Don Bernardo era ese hombre que siempre caminaba con prisa por los alrededores del Instituto de Vera.
Con la cabeza gacha, con sus lentes redondos, como concentrado, como buscando
algo con los ojos de la razón. Parecía que no escuchaba, pero escuchaba. Era el cura que daba religión a los de
FP (a los de BUP les daba don José Miguel Fuentes), por tanto era un clérigo, un enseñante
acostumbrado a lidiar con aspirantes
a electricistas, a informáticos, a mecánicos. Era un hombre despistado a
su manera, profundamente concentrado cuando lo veíamos pasar por delante de las
clases. Y de allí, a su pueblo, Antas, porque él, don Bernardo, era un cura de
pueblo, sin pretensiones, un cura
de cáliz y sacristía, de sotana y alzacuellos, como los de antes. Porque
él era de antes y de Antas, pero también de ahora, hasta hoy. Ese era don
Bernardo Avila, que se acaba de ir a los 91 años. Era más de Antas que las naranjas, más antuso que la Era Lugar.
Se ha ido, además, sabiéndose querido y apreciado, que es como uno se debe de ir a donde sea que se vaya. Fue pregonero de lujo hace unos años en su villa natal don Bernardo, que era cura emérito de Antas y Aljáriz, ejerciendo su ministerio durante casi cuatro décadas. Era también Capellán de Honor de su Santidad el Papa Francisco y el Ayuntamiento, su Ayuntamiento, le nombró Hijo Predilecto y le dedicó una Plaza- la Plaza de Don Bernardo el cura- en un acto que compartió con otro ilustre antuso, el profesor Gabriel Martínez, santo y seña de los estudios locales sobre la historia de Antas.
Se ha ido don Bernardo, pero ha dejado huella, en cientos de alumnos con acné, a lo que les enseñó cosas de la Biblia, de los mandamientos, de lo inconveniente de pecar. Y lo hacía con humanidad, como diciendo quien esté libre de pecado que tire la primera piedra. Él era así, don Bernardo, un cura sui géneris, un sacerdote raso, chusquero, sin pretensiones, un cura que cuando había confirmaciones recorría la comarca entera. Siempre estuvo, por lo que se ha dicho de él, al lado de las gentes sencillas y trabajadoras de Antas, de los naranjeros, de los agricultores, de los camioneros. Porque era muy de Antas, don Bernardo, tanto que en vez de a santos óleos y a misal, olía al azahar de El Real. Descanse en paz don Bernardo, el cura que parecía despistado, pero hasta donde él quería serlo.
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