Episodios de olas de calor tan extraordinarios como el que estamos viviendo durante los últimos días nos han vuelto a recordar lo que lleva señalando la comunidad científica desde hace mucho tiempo: la crisis climática no es algo que vaya a ocurrir en el futuro, sino que ya forma parte de nuestro día a día. Recientemente, Naciones Unidas ya advertía de que la extensión y la magnitud de los impactos que está provocando son mayores de los previstos y que estos están apareciendo más rápidamente, son más abruptos y extendidos de lo que se esperaba. Lo de esta semana es una buena prueba de ello.
Tras el segundo mes de junio más cálido del que se tiene constancia y con un mes de julio en los que los termómetros no han parado de subir, Europa y buena parte del planeta se enfrentan probablemente a uno de los veranos más calurosos de la historia, uno de los fenómenos extremos a los que nos tendremos que acostumbrar si no ponemos remedio de manera urgente.
La crisis provocada por la guerra en Ucrania ha acelerado el cambio de modelo energético en el que ya estaba trabajando la Unión Europea para revertir las consecuencias del cambio climático. El reciente acuerdo de los estados miembro de la UE de incrementar la ambición climática comunitaria para reducir sus emisiones de CO2 un 55% en 2030, con relación al nivel de 1990, es un paso muy importante que nos acerca a la petición que también realizaba recientemente la ONU de triplicar la inversión en energías verdes y poner en marcha la transición hacia las renovables antes de que sea demasiado tarde.
En este contexto, el Gobierno de España ha puesto en marcha numerosas iniciativas encaminadas a frenar los efectos de la crisis climática. Una de ellas es el Proyecto Estratégico para la Recuperación y Transformación Económica de Energías Renovables, Hidrógeno Renovable y Almacenamiento que, entre otras cuestiones, permitirá reducir la dependencia energética exterior de España.
Además, el Gobierno de Pedro Sánchez ha aprobado la Ley de Cambio Climático y Transición Energética, ha diseñado un Plan Nacional Integrado de Energía y Clima y una Estrategia Nacional de Lucha contra la Desertificación, que aboga por una gestión sostenible de los recursos terrestres y del agua.
En cualquier caso, si algo tiene esta crisis climática es que es muy democrática, afecta a todo el mundo y a todos los gobiernos, sean progresistas o conservadores, por eso se entiende menos que la derecha siga rechazando las evidencias científicas y siga empeñada en hacer todo lo contrario de lo que exige este momento, que no es otra cosa que afrontar urgentemente el reto vital más importante al que jamás nos hemos enfrentado.
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