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Carta abierta al obispo de Almería

Antonio 'El Llana'
Topares

Señor obispo de Almería: Soy una persona que tiene la suerte de encontrarse entre las seis o siete más mayores de Topares y quisiera explicarle cómo hemos ido construyendo las obras de nuestro cementerio, nuestra iglesia, nuestro salón social y nuestro tele-club.

Gómez Cantero, obispo de Almería / Juan Sánchez

Trabajé junto a mi padre en todas ellas cuando las circunstancias lo requerían. Yo tenía 17 años. Mi padre y tantos y tantos hombres de su edad, que eran muchos, llamaban a las puertas de los 60. Ahora le voy a explicar cómo aquellos hombres con 60 años, hace 65, sacaban fuerzas de voluntad y flaquezas para hacer lo que hacían. Primero se reunía todo el pueblo en la asamblea general, en el único local que había con un poco de capacidad, que era una posada (la de Virgilio). El pedáneo y dos maestros de obras que había junto con el cura exponían la situación y se aprobaba por unanimidad, ya que la situación siempre era extrema.

Se empezaban las obras y uno de los maestros iba llamando al personal que necesitaba. Hoy cinco, mañana siete, pasado mañana x... Como había que traer el sueldo a casa, los días que nos tocaba trabajar para estas obras lo hacíamos de la siguiente forma: madrugábamos a la alborada y nos dirigíamos andando a los barrancos de la Casa Mula, a cinco o seis kilómetros. Se abrían en el monte 120 hoyos de 40x40x40 para sembrar pinos. Terminado esto, volvíamos a casa en el mismo medio de locomoción que fuimos para comer a la una y a las dos empezar media jornada, así 6 días de cuota o cupo que nos habíamos dado.

Los agricultores de la comarca llegaban con carros cargados de piedras, arena y materiales de construcción, y regresaban cargados de escombros. Los comerciantes aportaban donativos que luego se empleaban para pagar servicios especiales. Las familias con mayor renta social solían pagar a jornaleros para que cumplieran con su cuota, satisfaciendo así dos deberes sociales.

Albañiles, carpinteros, cerrajeros y peones, todos trabajábamos con alegría e ilusión. Vi a mujeres con cubos y caballería acercar agua de nuestras escasas fuentes. Vi impedidos para el trabajo, vi ancianos y vi adolescentes recoger restos de esqueletos, reuniéndolos para su posterior incineración. Lo que no vi en todo ese tiempo fue ni al obispo ni al vicario de aquella época asomar por estas tierras de Dios para darnos palabras de esperanza, una ayuda, un consejo, ni tan siquiera una bendición.

Este testimonio son las facturas junto con otras y la carta de presentación que daremos a quien las pida o la pueda exigir, para si alguien quiere compararlas con las que ustedes dicen tener. Por lo que ahora les pregunto, ¿qué piensa de esto la Iglesia o el obispo y el vicario como representantes de la misma?

No tengo ninguna duda de lo que pensaría mi padre y tantos y tantos sexagenarios o no, hombres y mujeres que no conocían las leyes terrenales, pero que llevaban muy dentro de ellos la ley de Dios que les habían enseñado sus padres, aprendido de sus antepasados y que la Iglesia se había encargado de inculcarles durante siglos y siglos, si vieran que todo aquello que hicieron con tanto sacrificio, esfuerzo, sudor y, por qué no decirlo, ilusión y orgullo de estar realizando algo para el beneficio de todos y para todos, que la Iglesia, nada más y nada menos que la Iglesia, ha llegado con sus manos (...) diciendo que todo esto es suyo, porque se lo han inmatriculado a su nombre, aprovechándose de la ignorancia de todo un pueblo.

Por tal causa, señor, le pido y le ruego, encarecidamente, que reflexione y no sea culpable de arrastrar a todo un pueblo a donde no quiere ir, pero que tampoco retrocederá ni un milímetro en llegar a donde tenga que llegar y la ley se lo permita para recuperar lo que es suyo y por ende le pertenece.

Pero si desiste en su actitud, y su decisión fuese satisfactoria para todos, yo le aseguro y le prometo que este pueblo entero, católico y cristiano, sabría entenderlo, comprenderlo y perdonarlo.

Y, en su defecto, que Dios juzgue a cada cual. Me despido, respetuosamente. El Llana.

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