Cada 24 de octubre, desde 1997, se celebra el Día de las
Bibliotecas para recordar la destrucción de la Biblioteca de Sarajevo,
bombardeada e incendiada en 1992 durante el conflicto de los Balcanes. Este año
el hilo conductor de la celebración es: «Bibliotecas: leer, aprender,
descubrir», que viene a unirse al lema «Aptas para todos los públicos» que se utiliza desde 2019.
De entre todas las bibliotecas del mundo hoy quiero hacerle un
homenaje a la Biblioteca Brautigan que conocí a través del libro de David
Foenkinos «La biblioteca de los libros rechazados». Libro que ha venido a mi memoria a raíz del revuelo mediático
provocado por el fallo del premio literario, que nos ha desvelado quien se
escondía detrás del pseudónimo de Carmen Mola.
Richard Brautigan fue un escritor norteamericano que terminó
suicidándose, atormentado porque en su haber acumulaba más rechazos editoriales
que reconocimientos a su trabajo. En una de sus obras «The abortion. An historial
romance», el
protagonista era un bibliotecario que aceptaba todos los manuscritos que
ninguna editorial había querido publicar.
Tras su muerte, uno de sus lectores, Todd Lockwood, quiso darle
vida a esa biblioteca que el autor había imaginado y, como no podía ser de otra
manera, la bautizó con el nombre de Brautigan. La única condición para
depositar allí un libro era que tenía que llevarlo el propio autor en persona.
Una manera romántica de poner punto y final al libro que imaginó, creó, en el
que depositó tanta confianza y que nunca llegó a ser publicado.
La biblioteca tuvo un gran éxito y muchos aspirantes a escritores
fueron a depositar allí sus sueños frustrados. Pero a pesar del éxito, tras
quince años abierta, en 2005, tuvo que cerrar sus puertas por problemas
económicos. Años más tarde, en 2010, todos los manuscritos fueron rescatados y
depositados en la nueva Biblioteca Brautigan que puede consultarse en el Museo
Histórico del Condado de Clark en Vancouver. Unos 300 ejemplares conforman la
colección original, que solo puede consultarse presencialmente, y una colección
digital a la que siguen llegando, de mano de sus vencidos, decepcionados,
frustrados y cansados autores, manuscritos inéditos con la misión de curarlos y
recopilarlos.
En esta biblioteca se basa Fonkinos para escribir una novela romántica que cuenta la historia
de un joven escritor y una editora que descubren por azar un manuscrito
abandonado en la réplica francesa de la Biblioteca Brautigan.
Además de la bonita historia de amor,
mientras intentas descubrir quién fue su autor y lo qué pasa con esa novela,
vas aprendiendo cuál es el funcionamiento del mundo editorial, desde que el
creador imagina la obra hasta que aparece en los escaparates de las librerías.
Entre enseñanzas, consejos y advertencias habla de ilusiones, de esperanzas, de
oportunidades perdidas, de puertas cerradas, de cajones olvidados, de rechazos
acumulados, de desesperación, de paciencia, de victorias y derrotas parciales,
de éxitos fugaces, de confianza, de insistencia, de engaños, de soledad, de
egos, de orgullo, de intuición, de inversiones, de envidias y de la pequeña
línea que separa el éxito del fracaso. Reflexiona sobre lo fácil que es
escribir una historia, de lo complicado que es hacerlo bien, de la odisea que
es conseguir que se fijen y crean en ella, que la mimen como si fuese suya para
que llegue al gran público, para darle al menos una oportunidad.
Uno de los planteamientos críticos de la novela, es que a veces es
más importante la historia que hay detrás del libro que el propio libro. Si
consigues crear, un envoltorio, un adorno, un complemento, una presentación
morbosa, curiosa, lacrimógena, sorprendente, heroica, misteriosa, dramática,
cinematográfica, polémica, de superación, de famoseo, de marginación, adaptada
a las modas, a los clichés, a la actualidad, tendrás más posibilidades de que
un editor la lea entre los millones de manuscritos que le llegan, que los
medios de comunicación la destaquen y que los lectores la compren sin saber que
se van a encontrar.
Por desgracia hay demasiado marketing en las librerías, en nuestras vidas en general, y por eso prefiero confiar en el criterio, en la recomendación, de un buen bibliotecario que ningún interés tiene salvo que el lector aprenda, descubra, se emocione y encuentre el libro adecuado, y que cada autor, cada libro, cada historia, tengan su oportunidad, su espacio, su tiempo, incluso, gracias a la idea de Brautigan, los rechazados.
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