La crítica de un lector a la carencia de taxis en la madrugada de nochevieja y su sentencia personal de que, para él, el centro había muerto fue leída en la edición digital de La Voz por más de treinta mil almerienses- datos oficiales de Google- en apenas cuarenta y ocho horas. Más allá del dato- treinta mil lectores de un artículo de opinión- lo que revela la cifra es que el centro de la capital continúa siendo un argumento de atracción, y su futuro un sentimiento de inquietud.
Desde que la capital dejó de ser el paseo rodeado de suburbios, como tan ácida como lucidamente la definió en los últimos 70 el inolvidable Fausto Romero, el casco histórico y el Paseo y sus entornos se han convertido en un objeto de reflexión permanente. Los procesos de decadencia vividos con desaliento por calles como la Almedina, La Reina o Real se han ido expandiendo hasta situar al Paseo en la próxima estación de un tren que dejaba varadas en el olvido las estaciones por las que ha ido pasando a lo largo de los años. La historia no está escrita, pero los antecedentes no invitan al optimismo.
El Paseo, que fue en la definición de Gerald Brenan, el escenario de una ópera en el que cada día se representaba la misma función, y ha sido, desde siempre, el pasillo de casa de los almerienses- y las dos definiciones continúan vigentes-, corre el riesgo serio de convertirse en un territorio desolado. El cierre incesante de pequeños negocios de proximidad y de franquicias que buscan en las áreas comerciales más compradores y menos coste de alquiler es un camino que provoca inquietud, pero, a la vez, interroga por las causas que lo provocan y las posibles soluciones que impidan la decadencia a que parece abocado.
El Paseo es un símbolo, una seña de identidad y son estas dos circunstancias las que lo convierten en argumento permanente de confrontación. Pero cuando hablamos del Paseo y, aunque su geografía se limite solo al espacio que hay entre la Puerta Purchena y Plaza Circular, de lo que realmente estamos hablando es de todo el entramado vital y urbano que va desde la Alcazaba hasta la Rambla. No es solo el Paseo el que sufre la amenaza de la desolación, es todo el entorno hacia poniente el que ya se acerca peligrosamente al abismo que supone la pérdida de la centralidad disfrutada desde hace centenares de años.
La expansión demográfica y geográfica de la capital ha modificado de forma impresionante la estructura radial en la que se sustentaba la vida de la ciudad. Para hacer cualquier gestión administrativa, comercial, sanitaria o de ocio los almerienses de la periferia- y periferia era vivir más allá del costurón de la Rambla- era obligado trasladarse hasta la Puerta Purchena y sus entornos más cercanos. Toda la vida giraba alrededor de un espacio en el que encontraban acomodo el abanico de servicios que demandan los ciudadanos.
La ampliación de la ciudad a levante ha ido cambiando incesantemente esta centralización histórica. Hoy muchos barrios (no todos, es verdad) son espacios dotados de servicios de igual calidad que los que existen en el centro. Dicho de otra forma: hoy al centro se va por voluntad, no por obligación, y es esta diferencia no menor una de las causas que han provocado el peligro de decadencia que tanta alarma.
No estamos ante el riesgo de que la desolación llegue al Paseo. Estamos ante la amenaza cierta de que todo el casco histórico, hasta el Paseo, acabe convertido en un desierto solo habitado por personas mayores que se resisten a salir de la casa en la que nacieron y a abandonar la calle en la que jugaron.
Una realidad que no va ser paliada con la apertura de bares y otros centros de ocio y restauración. Ese es un atractivo, pero no la solución. Urbanistas tiene la arquitectura y analistas las ciencias sociales para aportar soluciones razonables y duraderas a esta amenaza, pero no estaría de más que nos alejemos de la idea de que el centro no se salva solo yendo allí ocasionalmente, sino viviendo en el permanentemente. Esa es la clave: evitar la despoblación. Y eso solo se consigue haciendo atractiva la vida en sus calles con ayudas a la modernización de sus edificios y al alquiler para jóvenes. Todo lo demás serán parches, intentos bienintencionados que, aunque a corto plazo tengan la apariencia de remedio, a largo plazo solo conducirán a la melancolía.
La ausencia de taxis cada madrugada festiva de nochevieja no provocará la muerte del centro. La ausencia de atractivos singulares y, sobre todo, de personas que lo habiten sí pueden condenarlo a la estética decadente de una “Vecchia Signora” que solo espera ver pasar el tiempo desde la nostalgia por un pasado que nunca regresará.
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