Llega, como tómbola a una feria, la serpiente multicolor de las municipales; llega el tiempo en el que a un candidato le pueden preguntar en un programa desde cómo le gusta más la tortilla -con cebolla o sin cebolla- o qué libro se llevaría a una isla desierta. A Felipe le preguntaron eso en el 82, contestó Memorias de Adriano y en 48 horas Yourcenar se agotó en las librerías de toda España.
Han pasado 44 años desde las primeras elecciones locales. Ya no se estilan apenas los carteles pegados con cola y mocho por un militante con barba, melena y Ducados en la boca; ahora todo se ventila en Instagram: lo que importa no es el número de personas en los mítines como cuando se llenaban las naves de Saltua, lo que importan son los likes en Facebook. A los mítines solo van los holigans, nada que ganar, pocos a los que convencer al ser prieta militancia convencida de antemano. La proeza, en esta empresa, pongamos por caso, sería que Adriana tocase en la casa de Mar Agüero a media mañana y le pidiese el voto; por no haber, parece que ya no hay ni porra en el kiosco Amalia. Antonio se ha cansado. Lo aventó el otro día Javier Romero en la radio a las 8,20: "la campaña está sosa".
Lo que sí hay son dos tipos de candidatos: el que mira a los ojos y el que no, quizá porque mira tanto las pantallas que se ha olvidado de mirar a las personas; lo que hay también es un partido que se consume en la gresca de la primarias, que se queda sin fuerza para pelear, como un boxeador que se machaca en el entrenamiento y llega agotado al combate. Lo decía esta semana el templado Antonio María Claret: “la pelea entre los compañeros de la izquierda ha sido una constante en la historia”. Que se lo digan a Trotsky, añado yo; y hay otro partido, remanso de paz desde el seismo de Megino, que no es capaz ni de tirarse un eructo por no molestar a alguno de los suyos. Y hay, cada vez más, mucho átomo suelto, aspirando a ser llave que abra la cerradura de la Plaza Vieja.
Intuyo que lo que todos queremos en Almería, hablo por mí al menos, es que nuestros candidatos se peleen menos y se quieran más, como demandó Jesús de Nazaret, que se recuerde aquel espíritu de 2005, cuando Almería fue capaz de hacer -y hacer bien- lo más grande que se ha hecho hasta ahora en esta provincia; quizá con lo que nos conformamos la mayor parte de los ciudadanos de Almería es con las simples cosas, las de Mercedes Sosa, las cosas sencillas, elementales como el pan y el aceite: que la ciudad esté limpia; que no eche peste el final de la Rambla; que se rieguen los jardines, que se protejan las tiendas pequeñas; que no se busquen tesoros levantando calles sin parar; que no haya que peregrinar a cinco oficinas para obtener un permiso; no queremos tranvías transiberianos por el Cañarete, no queremos parques submarinos, ni el Ayuntamiento convertido en una delegación del SEPE; queremos un puerto accesible donde un jubilado pueda pescar con su caña, cajeros en los barrios, libros en las bibliotecas, un paseo peatonal, agua en las duchas playeras, más carril bici; no queremos películas, ni el palacio del moro de Javier Rubial, queremos aquellas pequeñas cosas de Serrat bien hechas. Nada más.
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