Apagados ya los fastos del Cable Ingles, que contradice a todos
aquellos que siguen cantando que Almería
es fea porque no tiene balcones, uno cae en la cuenta de lo triste y
sola -como en la Fonseca de la tuna- que queda la
Estación de Almería. Debió de darle envidia el otro día al edificio que
fue el paladín de nuestro progreso mirar a su costado y ver la alegría de los
mandatarios en el viejo cargadero de Alquife. Mientras ella sigue ahí, la vieja
Estación de todos nosotros, rabiando por no poder vestirse de nuevo de gala
para los almerienses, como aquel lejano día de 1895 en que fue inaugurada por
obra y gracia de un francés llamado
Laurent y por los cuartos pagados del bolsillo de un catalán llamado Ivo, una
estación que brotó sobre campos de maíz expropiados a la familia Villanueva. Ha llovido
desde entonces; como ha llovido, aunque no tanto como debería, desde que un
funcionario en Sevilla le abrió expediente para declararla Bien de Interés Cultural en 1985:
38 años en un cajón el papel. Parece de risa, pero es verdad; casi cuatro
décadas -lo que duró el Franquismo- esperando a que ese milagro de la
arquitectura sea declarado Monumento.
Estación de ferrocarril de Almería, en desuso / La Voz |
¿Nadie es capaz de preguntar en Sevilla, ningún consejero o consejera de los que son o han sido en este tiempo, de los que se han sentando o se sientan al lado de Chaves o de Griñán o de Díaz o de Moreno en San Telmo, sobre el expediente X de la Estación de Almería?
Van pasando los años y uno tiene la sensación de que toda la lucha del AVE y de otras conquistas venideras en la provincia -si es que alguna vez vienen- es una lucha generosa que disfrutaremos no nosotros, sino nuestros hijos y nuestros nietos. Cuánta gente lleva décadas peleando por el tren de alta velocidad y a lo mejor no se llega a montar en él.
La Estación de tren, con la que tanto soñaron nuestros bisabuelos y empezaron a disfrutar nuestros abuelos, es el ejemplo más palmario de holgazanería indaliana: 38 años esperando a ser BIC es tan incomprensible como que no se haya solucionado aún el mal olor de Las Almadrabillas, justo al lado de ese “grandioso mirador al mar en las alturas” que se acaba de reabrir con fuegos artificiales y donde no faltaba nadie; tanto, como que esa Estación lleve cerrada desde 2005, hurtando de su disfrute a los almerienses que ni siquiera la han conocido por dentro, ni han visto las pinturas de Luis Cañadas; tanto, como que se cumplan dos años de su reforma y aún no se tenga una hoja de ruta para ella, que no se haya conseguido la cesión para algún tipo de uso cultural.
El otro día a las 3 de la tarde, se encontraban sobre la madera de iroko todos los actores que tienen poder de decisión para devolver la vieja estación a los almerienses: la ministra del ramo, el presidente de la Junta, dos de sus consejeros y la alcaldesa de la ciudad. Quizá hicieran un aparte sobre la Estación y la cosa se haya encaminado. Ojalá, porque la gente se termina muriendo y no disfruta de las cosas; hay muchachos que han cumplido ya 18 años y aún no han podido pisar ese milagro de la arquitectura que es la vieja Estación, el prontuario donde empezaba o terminaba todo.
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