Si la Plaza Vieja con el Ayuntamiento, sus ficus centenarios y el identitario Pingurucho conforman el corazón del Centro Histórico de Almería, el Paseo se configura como la columna vertebral que articula la vida urbana y el escenario de relación social, lugar de reunión y encuentro vecinal de la ciudad, espacio alimentado y fomentado por la disposición de una trascendente estructura comercial cuya funcionalidad perdura desde su creación a mediados del XIX.
Paseo de Almería / La Voz |
Sin embargo, en los últimos tiempos viene sufriendo una progresiva desertificación de sus elementos comerciales básicos que está vaciando de vida social este eje fundamental, pieza urbana esencial y garantizadora no sólo de la función socioeconómica que siempre le ha caracterizado, sino necesaria para evitar la imagen que últimamente viene ofreciendo de cierta desolación urbana, llena de locales cerrados y de letreros “se alquila”, triste escena apreciable fundamentalmente en horario vespertino y, sobre todo, en los fines de semana. De hecho, hace ya algunos años comenzaron a ser “desahuciados” del Centro los cines urbanos y, tras ellos, han seguido centrifugándose implacablemente los comercios de proximidad, proceso iniciado por “el motor Inditex”.
La razón de este lamentable vaciamiento es conocida. La práctica totalidad de estas actividades comerciales han sido abducidas por las nuevas urbanizaciones del periurbano, fundamentalmente en el entorno de la prolongación de la Avenida del Mediterráneo, absorbidas por las grandes superficies y Centros Comerciales que allí se han instalado, contenedores múltiples de todo tipo de usos recreativos y terciarios cuya oferta globalizada y economías de escala, así como los menores precios del suelo y sus acomodadas disposiciones urbanísticas y fiscales terminan por generar un escenario de dumping socioeconómico imparable para impulsar su emigración del Centro.
Pues bien, sin perjuicio de la sorpresa que comporta la inanidad municipal al respecto, ¿debemos resignarnos a que el Paseo y su entorno se vacíen definitivamente de comercios y tiendas de proximidad?, ¿debemos asistir impasibles a que el Centro pierda la vitalidad social que le ha caracterizado desde hace siglo y medio y se convierta en un “Centro dormitorio” colonizado exclusivamente por Bares y otros centros expendedores de bebidas alcohólicas? La respuesta debe ser NO. Existen medidas suficientemente solventes que permiten paliar esa tendencia y reorientar racionalmente la indeseable situación actual.
Ciertamente, en una economía social de mercado no es posible adoptar medidas que prohíban el traslado de actividades o que obliguen a su mantenimiento en un emplazamiento determinado. Pero nada impide la aplicación de disposiciones jurídico-urbanísticas concretas, ya conocidas, que regulan la instalación de las mismas en determinadas localizaciones urbanas, bien por usos o por superficies, o bien, disposiciones de tipo fiscal que fomenten o penalicen su implantación en concretos emplazamientos urbanos.
Así, con respecto a la ubicación de los comercios de proximidad en el Centro Histórico, como medidas urbanísticas se puede (y se debe) establecer ese uso como preferente y prioritario en las Normas Urbanísticas del Plan General de Ordenación, fomentando su implantación con atribución de edificabilidades y procedimientos administrativos ad hoc, y como medidas fiscales, reducir al mínimo las cargas impositivas derivadas de su implantación, v. gr, el Impuesto de Bienes Inmuebles, de Construcciones, Instalaciones y Obras, de Actividades Económicas y resto de tributos y tasas municipales, así como en el ámbito estatal y en lo posible, el Impuesto de Sociedades.
Asimismo y simétricamente, para las grandes Superficies Comerciales procedería restringir con carácter excepcional su implantación en la ciudad, requiriéndose la aprobación previa de un riguroso estudio de mercado del terciario que manifestara la inexistencia de impacto negativo en la estructura comercial de proximidad existente, así como acomodar al alza los tributos e impuestos señalados anteriormente, con la finalidad de discriminar su implantación con respecto a los establecidos para el Centro Histórico.
Procede, por tanto, apelar a los poderes públicos, y fundamentalmente al Ayuntamiento como primer responsable de la gestión urbana, para que adopten urgentemente las medidas necesarias que eviten que el Centro se siga vaciando y degradando social y urbanísticamente. Aún hay tiempo, pero la inacción administrativa sería el remate que generaría la muerte del espacio social y urbano más representativo e identitario de Almería.
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