Estoy maldiciendo al año 2021 que por fin desaparece y lo hago en kaló, el
lenguaje que hablan los gitanos y las gitanas españoles, y que es la forma de
hablar que yo aprendí en mi casa de Puerto Real desde que tengo uso
de razón. Y ruego a los jóvenes gitanos que están haciendo un gran esfuerzo por
recuperar nuestro viejo idioma que no se enfaden conmigo por usar la forma
tradicional con que nuestros padres han hablado durante muchísimos años. Los
que estudian ahora están aprendiendo a usar el Rromanó que es la
forma correcta con que se comunican los catorce millones de gitanos y gitanas
que poblamos el planeta. Y hacen bien. Pero en estos momentos debemos ser
conscientes de que para la inmensa mayoría de los gitanos españoles es
sumamente difícil hacer la transición desde el kaló tradicional al Rromanó
universal sin valorar adecuadamente lo que, para nosotros, los gitanos
españoles, portugueses y del sur de Francia representa el idioma de nuestros
padres.
Fue precisamente George Borrow (1803-1881) quien dio el tiro de salida cuando publicó en Badajoz. en1836, la traducción al kaló del Evangelio de San Lucas. Texto fundamental que nos da la seguridad científica de que lo que Borrow escribió lo hizo copiando la forma de hablar de los gitanos de entonces. De esta forma se aseguraba de que el mensaje que pretendía llevar a sus oyentes podía ser entendido.
Y así ha permanecido hasta nuestros días. Sorteando siglos de persecución y
prohibiciones, el kaló ha seguido vivo siendo hoy una de las principales señas
de identidad del pueblo gitano.
Chorrí bají le diñelen al berge 2021
La traducción literal de esta frase es “mala suerte le den al año 2021”. Pero la interpretación más ajustada a lo que con ella se quiere decir, sería: “mala ruina tenga el año 2021”. Es decir, estamos echándole una maldición a este año que tanto dolor y preocupación ha traído a buena parte de la humanidad.
Se podría decir que la maldición gitana tiene una gran fuerza resolutiva. De la
misma manera que otros podrán opinar que eso es una chorrada. Y no es así. La
vida diaria está llena de testimonios que vinculan el comportamiento humano al
compromiso dado ritualmente de cumplir con la palabra dada. En todas las
legislaturas en que he renovado mi condición de diputado he jurado cumplir con
las obligaciones de mi cargo lo que supone un compromiso religioso ante Dios de
que seré fiel a mi juramento. Otros diputados y diputadas optan por decir “prometo” lo
que supone una cierta forma laica de colocar el honor personal por encima de
cualquier otra consideración. Pero todos los estudiosos están de acuerdo en
reconocer que el juramento está ligado a ritos mágicos que en su origen
tuvieron un componente esencialmente religioso. La profesora Carmen
Castañón Jiménez que a mi juicio es quien mejor se ha ocupado de este acto
social, reconoce que quien contrae el vínculo invocando a los dioses o deidades
como testigos, aceptan una maldición autoimpuesta en caso de falta al juramento
o perjurio.
Pido, pues, respeto intelectual —lo que no quiere decir, obviamente, aceptación— al papel que las viejas gitanas, —una vez más la ancianidad se manifiesta como fuente de sabiduría y de poder— han jugado, y siguen jugando, a lo largo de nuestra historia.
He podido comprobar que las maldiciones —no solo las de los gitanos— forman parte de la historia de la civilización. Desde los tiempos remotos en que Josué amenazó a sus seguidores diciéndoles que “…si traspasareis el pacto de Jehová vuestro Dios que él os ha mandado, entonces la ira de Jehová se encenderá contra vosotros, y pereceréis prontamente en esta buena tierra que él os ha dado.” Sin olvidar las modernas formulas en las que se recuerda a quienes toman posesión de sus cargos que, si no cumplen con lo prometido, “que Dios os lo demande”.
2021 ha
dejado un reguero de muertes y de desgracias
Yo no puedo hablar en nombre de todos los gitanos. Nunca lo he hecho. Me merece
mucho respeto un pueblo que ha sido capaz de enfrentarse a tantas tragedias
para que una sola persona pueda erigirse en profeta de su destino. Sí puedo,
sin embargo, apelar a mi propia condición de serlo para maldecir al año 2021
que tantas desgracias ha traído a la humanidad y más concretamente a los
gitanos.
Este año heredó la pandemia surgida en 2020 y se mutó en olas asesinas que
acabó con la vida de entre siete y diez millones de personas en el mundo
habiendo logrado infectar a más de 143 millones en los cinco continentes.
Pero a nosotros, los gitanos, al margen de la Covid-19, 2021 nos dio el zarpazo
en Afganistán donde miles de hombres y mujeres gitanos se han visto
constreñidos por los nuevos dirigentes.
Y en Europa, por señalar un solo caso por todos, la muerte de Stalisnav
Tomás, un hombre gitano de 46 años a manos de la policía checa ha sido
calificada como “aborrecible, brutal e inhumana”. Las imágenes que han llegado
hasta nosotros y que se han difundido por todo el mundo son escalofriantes. La
TV nos ha mostrado un vídeo en el que se ve como un policía checo asesina a un
hombre gitano poniéndole una rodilla en la garganta hasta asfixiarlo
Y en América, la policía militar de Vitòria da Conquista (Brasil) salió
de caza matando en el acto a cualquier gitano o gitana que se encontraban en su
camino. Y no solo eso, los policías estuvieron promoviendo una verdadera
caza y matanza de las familias gitanas de la ciudad y la región
Y en España, en este desgraciado 2021, ha sido el Tribunal Constitucional el
único animal que ha tropezado dos veces en la misma piedra. Dicho sea, con todo
respeto. Han vuelto a negarle a una gitana su pensión de viudedad porque dicen
los magistrados que el matrimonio gitano no vale. Pero nuestro Tribunal
Constitucional no escarmienta. Tropezó en el año 2009 y ha vuelto a tropezar en
2021. Cosa que no hacen los burros. Su instinto les advierte de dónde está la
piedra y cuando llegan a ella la bordean y así no caen al suelo. En el año 2009
el Tribunal de Estrasburgo nos dio la razón. Esperamos que en el año 2022 nos
la vuelvan a dar.
Pero 2021 no quiso decirnos adiós sin dejar su huella en un dramático suceso
ocurrido en el puerto del Pireo, en Grecia. Una niña gitana de ocho
años encontró su muerte atropellada por una puerta metálica. La gitanita, ¡ocho
años, no se olvide!, estuvo agonizando durante más de 20 minutos porque la
pesada puerta metálica le aplastó la columna vertebral. Murió de asfixia y
hemorragia interna. Pero lo verdaderamente grave, inhumano y condenable es que
hasta siete personas pasaran por delante de la pobre niña que se moría
aprisionada por la pesada puerta metálica y no hicieran ni siquiera el gesto de
ayudarla a salir de aquella terrible trampa.
2021 pasará a la historia como el año en el que las fuerzas ocultas del racismo latente en nuestro país intentaron hacer desaparecer a la Unión Romaní. Por ahora no lo han conseguido. Lo que sí han logrado es alertarnos de que quienes pretenden ser juez y parte, importándoles un bledo el sufrimiento de los más débiles, deben ser señalados con la fuerza de la supervivencia con que nuestras viejas gitanas maldecían a los malos. Amén.
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