Marta Bosquet y Juan Marín

Manuel León
Periodista

Marco Celio Rufo era un prometedor político romano del siglo I. Tanto, que César, en plena vorágine de conquistas, lo nombró tribuno de la plebe. Pretendió -iluso- convencer al Senado para aprobar una ley en la que los deudores no pagaran intereses, pero fue depuesto por el Senado ipso facto con la aquiescencia de César. Se alió, entonces, con su anterior enemigo, Cicerón, cuando las revueltas anticesarianas y éste lo nombró primer ayudante. 

El popular Moreno ha fichado a la ciudadana Bosquet, la que era una de las más prometedoras políticas del partido naranja ahora en extinción. Será la nueva presidenta del Ifapa, una especie de santuario de la investigación agraria andaluza. Acaba Marta de romper el carnet centrista -ese que tanto quería (como Miguel Hernández a Ramón Sijé) hasta hace unas semanas- y de renunciar a su silla en la ejecutiva nacional de Arrimadas. Ella -Marta- es abogada y vuelve a un alto cargo en la Comunidad tras ser “servidora de servidores” en Las cinco Llagas. Hay que congratularse  de que una almeriense dinámica siga en la pomada sevillana. Y sin embargo hay algo que chirría, que no encaja, cuya música no es del todo celestial, por mucha vaselina que se le quiera aplicar: “Es la candidata idónea para presidir el Ifapa”, Crespo dixit. ¿No había nadie en el PP? También parece que lo es -idóneo, digo- Juan Marín para el Consejo Económico y Social y las dos Rocíos, idóneas también para sendas consejerías. 

Es legítimo y hasta saludable que los partidos fichen a profesionales independientes, pero si se incorpora a antiguos rivales que dejan de ser rivales a cambio de un cargo -¿hubieran roto el carnet color Fanta Marta o Juan si no hubiera habido al final del camino un abrevadero?-  tras abandonar un partido en bancarrota ya no parece tan higiénico. Ya suena más a que se quiere rapiñar  el botín del moro muerto en el campo de  batalla. Hubo un tiempo en que Ciudadanos parecía que iba a ser Dios y Albert su profeta. Había empujones para enrolarse en el barco de Rivera entonces. Qué pensarán ahora los voluntariosos militantes almerienses de Ciudadanos de todo esto, gente de a pie, que votaron a Bosquet y a Marín con papeleta orange, que creyeron en un partido nuevo, sin necesidad de poner la mano en el costado, en una nueva UCD que barruntaba con regenerar España, Andalucía y Almería. Qué pensarán Cazorla o Burgos, ¿quizá estén esperando una llamada para ser idóneos de algo? Dónde queda el peso de las siglas ante esta promiscuidad política.  Desde Roma, no hay nada nuevo. 

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