El 1 de abril de 1985, siendo consejero de
Cultura Javier Torres Vela,
un funcionario anónimo abrió un expediente con el código 51-0011414 en un despacho del sevillano Palacio de
Altamira. Llevaba por título “Incoación Declaración BIC de la Estación de Renfe
de Almería. Categoría, monumento”. Ese
funcionario estará ya jubilado o en un cementerio, pero el expediente
administrativo BIC que incoó con un bolígrafo BIC -aún no había ordenadores-
sigue ahí, sin cerrarse y en el mismo cajón que lo dejó 37 años después.
La Estación, en los años 80, cuando la Consejería de Cultura abrió expediente para declararla Bien de Interés Cultural / La Voz de Almería |
Era ese tiempo en el que un toro acababa de matar a Paquirri y en el que en Almería aún se compraban los tornillos en La Llave cuando, en virtud de la nueva Ley de Patrimonio de 1985, el edificio historicista de la vieja Estación pasaría a tener un estatus de Monumento, como la Catedral o el antiguo Casino. Pero encalló, como solo encallan los grandes buques, y ahí sigue esa Declaración de Bien de Interés Cultural encallada. Quienes no callan ni encallan son los colectivos de la sociedad civil almeriense como la Mesa del Ferrocarril o Amigos de la Alcazaba que han venido reclamando que se haga realidad su Declaración como Monumento. También los grupos municipales en Pleno aprobaron una declaración conjunta instando a la Junta a que resolviera de una vez por todas el expediente.
Una vez declarada BIC, la estación, inspirada en la escuela francesa de Eiffel hace 130 años, podría acogerse a ventajas patrimoniales para su mejora y mantenimiento y figurar con vitola oficial de Monumento en todas las guías y agendas de la UNESCO.
Para más inri, no es que acumule solo un letargo de casi cuatro décadas para ser declarada BIC, es que suma 17 años -desde que un urólogo abrió los Juegos Mediterráneos- apuntalada sin actividad ninguna.
Se trata de una cronificada renuncia de los almerienses a uno de los iconos de la ciudad que quizá no tenga parangón en ninguna otra capital española. Está desapareciendo gente, almerienses que partían desde ese vestíbulo al mundo o que allí llegaban desde cualquier parte, que se están yendo sin poder volver a verla abierta.
De facto, la Estación diseñada en 1893 por el francés Laurent Farge, que acaba de ser rehabilitada por el Ministerio de Transportes, pertenece aún al Administrador de Infraestructuras Ferroviarias (Adif), aunque existe una promesa de cesión al Ayuntamiento capitalino para convertirla en un gran centro cultural y de ocio. Hay quienes apuntan, no obstante, a que debería seguir con su función tradicional como terminal de viajeros ferroviarios. Todo está, al parecer, abierto aún y el edificio sin barrer.
Pero, al margen de su futuro usufructo, el misterio sin resolver es por qué el expediente abierto hace más de tres décadas por aquel funcionario de la era analógica sigue así, abierto. A qué espera la Junta para dar vía libre por fin a ese BIC, como acaba de hacer, por ejemplo, con la Plaza de Toros de la familia Cuesta.
Uno de los últimos en denunciar este agravio patrimonial ha sido el concejal de Ciudadanos, Miguel Cazorla, quien apremiaba hace unos meses a la Administración a pie de vía a cerrar el expediente y hacer un referéndum ciudadano sobre su futuro uso. Si su valor arquitectónico-basado en el hierro y el cristal- no admite discusión, a qué espera la Junta. La explicación oficial del Gobierno de San Telmo es que mientras el Ministerio no dé de baja la Estación de los servicios ferroviarios, no se puede concluir su declaración como Monumento. Uno de los últimos en subirse a esta explicación fue el exdelegado de Cultura, Alfredo Valdivia. “No tenemos la competencia porque oficialmente la Estación está en servicio”, decía el dirigente fiñanero en 2017, cuando el edificio llevaba ya 12 años cerrado a cal y canto, que es como decir que la Catedral no puede ser Monumento mientras el obispo oficie Misa allí.
Suena a chiste, pero es esta la única respuesta que llega de Sevilla, mientras Madrid calla, ADIF calla, los ministros sucesivos callan. Todos callan y la estación encalla. 37 años es demasiado tiempo para una ciudad pequeña como Almería que no anda sobrada de obras de fábrica que la enseñoreen como puede hacerlo su vieja estación que no es solo un icono de la ciudad, sino que es un símbolo de toda una provincia.
La Estación, la vieja Estación, rehén de una ciudad en la que aún no había aeropuerto ni nadie venía a rodar películas, era un espacio democrático: el mismo retrete tenía que usar en un apretón la Marquesa de Torrealta, que venía a descansar a su mansión almeriense, que los carteristas que llegaban para hacer la feria de agosto o los granadinos que venían como sardinas en lata en el Tren Botijo para unos días de baños. Fue un antes y un después para la ciudad cuando un desconocido arquitecto francés la diseñó con ambición profesional en su estudio parisino de la compañía Fives-Lille mirando a los Bosques de Bolonia.
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