Enterado por Facebook de mi viaje a Huelva, al VII Congreso
Provincial de la USO, mi querido amigo y compañero de tantos años Virginio
Torres Cantero, jocista y sindicalista paraguayo de los de antes, de los que
plantaron cara con valentía y sin arrogancia a la criminal dictadura de Alfredo
Stroessner, me recuerda que se cumple ahora un año de la partida del Padre
Francisco de Paula Oliva, Pai Oliva, en el Paraguay en el que vivió y luchó
junto a los más pobres y marginados durante más de 60 años de su vida.
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Manuel Zaguirre, con el padre Oliva, en una entrevista radiofónica / loa |
Me recuerda también Virginio que el Pai Oliva era natural de
Huelva, donde nació, desde la que se fue a Paraguay siendo poco más que un
adolescente y de la que conservó siempre ese acento dulce con el que los
onubenses hablan castellano y, en su caso, además hablaba guaraní. Le agradecí
a Virginio el doble recordatorio, porque me estimula para volver a recordar y
escribir sobre él.
El Padre Oliva es la persona más decente y coherente que yo he
conocido y tratado en Paraguay y, tal vez, en el ancho mundo por el que
deambulé. Era la representación viva y de la mejor tradición jesuítica en aquel
país entrañable e ignoto en tantos aspectos. Su pensamiento, su acción, su
denuncia diaria desde las dos horas que emitía en Radio Fe y Alegría,
estuvieron siempre al lado de los más pobres y olvidados: los campesinos sin
tierra, los niños de la calle, “aunque la calle no pare niños”, como gustaba decir,
los sin techo, las mujeres pobres doble y triplemente sometidas y excluidas,
las víctimas perpetuas de los desbordes del río que malviven y mueren a veces
en los famosos “bañados”, los obreros y pescadores precarizados y explotados… Y
fue siempre, además, un defensor y un promotor del alma guaraní, expresada en
su dulce y hermosa lengua, en su cultura y tradiciones. Los pobres no son sólo
ni mucho menos una panza a llenar, solía decir, son también un alma y una
identidad a defender y conservar. De tal modo, Paraguay es hoy el único país de
América Latina, creo, que junto al castellano tiene el guaraní como lengua
oficial a todos los niveles, desde el Estado a las escuelas.
Pai Oliva era uno más de esos paraguayos pobres, vivió y luchó con
ellos por su dignidad, sus derechos, su techo, su alimento, su educación, su
tierra, su agua potable, su acceso a la salud y a la protección… Y pagó su
tributo de represión y exilio como corresponde (todas las dictaduras fascistas
que yo he conocido, empezando por la española más reciente, son anticristianas
y muy católicas, a la vez). Lo conocí a mediados de los 80, al tiempo que a
Virginio y a otros líderes -Peralta, Parra- de aquella CNT con mayúscula, con
ocasión de una misión internacional de solidaridad a Chile y Paraguay,
rigurosas dictaduras militares de Pinochet y Stroessner, y a una Argentina que
salía de una dictadura genocida e intentaba con valor y altos riesgos sentar en
el banquillo a auténticos monstruos del horror y el crimen, especialistas de la
picana eléctrica, del arroje desde aviones al río-mar de la Plata a prisioneros
aún vivos y maniatados, y otras crueldades inhumanas. Una película magistral,
“Argentina 1985”, que corona el público con aplausos al concluir, deja
constancia de aquel horror y de aquellas alimañas con nombres y apellidos:
Videla, Massera, Galtieri…
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Pai Oliva, con el papa Francisco / Loa |
Y desde aquel remoto 1985 imposible resumir cuanto compartí con el
Pai Oliva. Solo dos vivencias:
---- Las decenas de horas que compartimos en su programa
radiofónico, profundizando en las causas y consecuencias y qué hacer frente a
la pobreza y la injusticia en Paraguay, en América Latina, en todas partes.
---- El acompañamiento que hicimos a un colectivo de trabajadores
de los buses urbanos de Asunción, en lucha contra un delincuente múltiple que
los explotaba y/o despedía cuando se rebelaban. Los líderes de dicho colectivo,
en su desesperación, llegaron a coserse literalmente las bocas. Escenas de
desgarro en las calles, a las puertas de algún ministerio, el Padre Oliva,
camino de los 90, megáfono en mano, en actitud profética en defensa de aquellos
infelices a los que asistía la razón y el derecho frente al sátrapa patronal
que no aflojaba. Y tuvo que aflojar, y se ganó aquella batalla, porque la
opinión pública y los medios se pusieron del lado de aquellos chóferes con la
boca y la cara deformes por el dolor y la impotencia.
Yo solía decirle al Padre Oliva, medio en broma, medio en serio,
que en la película “La Misión” él hubiera sido Robert de Niro, empuñando las
armas para repeler el asalto de los soldados portugueses contra la Misión.
Tenía sus dudas. Solía aceptar que, probablemente, hubiera estado entre los
jesuitas que empuñaron las armas, pero que tenía mucho más valor el padre
superior -Jeremy Irons- que levantó la cruz y la custodia y marchó despacio al
frente de centenares de mujeres, de niñas y niños guaraníes, que caían todos
ellos bajo las descargas a boca jarro de los soldados, sin dejar de cantar.
Por último, quiero resaltar que el Pai Oliva era infinitamente
cristiano e inevitablemente católico. Nada sorprendente en un Paraguay cuya
jerarquía eclesial es clamorosamente mejorable a ojos de los más pobres y
olvidados. Alguna honrosa excepción -el obispo Mario Melanio Medina, por
ejemplo, que aunque jubilado sigue activo en la lucha- salva la cara de una
jerarquía escasamente comprometida en mejorar y cambiar la realidad
socio-económica.
Ese agudo desequilibrio entre la fe cristiana y la condición
católica del Padre Oliva no fue obstáculo, todo lo contrario, para que echaran
una larga conversación y exposición pública cuando el Papa Francisco visitó el
Paraguay hace unos años. Comparten la vocación de jesuitas y la lucha al lado
de los más pobres cuando Francisco estaba al frente de la Pastoral Social en
el gran Buenos Aires y el Pai Oliva, en forzoso exilio, trabajaba con los
inmigrantes paraguayos, centenares de miles en aquella macro-diócesis.
A finales de los 80, Virginio Torres Cantero pasó por Madrid de
regreso a Paraguay tras un mes de viajes por varios países europeos en misión
de denuncia y solidaridad contra la dictadura de Alfredo Stroessner.
Como hacían todos, y nosotros encantados de ello, recaló en la
sede confederal de la USO y en mi despacho, que eran territorio abierto y a su
disposición (sindicato de clase y solidario era la primera seña de identidad de
la USO). Virginio estaba bajo mínimos, con un abatimiento y una tristeza
realmente alarmantes. Una compañera médica de alto nivel en el “12 de Octubre”,
Carmen, lo estuvo auscultando.
Me dijo que no tenía nada. Y entonces se me ocurrió preguntar a
Virginio cuánto tiempo llevaba sin hablar con su casa, con su familia. Me dijo
que desde que salió de sunción, que no se había atrevido a decirlo en ningún
sitio porque sabía que es muy caro el teléfono desde tan lejos … Le insté
enérgica y suavemente a sentarse en la mesa de mi despacho, le arrimé el
teléfono, lo descolgué, se lo di y cuando dio línea le dije lo obvio,
“Virginio, marca el 00, luego el 595 y el teléfono de casa … habla sin apuro alguno
que tendrás mucho que contarles …”. Me fui y lo dejé sólo. Al cabo de casi una
hora, Virginio salió del despacho; había vuelto a la vida, a la sonrisa, a la
alegría. Insondable alma guaraní.
Gracias, Francisco de Paula Oliva, gracias, Virginio Torres
Cantero, con gente como ustedes la vida y la esperanza son más ciertas y
apetece más vivirlas.