En estos días de inusuales y maravillosas temperaturas, con la
amenaza invisible y las restricciones para echar un café, muchos han salido a
la naturaleza, buscando la paz, la tranquilidad, el sosiego, la desconexión de
tradiciones obsoletas, de la información toxica que nos atemoriza, de un mundo
cada vez más apocalíptico, idiotizado, individualizado.
Atardecer en Punta Entinas el pasado 28 de diciembre de 2021 (Foto del autor) |
Desde el estallido de la crisis sanitaria, para alejarnos de todo,
para aislarnos de todos, buscamos los espacios naturales, ya sean protegidos o
no, porque nos ofrecen esos encantos que cada vez valoramos más y los
convertimos en esos rincones personales, únicos, que pensamos,
autoengañandonos, que nadie visita salvo nosotros.
El mío es el Espacio Protegido Punta Entinas Sabinar que he
disfrutado estos días todo lo que he podido, observando sus impresionantes
puestas de sol, los espectaculares reflejos sobre sus mansas aguas de las
caprichosas nubes, la soledad de sus senderos, y el bello y colorido vuelo de
las aves.
Es tanto lo que me ofrece, que cada vez soy más intransigente con
las barbaridades que allí veo cada día y que están convirtiendo mis
terapéuticos paseos en una aventura estresante. Debe ser la edad, mi egoísmo,
mi simplista visión de lo que significa disfrutar de la naturaleza, o el cada
vez más arraigado pensamiento de que no tenemos solución, que cada día
encuentro menos justificaciones a la forma de comportarse de algunos. Valgan
tres ejemplos.
Los dueños de los perros que, nada más entrar al espacio
protegido, los dejan correr libres. Entiendo que si deciden tener un perro es
porque le gustan los animales, y que si van allí a pasear es porque le gusta la
naturaleza. Quizás sea el desconocimiento, o esa tonta creencia de que su perro
no hace daño a nadie, o que un pato más o menos no va a acabar con el mundo,
pero quitarle la cadena, es un atentado contra la naturaleza, y si eso es
demasiado peso para su conciencia, lo dejaremos en un delito tipificado por
ley, ya que los perros deben ir siempre atados en los espacios protegidos. Por
muy mansos que sean tienen un olfato increíble, una curiosidad extrema, y un
instinto animal que es muy difícil de controlar. Ya sea jugando, por accidente,
o porque le premian las gracias, nos encontramos con huellas alrededor de
nidos, animales muertos por sus ataques y millones de excrementos.
Para demostrar que a alguno le falta un hervor, al dueño, nunca al
perro, solo hay que ver esas bolsitas donde han recogido los excrementos
puestas en el camino. Si no recogerlas ya es desagradable y contraproducente
para el ecosistema, el embolsarlas y dejarlas allí ni te cuento. ¿En qué piensa
alguien qué hace eso? No lo entiendo. En otra ocasión alguien llevó a enterrar
a su perro allí, y para honrarlo, para llamar la atención de su delito, le hizo
una tumba muy bonita, le puso una cruz con su nombre, y lo más incomprensible
es que le puso flores de plástico en un sitio donde crecen de forma natural más
de 270 especies de flora diferentes.
Otro de los ejemplos son los que ven en Punta Entinas el picadero
perfecto. Van a ver las puestas de sol de los alcores, se toman unas cervecitas
y dan rienda suelta a su amor desenfrenado. Otros, entre las dunas, tras el
cañaveral, van buscando el polvo fugaz, con el desconocido, el aquí te pillo,
aquí te envisto, por lo que si no quieres que alguno se te insinúe debes llevar
unos prismáticos para dejar claro que vas allí a ver aves, no pajaritos
enjaulados. Nada tengo contra la sexualidad de cada uno, pero que no dejen todo
lleno de toallitas, preservativos y las basuras de su bacanal.
El tercero de los ejemplos son los aficionados al caravaning, que
buscando la tranquilidad, la belleza del lugar, montan un poblado de viviendas
de lujo en un plis plas. Algo que, además de ser ilegal, para eso están los
sitios establecidos, provoca, por la insensatez de algunos, que tras su marcha
la zona huela a cloaca porque vacían sus depósitos de aguas grises. Estos días
la zona del viejo Cuartal Príncipe Alfonso parecía un camping. Bombonas de
butano junto a la Reserva Natural, perros que ladraban a los ciclistas que
pasaban por allí y que le llevaban de regalo a sus dueños una cigüeñuela entre
sus dientes.
Lo peor de todo no es la insensatez, la falta de información, de civismo, es la mala educación que tienen algunos, y lo ofendidos y gallitos que se muestran cuando les dices que lo que están haciendo, además de crear un perjuicio ambiental, es infringir la ley. En fin, que el 2022, además de buena salud, nos traiga un poco más de cordura y sensatez.
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