¿Es necesario, viable y eficaz un partido independiente en Almería?

Pedro Manuel de la Cruz
Director de La Voz de Almería

Desde la llegada de la Democracia hay dos interrogantes que, como un Guadiana menor, aparecen y desaparecen en el argumentario colectivo de no pocos almerienses, la mayor de las veces sin dejar más huellas que las que siguen a un desahogo efímero nacido de un enfado puntual. La primera es si a Almería le hubiera ido mejor no perteneciendo a Andalucía y conformando una comunidad autónoma con Murcia. La segunda, si un partido almeriensista pondría a la provincia en mejor situación que en la que la sitúan los partidos que hasta ahora han liderado sus preferencias electorales.  

La primera pregunta queda reducida a una mera elucubración sin arquitectura constitucional que la soporte. Cuando Juan Antonio Gómez Angulo, diputado por UCD en 1977, planteó esta posibilidad desde la comodidad de su despacho en la calle Serrano evocaba un sentimiento compartido por otros ciudadanos que vivían en la incomodidad administrativa de sentirse más cercanos a la capital murciana que a la almeriense. El Levante, el Almanzora y Los Vélez se sentían más cerca de aquella porque las carreteras que le unían con ella y los servicios que allí encontraban superaban a los que ofrecía su capital administrativa. La indefinición de los territorios fronterizos provoca cercanías que la geografía administrativa no puede evitar. Mientras Murcia en los años 70 era ya una capital que miraba al futuro en la economía, la educación o la sanidad, Almería todavía continuaba mirando al pasado instalada en la nostalgia rentista de aspirar a poco, teniendo, así, la coartada perfecta para esforzarse menos en conseguirlo. La Constitución del 78 acabó con cualquier posibilidad secesionista, aunque no ha podido con aquella elucubración del diputado centrista.  Insistir en ese argumento es tan inútil como azotar un caballo muerto.  

Lo que sí continúa vivo es el segundo interrogante. La tentación de un partido provincial es una sombra que no acaba de abandonar el imaginario almeriense. Siempre está ahí y siempre hay algunos francotiradores apostados a disparar sus balas llenas de agravios indiscutidos cuando el olvido de Madrid o Sevilla alcanza lo intolerable. A veces resulta extraño que, habiendo habitado casi siempre en ese olvido, no hayamos sido capaces de despertar con el estruendo de un puñetazo en la mesa. La resignación almeriense ha sido históricamente ilimitada. Y así nos ha ido. Y nos va. 

Los defensores de un partido almeriensista están asistidos de la razón emocional cuando la plantean desde el agravio comparativo con otras provincias, la sumisión de los políticos almerienses a los dictados de Madrid o Sevilla o la posibilidad de formar parte de la geometría variable de la aritmética parlamentaria si los idus que configuran las mayorías para gobernar nos son favorables, lo que nadie asegura que así sea. Como escenario para expresar el desahogo existen razones desde las que apostar por esa idea, tan respetable y defendible, en cualquier caso.   

La duda llega cuando la pregunta se plantea sobre si esa opción es la más eficaz para defender los intereses de la provincia. Los ejemplos de Teruel Existe o la rentabilidad de la expresión de hartazgo sobre la que se ha construido los partidos provinciales en las últimas elecciones en Castilla y León no son muy alentadores. Ninguna de estas opciones ha demostrado un alto nivel de eficacia en la consecución de los objetivos que se planteaban. El PSOE tiene en los turolenses independientes un aliado casi incondicional y el PP se abrazó a Vox sin casi mirar a los diputados autónomos de León, Soria o Ávila. Como canta Serrat, no es amarga la verdad, lo que no tiene es remedio. Y la verdad es que estas iniciativas casi siempre (otra cosa es el PNV y sus cinco diputados) están condenadas a vivir, al menos hasta ahora, en la ineficacia.  

Un partido almeriensista no iría más allá. La estructura de los grandes partidos estatales, con sus redes expansivas de alcaldes, concejales y militantes en todos los municipios dificultaría hasta casi la asfixia su nacimiento y, por si esta onda expansiva no fuera un arma de destrucción total, la complejidad social, demográfica y territorial de la provincia sería un campo de minas que la haría saltar por los aires antes de dar sus primeros pasos.   

Almería es una geografía social, económica y cultural tan diversa -y, muchas veces, tan contradictoria-, que la distancia que hay de una comarca de otra, a un pueblo de otro, va mucho más allá de los kilómetros que las separan. La diferencia sociológica y emocional entre un pueblo y otro es, a veces, inversamente proporcional a la longitud del recorrido que los separan. Cuando más cerca están, más alejados se sienten. Los campanarios pueden unir a quienes se cobijan bajo sus sonidos, pero históricamente han separado más que han unido.  

¿Quiere lo anterior decir que hay que resignarse a la sumisión a Madrid o a Sevilla de los políticos almerienses como si fuera una condena bíblica? De ninguna manera. Lo que hay que poner en práctica son inteligentes estructuras de presión que obliguen a quienes nos representan a defender los intereses de la provincia por encima de los intereses de quienes les han puesto ahí (lo que no ha sucedido casi nunca; los silencios de nuestros representantes han sido clamorosamente vergonzantes en esa abrumadora agenda de olvidos que padecemos), convirtiendo esa estructura de presión en una exigente aliada (insisto: exigente y aliada; las dos actitudes son compatibles cuando se combinan con inteligencia) ante quienes toman las decisiones . Y, a la par de esta estrategia de exigencia y complicidad, construir caminos que posibiliten que en los despachos donde se toman las decisiones importantes no solo se escuche la voz de la política de partido, sino el argumento razonado de los colectivos y líderes sociales que reivindican infraestructuras, servicios o eficacia administrativa, no para mantener lo conseguido, sino para aumentarlo. Escrito mas claro: un político puede tener capacidad de influencia en un ministerio o una consejería, pero, si ese mismo diputado, va acompañado por quienes crean cada día riqueza, puestos de trabajo, en definitiva, bienestar compartido en la provincia y fuera de ella- ahí está nuestra aportación al PIB español y andaluz- la capacidad de presión se verá fortalecida. La Política es tan importante que no hay que dejársela solo a los políticos.   

No es fácil. O mejor, no es tan difícil transitar por esta nueva forma de gestionar las reivindicaciones compartidas. Solo hay que ser inteligentes en la estrategia y generosos en el esfuerzo.  

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