Manuel León iniciaba el miércoles con un provocador titular su análisis sobre la permanente humillación con que Iberia trata desde siempre a Almería: “A ver quién es el que da un golpe en la mesa” preguntaba después de informar que, a partir de noviembre, perdemos otro vuelo con Madrid, situando a la provincia en una isla de la que solo se puede salir en horarios que, lejos de facilitar la conexión con Madrid, la dificultan hasta casi la imposibilidad. Eso por aire. Por tren el insulto del desdén recorre en paralelo la misma vía y a la incitadora apelación del redactor jefe de La Voz sólo podría añadirse que, si no lo hacen quienes tienen la obligación de hacerlo, deberían irse todos a sus casas (seamos educados en la elección del destino).
La realidad, constatable con solo buscar las salidas y llegadas en las pantallas del aeropuerto o la estación intermodal, revela una oferta que traspasa la frontera de la lógica para adentrarse en el escarnio del desvarío. Hoy vuelan menos aviones desde Almería a Madrid que hace diez años y los trenes que nos comunican con la capital son menos (y tardan igual) ¡que hace cuarenta años ¡La exclamación de asombro no puede estar más justificada.
El desarrollo económico, el aumento de las relaciones comerciales y el crecimiento demográfico de la provincia no solo no han sido acompañados por una mayor frecuencia en el número de conexiones con el centro de la actividad económica del país, sino que han disminuido, conjugándose así una contradicción de difícil si no imposible explicación.
Desde la trinchera enemiga- Iberia y Renfe no son aliados de Almería, nunca lo fueron- podrá alegarse que la llegada de las autovías disminuyó el número de viajeros en uno y otro medio de transporte, que los balances sitúan en pérdidas estos servicios o que el volumen de la demanda no exige más oferta. Tres motivos que, si solo nos quedamos en la superficie de su fría literalidad, pueden no estar carentes de razones puntuales. Pero esa verdad aparente no puede ocultar la mentira que se esconde detrás. Las razones que esgrimen Iberia y Renfe para justificar su maltrato sistemático hay que confrontarlas con la Razón que las provoca. Esa es la clave de bóveda del engaño en el que se parapetan para justificar sus decisiones contra la provincia. Los almerienses o quienes viajan hacia Almería por ocio o por negocio no deciden hacerlo en avión o en tren porque no existen frecuencias con horarios razonables, precios asequibles y tiempos asumibles. La gente opta por el viaje en carretera porque el precio de los vuelos está más alto que las nubes que sobrevuelan los aviones, porque hacerlo por este medio te obliga a estar dos días en Madrid o, porque en el caso de Renfe, solo existe una sola frecuencia de viaje al día.
El argumento sostenido por quienes prestan esos servicios es que, como no hay demanda, no está justificado aumentar las frecuencias o disminuir el precio. Claro. Y falso. Porque desde la otra acera del argumento puede y debe sostenerse que no hay demanda porque la oferta que se le ofrece no satisface las necesidades de los potenciales clientes. Una pescadilla falsaria que, bajo la apariencia de morderse la cola, esconde el desdén y el desprecio. Los almerienses no viajan más en avión o en tren porque las opciones que ofrecen no son atractivas en las frecuencias, lógicas en los horarios y asumibles en los costes.
Llegados a la terminal de tanto despropósito, a la estación de tanta discriminación, lo que hay que preguntarse es, como tituló Manuel León su análisis, quién se atreve a dar un golpe en la mesa. La respuesta se antoja clara: quienes dicen que nos representan porque están obligados a defender los intereses de la provincia y porque para eso fueron elegidos y por eso cobran. Las instituciones y los diputados y senadores de PP, PSOE y VOX tienen que hacerse escuchar por quienes toman esas decisiones y hacerlo cada uno desde la posición que ocupa en el escenario político sin caer en el error de imputar a otros olvidos que ellos cometieron antes.
De la marginación por tierra y aire de la provincia todos- todos-, tienen la culpa. PSOE y PP no han hecho nunca nada por enfrentarse a las decisiones adoptadas cuando quien las ejecutaba eran de su misma tribu política. Un endemismo-la falta de coraje (seamos otra vez educados en la elección de la palabra) – que, en demasiadas ocasiones, les ha hecho súbditos de quien los pone en las candidaturas en vez de defensores de quienes les votan.
La conectividad por avión y tren con Madrid no puede esperar cinco años (o más) hasta que llegue el AVE. Mantener una actitud pasiva perpetuaría el aislamiento que padecemos y demostraría que quienes nos representan son incapaces de hacerlo con la dignidad y contundencia a que están obligados.
Ha llegado la hora de dar un golpe en la mesa y decir “hasta aquí hemos llegado”. A ver quienes son los cobardes que no se atreven a hacerlo.
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