La imagen almeriense contra el racismo

Pedro Manuel de la Cruz
Director de La Voz de Almería

Hay estampas que, tras una aparente irrelevancia, revelan con la precisión de un microscopio el alma de una provincia, retratos nacidos en la espontaneidad del azar que, más allá del primer impacto visual, reflejan la realidad con la precisión de un análisis sociológico.   

Antonio Torres eligió para ilustrar su crónica en La Voz sobre la representación del Auto de los Reyes Magos en Los Gallardos una de esas imágenes que dibujan el presente quizá mejor que mil palabras. Recogía aquella foto no premeditada el momento en el que el obispo saludaba con una leve caricia en la mejilla a Amel, la adolescente que hacía de Virgen Maria en la ya histórica teatralización colectiva en la que participa todo el pueblo. El clic del móvil captó el momento, pero la anatomía de ese instante va mucho más allá del impacto visual del encuentro del obispo con una familia. ¿Por qué? Porque Amel es la nieta de Alan Derraz, un marroquí llegado hace decenios a Los Gallardos y donde formó una familia con Lourdes, maestra de escuela y sobrina de Juan José Muños del Pozo, párroco del pueblo durante cuatro decenios. Lo que es la vida. Que la nieta de un magrebí haga de Virgen María es solo una anécdota, sin duda, pero hay anécdotas que se convierten en categoría. Y la de esta familia del levante almeriense es una de ellas.  

Por mucho que se empeñen los francotiradores del racismo en fomentar el odio y el amarillismo mediático (siempre dispuesto a convertir la particularidad de cualquier incidente reprochable en una realidad generalizada), Almería es una provincia que está dando un ejemplo de integración social y convivencia formidable. La cultura y la religión, que tanto, tantas veces y tan cruelmente enfrenta a los seres humanos, han encontrado en esta geografía fronteriza un espacio de convivencia pacífica mucho más que notable.  

Porque ese aparente cuento de navidad que ha tenido de protagonista a una familia de Los Gallardos no es un hecho aislado. Son muchos los espacios afectivos conformados por personas que, como Alan y Lourdes, no encontraron en un dios distinto un obstáculo que les impidiera quererse.   

Cuando el tiempo nos aleje de lo inmediato y se analice con distancia la llegada de inmigrantes a la provincia, habrá coincidencia en defender que la acogida recibida por quienes llegaron buscando aquí lo que no encontraban en sus aldeas africanas ha sido y está siendo un ejemplo de cómo los conceptos distantes no vienen obligados a provocar sentimientos distintos. La solidaridad, como el amor, no entiende de credos ni culturas.   

La llegada de decenas de miles de inmigrantes a la provincia será recordada, no por las situaciones tan necesariamente censurables que se han dado, se dan y se darán- las explosiones demográficas sobrevenidas llevan aparejados hechos reprobables, quién lo duda-, sino por la capacidad de los almerienses para acoger primero, e integrar después, a quienes han llegado hasta nosotros.  

Queda mucho por hacer. Lo primero, la eliminación de asentamientos infrahumanos en algunas zonas. Perpetuar estos hacinamientos es un pecado social que, no solo condena a vivir en condiciones infrahumanas a quienes lo habitan, sino que facilita la creación de mafias que extorsionan a quien vive en ellos y, desde la otra orilla, insultan la conciencia ética del resto de ciudadanos. Los asentamientos hay que eliminarlos; como hay que acabar con las ilegalidades que todavía continúan en el marcado laboral.  

Pero si estas situaciones exigen la actuación conjunta de todas las partes- de todas: también de los propios colectivos de inmigrantes, que aquí todos tienen su cuota de responsabilidad-. no es menos cierto que en aspectos tan determinantes como la educación o la sanidad la convivencia entre procedencias y culturas tan diferentes se desarrolla de una forma que solo merece el elogio.  

En la provincia viven decenas de miles de personas llegadas de Africa y cada uno de ellos con su creencia y su cultura. Formas de rezar y de pensar hacia las que solo cabe la tolerancia y el respeto, siempre, claro está, que no entren en colisión con nuestra filosofía constitucional, un principio exigible a todos, sea cual sea su procedencia.  

La foto del día de Reyes en Los Gallardos y su contexto es una imagen puntual de cómo la convivencia entre personas de distinto origen es posible. La imagen diaria la encontramos en las aulas de los colegios, las calles o el campus de la Universidad. Solo hay que mirar alrededor sin el supremacismo racista que destruye el entendimiento y envenena el alma. 

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