In memoriam: Anastasio Campoy, la voz prodigiosa de Cuevas del Almanzora

Manuel León
Periodista

Daba siempre la sensación de que el hombre iba por un lado y la voz por otro; ese era Anastasio Campoy Alías, el dueño de un timbre inigualable, una de las mejores voces de doblaje -decía Eduardo Fajardo- del cine español. Se acaba de ir Anastasio, un señor a la antigua, siempre atildado, caballero cuevano, del que se dijo, se decía, que vivió a la sombra de su hermano, Antonio Manuel. No es justo. Anastasio tenía su propio bagaje, sus propias alforjas: fue un gran actor de reparto del cine español de los 60 y 70, en películas discretas, claro, no obras maestras, pero dignas siempre, como él. Largometrajes producidos con escaso presupuesto pero solventes para la época: Buitres de la ciudad, La Sabina, Los crimenes de Petiot, El vampiro de alquiler; filmes en los que trabajó a las órdenes de Fernando Merino o José Luis Borau, moviéndose entre la comedia y el terror low cost, con actores y actrices tan cuajados en nuestro acervo como Rafaela Aparicio, Manolo Gómez Bur, José Luis López Vázquez o Luis Escobar. Anastasio fue también un gran actor de teatro, muy socorrido, no como estrella, pero sí como eficiente segundón. Y dobló como nadie, con esa voz que le salía del pecho a borbotones como una fuente,  míticas películas americanas de la época.

Anastasio Campoy / La Voz

Pero, quizá, su labor más fecunda para Cuevas del Almanzora, para su pueblo del alma, la tuvo cuando apoyó a su cuñada Rosita Sáez Prol, para que toda gran parte de la colección artística de su hermano, el célebre crítico Antonio Manuel, fuese cedida a Cuevas para hacer un Museo en su recién rehabilitado Castillo de Fajardo. Desde 1994 en que se inauguró, ha sido el Museo, regido por una Fundación con el exalcalde Antonio Llaguno como paladín, que se ha convertido en el mascarón de proa de la cultura local cuevana. Allí, gracias a la familia Campoy llevan colgadas obras, desde hace casi treinta años, de autores universales como Picasso, Barceló, Tapies, Vela Zanetti, Revello de Toro, Solana o César Manrique. La mayor pinacoteca de arte de la provincia, hasta que venga el próximo Museo del Realismo y con permiso de la colección de Ibáñez.

Pero Anastasio, que nos acaba de dejar con una edad avanzada, con unos años creo que bien vividos, bien disfrutados, no era solo el centinela de la colección de su primogénito; no fue tan solo el tipo que vigilaba para que los escolares en sus visitas no hicieran algún estropicio en alguna obra, el vigilante que echaba llave a los aseos para que los jubilados no empantanaran el retrete. No. Fue también un hombre -desde su seriedad, desde su cara de malas pulgas- comprometido con la cultura, con la Semana Santa de su pueblo, con cualquier iniciativa que elevara el espíritu cuevano.


Yo lo conocí en 1994, hace hace 29 años, cuando lo invité a la radio, a Radio Sol de Cuevas, a un concurso de recitaciones de poemas. Y fue el mejor, estaba muy por encima de los demás, con permiso del célebre Maquinilla, que también era un trovador excepcional. Era abrirle el micrófono a Anastasio para que versara algún poema de Sotomayor con ese torrente de voz que tenía y quedarnos embobados escuchándolo todos los presentes: aquella desaparecida ya María Antonia Carmona, aquel muchacho Diego Piñero o también el actual alcalde de Cuevas, entonces dedicado a la radio. Ese era Anastasio, que se acaba de ir, un hombre a una voz pegada, como Góngora a su nariz. Al menos así lo recuerdo yo. Descansa en paz, amigo. 

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