Punta Entinas Sabinar / Moi Palmeri |
Los
humedales son los ecosistemas con mayor biodiversidad del planeta y sin embargo
se estima que en los últimos dos siglos el 80% de los humedales ibéricos han
desaparecido por considerarse foco de infección y plagas, y por la presión agrícola
y urbanística. Formas de actuar que
podríamos pensar son de otra época, pero que dándonos una vuelta por los
humedales de Almería nos damos cuenta de que es la dura realidad a la que nos
enfrentamos en la actualidad.
Un paseo por
los nada protegidos, solo incluidos en el testimonial Inventario de Humedales
Andaluces (es un primer paso, un gran logro), Salar de los Canos de Vera, la
Ribera de la Algaida de Roquetas de Mar, la Cañada de las Norias en El Ejido, o
la Rambla Morales de Cabo de Gata, nos mostraría el estado de abandono,
desolación y vergüenza en el que anidan o frecuentan especies en peligro de
extinción como la malvasía, la cerceta pardilla o la garcilla cangrejera, en
las que nos gastamos algunos millones de euros europeos para protegerlas,
mientras en los despachos se planean modernas urbanizaciones que bautizaremos
con el nombre de esas aves y espacios emblemáticos que queremos destruir.
Pero los
hiperprotegidos sobre el papel, como las Albuferas de Adra, los humedales de
Punta Entinas Sabinar, o las Salinas de Cabo de Gata, no se encuentran en
mejores condiciones. Es cierto que las numerosas y merecidísimas medallas que
lucen impiden determinados planteamientos sobre ellos, pero la falta de interés
por hacer cumplir las leyes, la carencia de unos planes de gestión adecuados,
la confusión de competencias, la propiedad privada de gran parte de los
terrenos, la falta de depuración de las aguas, la eutrofización por vertidos
agrícolas, la sobreexplotación de los acuíferos o la falta de una vigilancia
continua, los convierten también en territorios abandonados a su suerte. Si ya
es triste no tener protegidos todos los humedales en la provincia, es más
triste y humillante, que no se haga cumplir la normativa que garantiza su
conservación.
Luego hay
otros muchos humedales que no aparecen en ninguna lista, que son invisibles a
la normativa ambiental, pero que albergan una biodiversidad nada envidiable y
son fundamentales para la supervivencia de muchas especies de fauna y flora.
Pienso en los charcones de Sotomontes, los de la cañada de Onáyar y la de
Ugijar, todos en El Ejido, o esos encharcamientos temporales que permiten el
sustento de las aves migratorias que nos visitan cada año desde tiempos
inmemoriales.
Es cierto
que la conciencia ambiental ha cambiado mucho, que la ciudadanía empieza a
valorar estos ecosistemas, que incluso algunos ayuntamientos ya no viven de
espaldas a ellos y los ven como nuevas oportunidades para el turismo, para la
educación, para recordar con orgullo la historia del municipio, pero queda
mucho por hacer desde la ciencia, la gestión, la política, la divulgación, la
concienciación para hacernos entender que los humedales son mucho más de lo que
se ve en superficie, que hay una serie de servicios ecosistémicospor los que
deberíamos garantizar su conservación.
Si
tuviésemos que cuantificar con un precio lo que hacen por nosotros sería
inasumible para nuestra economía, porque
entre otras cosas nos ayudan a controlar las inundaciones, a recargar los
acuíferos, a regular la temperatura, a estabilizar las costas y protegernos
contra las tormentas, a retener y exportar sedimentos y nutrientes, a depurar las
aguas, y a mitigar las consecuencias del Cambio Climático. Son reservas
de biodiversidad, generan una gran cantidad productos, y nos ayudan a recordar
valores culturales y etnográficos, además de ser unos espacios idóneos para el
turismo, disfrute personal y mejora de nuestra salud.
Tenemos que hacer una apuesta de futuro por ellos y para ello se requiere de un esfuerzo colectivo entre la ciencia, la planificación y protección del territorio y la concienciación ciudadana. Compatibilizar la conservación de los valores naturales de los humedales con el uso y aprovechamiento económico y sostenible de los mismos, es uno de los grandes retos de los próximos años. ¿Estaremos a la altura? Mirando a Doñana, a las Tablas de Daimiel y al Mar Menor, me temo que no, pero habrá que ser positivos.