Ámsterdam
se ha sumado en los últimos días a las ciudades que cuentan con monumentos que
recuerdan a las víctimas de los campos de concentración nazi.
Una niña observa en Berlín una de las fotos de las víctimas de campos de concentración este verano. Foto Paco Vigueras
Durante
los últimos días se han producido noticias relacionadas que afectan a la
opinión pública internacional y en el que Almería cuenta con un monumento que
lo recuerda eternamente, pese a que por razones obvias de edad los últimos
testigos han desaparecido. El monumento a las 142 víctimas almerienses del
campo de concentración de Mauthausen, en el Parque de la las Almadrabillas de
la capital, se inauguró en 1999 y tuve el privilegio de acompañar al artífice,
el añorado Antonio Muñoz, y pronunciar unas palabras. Pese a algunos periodos
de abandono o de pintadas de los pertinaces descerebrados e ignorantes con
iniciativa, cada vez aporta más posibilidades al turismo cultural y de memoria.
El monumento de Almería es obra de la prestigiosa escultora almeriense
Mariángeles Lázaro Guill. El
proyecto Puerto-Ciudad deberá tener en cuenta el preservar el espacio que se ha
convertido en punto de encuentro reivindicativo de diferentes colectivos
que siguen el ejemplo de tolerancia de Antonio Muñoz que siempre habló de
perdón, sin levantar la voz contra nada ni nadie. El respeto y el ejemplo
ciudadano ha quedado en la memoria almeriense. En julio, la presidenta del
comité organizador de los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, Seiko Hashimoto,
destituyó a Kentaro Kobayashi, director de las ceremonias de apertura y de
clausura de los Juegos Olímpicos a poco más de 24 horas de la ceremonia
inaugural por una broma sobre el Holocausto. A finales de septiembre, una anciana de 96
años que se había dado a la fuga para no ser procesada por crímenes contra la
humanidad fue detenida en Hamburgo. Irmgard Furchner debía haberse presentado
ante la Audiencia de Itzehoe para ser enjuiciada por su actividad como
secretaria en el antiguo campo de concentración nazi de Stutthof y su presunta
colaboración en el asesinato de 11.000 personas. Los agentes que debían
recogerla a primera hora de la mañana de una residencia de ancianos en la
cercana población de Quickborn para trasladarla a presencia de los jueces se
encontraron con su habitación vacía y constataron que Irmgard Furchner se había
fugado. Con anterioridad, “la enérgica anciana”, afirmó: “Quiero ahorrarme
esa vergüenza y no convertirme en el hazmerreir de la gente”. La fiscalía la
considera cómplice del asesinato sistemático de prisioneros en un campo de
concentración al pasar por sus manos prácticamente la totalidad de los
documentos que generaba la dirección del centro. La mujer iba a ser procesada
por el derecho penal juvenil, ya que los hechos que se le imputan los cometió
cuando tenía 18 y 19 años de edad. En el campo de concentración de Stutthof y
sus filiales, así como durante las llamadas marchas de la muerte al final de la
guerra cuando se procedió a su evacuación, murieron unas 65.000 personas, según
la Central Alemana para el
Esclarecimiento
de Crímenes del Nazismo en la localidad de Ludwigsburg.
Los
almerienses, testigos de la barbarie, Antonio Muñoz Zamora y Joaquín Masegosa,
Medallas de Andalucía, estarían indignados por observar que algunas cuestiones
siguen sin cerrarse. Frente al genocidio, siempre se expresaron en que ningún
pueblo sufra otro igual y mirarían a los países que permiten que haya
ciudadanos que tengan que jugarse la vida en pateras, o el caso Afganistán.
Ahora, vivirían un momento especial con lo ocurrido en Ámsterdam, especialmente
Muñoz Zamora, por ser impulsor del monumento almeriense, porque la sociedad
tiene ahí un punto de referencia para que aquellos momentos tan duros, de
hambre, desprecio y muerte sirvan de ejemplo para que jamás la humanidad tenga
que pasar por algo parecido. La mayor alegría en defensa de la memoria, se ha
producido en Ámsterdam, al estilo de Almería, Monumento a las
víctimas almerienses del campo de concentración de Mauthausen. El monumento
levantado en Países Bajos
en recuerdo de las víctimas holandesas del Holocausto está diseñado en forma de
laberinto, tiene 102.220 ladrillos con los nombres y fecha de nacimiento de
igual número de judíos y miembros de la comunidad romaní. No tienen tumba
porque sus cuerpos fueron arrojados a fosas comunes, o bien quemados, en los
campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial. El arquitecto es Daniel Liebeskind, hijo de
sobrevivientes. El rey Guillermo lo inauguró en una emotiva
ceremonia que con la presencia de varios supervivientes. Otras ciudades
europeas, como París, Berlín o Viena cuentan con construcciones similares. El actor holandés, Jeroen Krabbé, de
familia judía por parte materna, famoso, entre otros, por filmes como El
Fugitivo (1993), fue el maestro de ceremonias. Entre los ladrillos
aparecen nombres fijados en la memoria colectiva, como el de Anmelies Marie,
Ana Frank, la autora del famoso diario, muerta en Bergen-Belsen junto con su
hermana, Margot.
Se acaban de cumplir 75 años de la lectura de las sentencias de los criminales de guerra nazis juzgados en el proceso de Núremberg. Los juicios contra otros muchos criminales nazis continuarían durante varios años más en procesos específicos que encausaron a jueces, médicos con vistas orales y las deliberaciones entre jueces y fiscales procedentes no solo de países diferentes y con tradiciones judiciales distintas. No se trata de recreacionismo del pasado. El profesor Jesús Baigorri Jalón (Salamanca, 1953), exintérprete de Naciones Unidas, es autor de La interpretación de conferencias: el nacimiento de una profesión. De París a Nuremberg, libro editado por Comares. Baigorri destaca el papel que representaron los hombres y mujeres que actuaron como intérpretes en aquel proceso, “sin quienes no habría sido posible el entendimiento lingüístico”. “Cuando Göring dijo que los intérpretes le estaban acortando la vida sabía lo que decía porque, si el proceso se hubiera llevado a cabo en consecutiva, habría durado al menos tres años y no los 10 meses que duró”, subrayó el profesor. El mundo entero escuchó en alemán en la voz del intérprete Wolfe Frank, que había tenido que huir de Alemania en 1937 de aquellos cuyas condenas estaba pronunciando.
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