Vecinos de
Palomares y expertos muestran su pesimismo por la descontaminación de Palomares
y denuncian la falta de rebeldía social “porque se quiere olvidar el plutonio”.
Enrique Fernández, Pedro Perales, Antonio Torres y Antonia Flores / Loa
La vida era
más difícil en 1966. Extraña que, salvo excepciones, en los centros de
enseñanza de Cuevas del Almanzora, Vera o Huércal Overa no se les habla a los
alumnos sobre lo ocurrido en Palomares en 1966. La juventud actual, en amplia
mayoría, desconoce lo que aconteció en Palomares aquella mañana invernal de
1966, afirma el profesor Enrique Fernández Bolea, cronista de Cuevas del
Almanzora. “Es, sí, un hito histórico de trascendencia mundial peligrosamente
ignorado por quienes tendrían que reivindicar en los tiempos venideros
soluciones a las consecuencias que se derivaron de aquel día aciago. Pero
tampoco se hace nada por invertir esta nefasta realidad, nada desde un sistema
educativo que irresponsablemente se mantiene al margen, no traslada lo que pasó,
cómo sucedió y qué acarreó y aún hoy acarrea. La ignorancia paraliza voluntades
y reivindicaciones, fundamentos de la movilización social que fuerce las
decisiones que conduzcan a la limpieza de Palomares. Mientras esto no
acontezca, los poderes continuarán postergando toda acción que nos devuelva la
decencia perdida”.
Casi
todos los vecinos de las barriadas de Cuevas del Almanzora, especialmente los
de Palomares, se echaron a la calle para socorrer a los cuatro supervivientes.
Hubo siete fallecidos, pero los vecinos desconocían que el plutonio estaba ahí
y sigue amenazando.
Antonia
Flores García tenía seis años y le impactó las dificultades que tuvo su padre
para regresar a casa de Palomares, tras su ruta diaria de vendedor de leche en
Garrucha. La Guardia Civil advirtió a sus padres que no dieran de comer a los
animales. “Mi padre se levantaba a media noche para cuidar a sus animales,
desoyendo las órdenes. Recuerdo de aquellos primeros días del accidente la
primera vez que vi a personas negras. Nos daban paquetes de chicles, lapiceros,
chocolatinas. Hubo un momento que nos echaron de la casa, sin darnos
alternativas, y buscamos a familiares. Quitaron capa de tierra y nos
prohibieron coger habas y tomates lo que había sembrado”. Antonia Flores, con
apenas 25 años, fue alcaldesa pedánea y comenzó a aglutinar los intereses de
los vecinos y a percatarse de que no se les daba toda la información en Madrid
y con mucho misterio sobre los análisis efectuados a la población por parte de
la Junta de Energía Nuclear.
El
profesor Pedro Perales Larios asistía a su clase en Instituto de Cuevas del
Almanzora. “Estuvimos en la puerta del infierno y cuando contemplaba la cola
del B-52 el párroco nos echó de allí diciendo que era peligroso. Después, de ir
y venir, me detectaron contaminación en los pantalones que quemaron, pero en mi
cuerpo no hubo,
afortunadamente,
ni rastro”. Perales Larios lamenta que una familia de Cuevas del Almanzora que
contaba con un comercio y una pequeña furgoneta, tuvieron que abandonar el
pueblo por el vacío que se les hizo, tras ser el único transportista que se
ofreció a trasladar los cadáveres que fueron velados en el Ayuntamiento de
Cuevas del Almanzora.
Del
accidente de Palomares y de Villaricos, los vecinos fueron privados de sus
derechos y de una información fiable en unos tiempos de emigración y silencio.
El catedrático Rafael Quirosa Cheyrouze, decano de la Facultad de Humanidades
de la Universidad, como responsable, fue testigo de la aportación de vecinos.
La falta de voluntad política y económica marcó la última jornada. El pesimismo
sobre el futuro de la descontaminación marcó las jornadas bajo el la
coordinación de José Herrera y el epígrafe “La Guerra Fría en 1966. Palomares y
Villaricos”. La información la monopolizaban los redactores de La Voz de
Almería con Manuel Román a la cabeza y las crónicas como corresponsales de
agencia que daban para la prensa nacional. Hay que subrayar en esos primeros
días en los que había que descontaminar la ropa y especialmente el calzado o
pegarle fuego sobresalió la figura del corresponsal de Cifra y EFE del profesor
de dibujo en Huércal Overa Cantón Checa, célebre pintor indaliano.
Palomares
sigue en la actualidad mundial. Un reportaje emitido hace unos días por la BBC
se refiere a un nuevo documento desclasificado de 1963, tres años antes de lo
de Palomares, del secretario de defensa norteamericano, Robert Mcnamara, me lo
pasa el documentalista de Canal Sur Radio y Televisión Ángel Roldán Molina. Ahí
Mcnamara avisó ya de la peligrosidad de los vuelos del mando aéreo estratégico.
Después del accidente termonuclear de Palomares, aquel famoso lunes 17 de enero
de 1966, Mcnamara esgrimió con fuerza y hechos el argumento de desviar el
presupuesto a la tecnología de los misiles balísticos intercontinentales, que
limitaba el peligro de daño nuclear por accidente. El lío sigue. La agencia
Europa Press informó el pasado fin de semana que la
Abogacía del Estado ha admitido ante el Supremo que el decreto de medidas
urgentes ante la guerra en Ucrania hace "innecesario" que se
pronuncie respecto al recurso por el que Ecologistas en Acción pide que se
obligue al Consejo de Seguridad Nuclear (CSN) a fijar plazo para la limpieza de
la radiactividad en Palomares.
Sobre
el día de accidente. Quien
narra recuerda un estallido más potente que un trueno cercano. Salimos del
colegio en estampida pensando que el humo del accidente salía de la barriada de
La Perulaca. Cruzamos rambla, naranjos de Agustín Ros, membrilleros y manzanos
del tío Benito Barón y Francisco Gallardo y el antiguo campo de fútbol El
Albardinal. Había otro grupo de niños que tomaron otra dirección pensando que
el fuego estaba antes de llegar a Vera. Uno de ellos es Juan Llorente Caparrós
(Los Gallardos, 1954). Recuerda que su grupo se lanzó calle Mayor abajo,
buscando la carretera nacional, pero al poco tiempo se percataron desde los
sifones del tío Miguel Sánchez y de José Haro, el tío Chicharrote, que la nube
de fuego estaba lejos del pueblo.
José
González Núnez y Francisco Morales Reyes desde Turre llegaron hasta la loma de
Venena pensando por defecto óptico que los aviones habían caído ahí.
Diego Haro Molina (Los Gallardos, 1950): “Cuando los americanos se asentaron en el campamento Wilson, con mi paisano Paco Llorente, éramos estudiantes en el Instituto Laboral y comprábamos tabaco barato de la marca Salem Menthol”. Otros tiempos.
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