Las noticias son cada día más alarmantes. El coraje y el optimismo
de Zelenski se contrarrestan con ataques en guarderías, en corredores
humanitarios, en hospitales, en fábricas de pan. Lejos de dejarse intimidar por
las históricas sanciones, Putin amenaza con armas nucleares y se acerca
peligrosamente a Polonia. Europa sigue exigiendo nuevas sanciones económicas y
mandando dinero para armar a la resistencia ucraniana, y EE.UU nos avisa de la
catástrofe que sería tener que cumplir las amenazas de entrar en el conflicto
si se cruza la línea roja. A pocos días de celebrar el día de la poesía, es
inevitable no recordar los versos de Gabriel Celaya: Porque vivimos a golpes,
porque apenas si nos dejan, decir que somos quien somos, nuestros cantares no
pueden ser sin pecado un adorno. Estamos tocando el fondo.
Y mientras nuestros dirigentes, que
no supieron, no quisieron, no se atrevieron o no les interesó adelantarse a los
acontecimientos, recomponen el mapa geopolítico y nos aconsejan no encender la
calefacción, que nos apretemos el cinturón, que nos preparemos para lo peor, la
ciudadanía vuelve a demostrar la determinación, la valentía, la eficacia, la
humanidad de la que las administraciones carecen.
Día tras día vemos expediciones
relámpago financiadas con colectas vecinales, de ahorros personales, de ONG,
para llevar alimentos, ropa, medicinas y rescatar a los desplazados que esperan
asustados, angustiados, desesperados en las fronteras, en los campos de
refugiados, en tierra de nadie. Estos gestos individuales son la poesía que
reivindica Celaya, la poesía cargada de futuro, la poesía de los que toman
partido hasta mancharse y dejan en evidencia a los neutrales, a los que se
lavan las manos, a los que se evaden, a los que toman partido, como añade Paco
Ibáñez cuando canta estos versos, partido hasta forrarse.
Y me pregunto por qué tienen que
arriesgar estas personas sus vidas, su dinero, sus vehículos. Por qué si unos
simples camareros, jugadores de rugby o monjas de la caridad, son capaces de
organizar una expedición para atravesar el continente, llegar a una zona de
conflicto y rescatar a todo el que pueden, no lo hace esa Europa en la que
tantas esperanzas pusimos, y que en los momentos cruciales no ha estado a la
altura. Por qué se han invertido 500 millones de euros en armamento y solo 90
en ayuda humanitaria. Por qué los militares, que no pueden entrar en el
conflicto pero que tienen una gran preparación en este tipo de situaciones, no
están organizando una evacuación controlada. Por qué no nos saltamos las normas
para que los Cascos Azules de la ONU estén garantizando esta triste diáspora.
La única respuesta que se me ocurre es que para ellos, los estadistas, los economistas, los gobernantes, solo somos números, frías cifras, estadísticas. Y nos resistimos a ello, como Zelenski, y todos los ucranianos que tienen la ocasión en los medios de comunicación, y que están mirando de frente, a los vertiginosos ojos claros de la muerte, recurren a nuestros sentimientos, a nuestra humanidad, a nuestro corazón, para que pidamos acabar con la guerra, para que nos enfrentemos a nuestros gobiernos, para que exijamos la paz. También intentan hacerle entender a los soldados que capturan, a las madres que los llaman de Rusia para saber cómo están, que en sus manos hay otra forma de hacer el mundo, de liberarnos contra la tiranía, contra el opresor. Un ejercicio desesperado por hacerlos despertar y mostrarles, personalizando en ellos, la solución y en a las víctimas el verdadero drama de la guerra. Las verdades de Zelensky no solo me recuerdan a Celaya, también a Lennon por hacerme imaginar un mundo viviendo la vida en paz. Y yo, que a veces soy un iluso, imagino.
El mismo día que se celebra el día
de la poesía, es el equinoccio de primavera y se celebran, entre otras
efemérides, el día de los bosques, del color, de las marionetas, del síndrome
de Down. Pero lo más curioso es que también, desde 2010, se celebra el Día
Internacional del Nowruz, una fiesta con 3.000 años de antigüedad y que
conmemora el primer día del calendario persa. La celebran más de 300 millones de
personas en Asia Central, el Oriente Medio y otras regiones, y fue prohibida en
muchos países cuando fueron absorbidos por la URRS.
Nowruz significa “nuevo día” y representa la oportunidad, el renacer, el
compartir, la solidaridad, el reconocer al otro como un igual, el respetar la
diversidad cultural, la unidad de la raza humana, la libertad. La base para
fortalecer la paz y la cooperación internacional.
Pues eso Vladimir, feliz Nowruz y feliz día de la poesía para todos los que toman partido, aunque sigamos tocando fondo, partido hasta mancharse.
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