Habían pasado pocos minutos del mediodía del sábado 5 de marzo. ´Miguel´, el nombre que aparecía en la pantalla del móvil era el de su hijo. Una llamada de rutina, una más de las muchas veces que hablaban cada día. Nada importante, seguro. Pero no fue así.
-Papá, anoche lo estuve pensando, ¿por qué no hacemos algo, por ejemplo,
ir hasta Polonia si es preciso, para recoger a los que huyen de la guerra y
traerlos hasta Almeria? Piénsalo, pero algo hay que hacer. Háblalo
con mamá, pero hay que hacerlo y vais tú o ella a recogerlos.
El padre permaneció un instante en ese umbral tenue que separa la sorpresa que paraliza del impulso que precede a la acción. Solo tardó un segundo en reaccionar. Había que hacer algo, claro. Lo que fuera. Se lo pedía su hijo, pero también se lo pedía el recuerdo imborrable de los ojos permanentemente tristes de Ana María, su abuela, la madre de su tío Antonio, aquel joven que con apenas 20 años se apuntó voluntario en el ejército de la República, que encontró la muerte en el frente de Teruel, y cuyo cadáver permanece sepultado en un territorio sin nombre en la lejanía aragonesa, pero cuya memoria nunca habitó en el olvido de su familia.
-A mí no se me ha olvidado ni un solo día aquella amargura inconsolable con la que murió mi abuela y mi madre sin poder recuperar el cadáver de su hijo y hermano, sin saber dónde estaba enterrado. Como no se me puede olvidar los años de sufrimiento que vivieron tras la derrota. El hambre que tuvieron que cercar cada día con el señuelo de las cáscaras de naranja o exprimiendo hasta lo casi incomestible lo que en cada estación pudieran cosechar.
Quizá de esa experiencia vivida con dolor y contada sin rencor por quienes le precedieron le viene a Miguel padre, su mujer y sus tres hijos esa decidida vocación por la solidaridad que desde pequeño le acompaña y que le ha hecho acudir allí donde se la ha llamado y allí dónde nadie le ha tocado a la puerta para contar con su compañía. Como a Cremes, el personaje creado por Publio Terencio Africano hace más de dos mil años, nada humano le es ajeno. Desde Cruz Roja a los Amigos del Deporte, desde el equipo de fútbol del pueblo cada domingo hasta las andas del Entierro de Cristo en la solemnidad nocturna del Viernes Santo, Miguel siempre ha formado parte de ese escuadrón de voluntarios para todo y para todos. Hasta en su opción empresarial- su sociedad cuenta con más de 200 trabajadores- está impregnada del cuidado de los demás.
Y, ahora, no iba a ser diferente.
Por eso este miércoles de calima se subió a uno de los dos autobuses contratados por su empresa- “qué más da lo que cueste, eso es lo de menos, lo importante es ser útil”, dice como el que no dice nada- para viajar hasta Hala Kijowcska y Korczowa, dos territorios polacos en el que hay instaladas naves de acogida transitoria situados a solo diez minutos de la frontera con Ucrania, para rescatar del horror a 95 mujeres y niños que huyen de la guerra de Putin.
Pero como el excelente emprendedor que es, su viaje a la primera línea de la batalla contra el terror comenzó después de haber estructurado en la retaguardia un ejército de familias que han mostrado su decisión de acoger en sus casas a los refugiados. Familias de Albox, Suflí, Urracal, Zurgena, Serón, Tíjola, Olula, Almería capital o Roquetas, entre otros pueblos y ciudades, han atendido a su llamada y en estas horas ya tienen preparadas sus casas- el corazón ya lo tenían preparado, lo traían de serie- para acogerlos a su llegada.
Casas de acogida y pisos vacíos, casi cien familias esperan a los ucranianos, la mayoría de ellas en Almería, algunos otros en Barcelona, que huyen del espanto y que en unas horas llegarán a Almería, una provincia desconocida, inexistente en su geografía mental, de la que algunos apenas alcanzaron a leer su nombre en carteles improvisados o lo escucharon en la voz de los voluntarios mientras deambulaban perdidos sin saber dónde acabarán viviendo los próximos meses, quizá los próximos años de su vida.
“Se nos rompe el alma- dice Miguel mientras apunta los nombres y asigna asiento a cada uno- y se emociona cuando recuerda la imagen de una joven llorando sin consuelo por el campo de refugiados. “Se llama Lina- recuerda Miguel- y acababa de llegar llena de espanto después de haber sobrevivido al bombardeo de su casa en Jarkiv. Me acerqué a ella, pero no nos entendíamos, solo lloraba. Le dije a Victoria, la intérprete ucraniana que vive en Albox y que nos acompaña, que hablara con ella. Ahora viaja con nosotros y sus dos hijos, de 4 y 6 años, y mañana estará con su madre y su hermano en Almería. La hemos rescatado del horror y, aunque hubiera sido solo ella la que nos hubiese acompañado en el viaje de regreso, ya hubiera merecido la pena”.
Y es ahora, cuando acabo de hablar con Miguel, cuando recuerdo aquella frase del Talmud en la que está escrito que “quien salva una vida, salva a el mundo”. Miguel Reche, Mariángeles García, su mujer, y Miguel, Felipe e Isabel, sus tres hijos, no han rescatado una vida del terror, han rescatado 95.
Esta noche Miguel se reencontrará con su mujer y sus hijos y habrá cumplido la promesa que les hizo la mañana del miércoles de calima cuando se despidió de ellos: “Volveré el domingo, no os preocupéis; no me pasará nada porque vienen conmigo el recuerdo y el ejemplo de mis padres y nuestra Virgen del Saliente”.
¿Quién dijo que no hay gente buena en el mundo?
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