Chanquete nunca defraudaba. Ya lo buscases en la tasca del Frasco,
o en la eterna Dorada, o pintando la barca a la orilla de la playa, siempre
tenía un sabio consejo con el que ayudarte. Hombre de la mar, curtido en mil
batallas con las olas, era capaz de guiarte en la tempestad, de remendar tu red
agujereada, de regalarte el secreto de sus caladeros, de prevenirte ante tu
osadía contra el poniente, de recomponerte tras el naufragio, de enseñarte a
abanicar las estrellas para navegar tu propio camino.
Estoy seguro de que si le preguntase por la situación de las
playas de Balerma, que desaparecen con cada temporal, no pondría buena cara y
resignado añadiría un “quien siembra
vientos, recoge tempestades” para explicarme que la urgencia de la mar por
tragarse el pueblo viene por nuestra mala cabeza, por construir puertos,
escolleras y espigones donde no debíamos, por impedir que los ríos lleven
sedimentos al mar, por olvidarnos de escuchar a la naturaleza, y que si
queremos sobrevivir al Cambio Climático tendremos que demostrar que somos
capaces de surfear las olas.
Ante mi pregunta de qué se puede hacer, me respondería convencido
de que solo podemos “achicar agua”
antes de advertirme de que “una ola nunca
viene sola”. Yo le hablaría de la gran confusión, desesperación y tensión
que hay entre los vecinos, de las exigencias, de las acusaciones, de la
imperiosa necesidad por encontrar una solución rápida, eficaz y definitiva ante
la lentitud de las leyes, la incertidumbre de la ciencia, los escasos
presupuestos. Él recurriría al “si el
grumete supiera y el patrón pudiera, todo se hiciera” para intentar
explicarme que nuestros políticos están más perdidos “que un pulpo en un garaje” y que recurrir a los idolatrados
espigones es como “el que se agarra a un
clavo ardiendo cuando la nave se está hundiendo” porque son “peces para hoy y hambre para mañana”.
Le contaría que parte de los vecinos, que se sienten desprotegidos
por su propio ayuntamiento, han denunciado a la Dirección General de Costas por
un delito ambiental por construir los espigones de Balanegra en 2015, a pesar
de los informes previos que informaban del posible daño a las playas de
Balerma. Le hablaré de las concentraciones pacificas que han realizado para dar
a conocer su situación, para exigir soluciones y de la próxima manifestación
que han anunciado para el 17 de diciembre en la puerta de Costas y de la
Subdelegación del Gobierno en Almería. A él se le iluminarán los ojos añadiendo
un “camarón
que se duerme, se lo lleva la corriente” y el clásico, aunque no sea muy
marino, “quien no llora, no mama”,
para hacerme entender que a pesar de que es consciente de que “donde manda patrón, no manda marinero”,
los vecinos ya se han encontrado en muchas ocasiones solos, a la deriva y con
el faro apagado en pleno temporal por lo que “de la furia de la mar, el naufrago puede hablar”.
Me haría un alegato para recordarme de la importancia de “remar todos a una”, de no dividir
esfuerzos, voluntades, recursos, de no equivocar las peticiones porque “a rio revuelto, ganancia de pescadores”
y siempre hay algunos listos que de la tragedia sacan ganancia. Que no podemos
olvidar que “dos capitanes hunden el
barco”, y que “después de perdido, todos pilotos” por lo que hay que guardarse el
orgullo, el interés personal o del partido, y “dejar navegar al marino y sembrar al campesino”.
Para subirme la moral, a modo de propina, de regalo, de esperanza en una
botella, mientras se levanta para marcharse, deja sobre la mesa varias
sentencias que lo ayudaron a no tirar la toalla, a mantener la ilusión. Me
susurra, con el convencimiento de la experiencia, que “no hay tormenta que cien años dure”, que “tras la tempestad vendrá la calma”, que “a barco desesperado, Dios le encuentra puerto”. Sin
darme tiempo a cuestionarle la existencia de Dios, y para despedirse con una
sonrisa, sugiere que los balermeros, que también son ejidenses, deberían
dejarse crecer la barba y la melena, para en caso de hundirse el pueblo, al
menos podamos “salvarlos por los pelos”.
Mientras lo veo alejarse riendo su ocurrencia, pienso que “a poco viento, remos sin cuento”, por lo que decido “subirme al barco”, sumarme a la concentración que han convocado mis vecinos y luchar contra la corriente, a sabiendas que aún ganando la batalla de salvar la playa, habremos perdido la guerra.
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