La guerra entre Ayuso y Casado ha sumido a los 21.843 afiliados al Partido Popular en Almería en un estado de irritación, estupefacción, desolación y bochorno nunca vividos ni en sus noches electorales más amargas. "Los dos se han pegado un tiro delante de las cámaras de la televisión y es posible que ninguno salga vivo del disparate", me dijo en la mañana del viernes uno de los almerienses que mejor conoce los pasillos de Génova. "Cuando dos gallos se pelean, uno de los dos acaba muerto", vaticinó por la tarde con tristeza una persona que conoce cómo son las consecuencias personales y electorales de una guerra orgánica.
Pero, al lado de la devastación emocional en la que se encuentra sumido todo el partido, hay otro sentimiento corrosivo que se acrecienta a medida que pasan las horas: el desconcierto. Sostiene un principio militar que cuando el mando duda, la tropa sufre y es en ese espacio atribulado de la incerteza donde se encuentran los militantes del partido en cualquier rincón de España.
La actitud de Casado y Ayuso es censurada por la inmensa mayoría. Hasta aquellos que más se identifican con uno de los dos bandos no eximen ni al presidente del partido ni a la presidenta de Madrid de su responsabilidad en el caos en el que han sumido al partido. Pero yendo más allá de este reproche generalizado, ¿en quién proyectan los militantes almerienses un mayor nivel de culpabilidad, en Casado o en Ayuso?, y, planteado de otro modo, ¿quién de los dos tiene más apoyos en la guerra abierta? Especular en medio del tsunami emocional en el que se encuentra una organización tan heterogénea es un riesgo cercano a la osadía, pero hay una acumulación de indicios que reducen ese riesgo y posibilitan situarse desde la esquina del rigor en un espacio más cercano a la certeza que a la duda.
Almería fue en las primarias la provincia andaluza donde Cospedal tuvo más apoyos. El posicionamiento de Gabriel Amat junto a la secretaría general del partido decidió la aritmética de forma rotunda. En la segunda vuelta y tras la retirada estratégica de Cospedal, los votos almerienses fueron a Casado, algo que no pasó desapercibido para el sucesor de Rajoy y fue determinante para que Javier Aureliano se situara en la dirección nacional del partido.
Almería es desde entonces casadista, una posición que en aquellos primeros meses generó una disimulada inquietud en el entorno de Juanma Moreno, alineado decidido en la trinchera de Soraya, y que, en aquella batalla, contó en Almería con el apoyo de Carmen Crespo, Ramón Fernández Pacheco y Paco Góngora, los únicos dirigentes provinciales que se alinearon extramuros de la mayoría orientada por Amat. (Por cierto: Amat nunca llevó esta discrepancia al peligroso territorio del reproche; quizá porque él tampoco era un entusiasta de Cospedal, pero los compromisos hay que pagarlos y, ya se sabe, para Gabriel la palabra dada es sagrá).
El PP fue un partido jerárquico en la época de Gabriel Amat y lo continúa siendo con Javier Aureliano. En una estructura con tanto poder como ha alcanzado el PP en la provincia -Junta, Diputación, principales alcaldías- siempre hay fugas, versos sueltos, aspiraciones insatisfechas y resistencia a cambiar de posición por agotamiento de capacidades, pero estas inevitables situaciones ni deterioraron entonces ni deterioran ahora la jerarquización orgánica de un partido en el que las sugerencias del presidente provincial son siempre recibidas en primer tiempo de saludo.
Tres días después de la asonada de Ayuso contra Casado desde la Puerta del Sol, aunque en la penumbra íntima de la luna muchos se identifiquen con el tirón populista de la presidenta de Madrid, ninguno lo ha hecho público, mientras que Javier Aureliano, Rafael Hernando, Miguel Ángel Castellón y Ramón Herrera sí han explicitado su apoyo a Casado. Es solo un síntoma, un detalle, pero no menor.
Aunque en estas horas de turbulencias en lo que sí coinciden todos es en estar unidos y en mirar la guerra entre Génova y la Puerta del Sol desde la lejanía con la que se mira un incendio que va a acabar quemando a uno de los dos o a los dos contendientes, pero del que hay que preservar, por encima de todo, el poder alcanzado por el PP en Andalucía después de casi cuatro décadas de oposición.
"Nosotros le echamos a esto 14 horas al día y no podemos mandarlo todo al carajo por una pelea de la que no sabemos nada o casi nada de lo que se esconde detrás de quienes han decidido radiarla", esa es la opinión de un dirigente que mira cómo deslumbra y desquicia el fuego provocado por una hoguera de vanidades que puede acabar abrasándolos a todos si quienes la alienta continúan en la excitación marxista del genial Groucho cuando en “Los hermanos Marx en el oeste” gritaba enloquecido "¡Es la Guerra, más madera”.
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