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In memoriam: Blas Carrillo, médico ginecólogo

Manuel León
Periodista

Aunque su despacho estuviera durante décadas en el promontorio de Torrecárdenas o en La Arraixaca de Murcia, su corazón latía en Turre. Era turrero Blas, hasta las trancas; era turrero, aunque hubiera nacido en Mojácar, aunque sus días transcurrieran viendo radiografías de útero en la consulta, las verdaderas emociones le llegaban de pronto, por ejemplo, recordando a su padre con un clavel reventón en el pecho en la feria de San Francisco; era turrero hasta el tuétano este Blas Carrillo, que se acaba de ir, como infinitos más que se han ido y que se irán, triturado por esta nueva fiebre amarilla de nuestros días que medró en silencio desde la tierra de Fumanchú hace ya año y medio.

Ha muerto -han dicho- un buen profesional, quien hace unos años recibió el homenaje de sus compañeros en el Colegio de Médicos de la calle Gerona. Nos ha dejado Blas, con 73 años, con la mente lúcida, él, quien tantas vidas ha salvado detectando -por ejemplo- cánceres de ovario o papilomas o extirpando quistes por si acaso, porque un buen médico como él prefería siempre prevenir a curar. 

Era además de ginecólogo, un humanista, que admiraba las artes, que se apasionó como un niño haciendo unas vidrieras que representaban la gestación de Cristo en el útero de la Virgen, que era una novedad artística que nunca se había hecho y qué él donó a la Iglesia de su pueblo. "¿Hay algo más bonito que la maternidad?", se preguntaba Blas cuando consiguió verlas colocadas en el templo de Turre. 

Hace unos años, el Ayuntamiento que presidía entonces Arturo Grima lo nombró Hijo Adoptivo y había que ver a Blas esa mañana luminosa del Dia de Andalucía con su pajarita morada, apostado en el atril, derramando aromas y recuerdos de Turre, su Turre, con una felicidad infantil que le desbordaba en cada frase, en cada vivencia compartida ante sus paisanos: las calles de su adolescencia, las cintas a caballo, las películas en el cine de Frasquito Baraza, las lecturas de Miguel Hernández que tanto le gustaban, quizá porque se sentía pastor como el malogrado poeta de Orihuela, cuando subía a las cumbres de Sierra Cabrera. 

Era hijo, bisnieto y tataranieto de médicos, Blas. Su bisabuelo -Blas Carrillo como él- fue galeno en Macael cuando la gripe del 18, uno de aquellos médicos de pueblo que se subía a la montura de un caballo recorriendo casas y cortijos de Olula, de Chercos, de Laroya, allí donde hubiera una vida en peligro. 

Se ha ido después de luchar contra el Covid, Blas, y sus compañeros de la tertulia de los jueves en Lamarca como Paco Núñez ya le estarán echando de menos, como su esposa, sus tres hijas y todos los Carrillo que irán viniendo después, porque al fin y al cabo qué es la vida sino una retahíla de generaciones y generaciones unidas por los genes y los apellidos. 

Se ha ido Blas Carrillo, y uno tiene la sensación de que Turre, su Turre -donde descansará para siempre bajo tierra- ha perdido a su más fiel emisario.

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