico que generamos cada año, que 5.000 toneladas de residuo las tenemos que
esconder bajo la alfombra, entre los arbustos del Cabo de Gata, en el fondo de
la mar.
Y del mar viene la última barbarie humana de esta semana. En las
Islas Feroe, pertenecientes al Reino de Dinamarca, cada año sus pescadores
tienen la autorización de la arcaica y vieja Europa que mira para otro lado,
para masacrar los delfines y calderones que pasan por sus costas. Este año han
sido alrededor de 1.400 cetáceos los que han empujado hasta la orilla, para
darles muerte a cuchilladas, a base de golpes que alargan su agonía, que cubren
la bahía de sangre en la que se fotografían bañándose, orgullosos de una
tradición que siglos atrás les garantizaba su supervivencia, pero que ahora los
convierte en asesinos que enseñan a sus hijos a matar, en psicópatas que se regodean
en el dolor, de insensatos que dicen comerse su carne contaminada (algo
demostrado por muchos estudios) de mercurio y otros innumerables metales
pesados con los que hemos envenenado los mares y océanos del planeta.
Días de residuos, sangre y cenizas con los que estamos cubriendo el planeta, para demostrarnos que nos sentimos el público y el único actor, que estamos yendo pero no sabemos hacia dónde, que somos el delirio y la confusión, que buscamos el principio y solo vemos el final, que estamos ardiendo y solo sentimos frío.
No hay comentarios:
Publicar un comentario