El mapa electoral almeriense se ha situado desde hace dos décadas más cerca de Murcia que de Andalucía. La estructura socioeconómica, el síndrome de frontera y la lejanía de los órganos de decisión sevillanos son tres argumentos -no los únicos, pero quizá sí los más importantes- en los que se ha sustentado la hegemonía del PP y la decadencia del PSOE. Almería ha estado tan lejos del poder sevillano que hasta aquí y durante años, no solo no llegaron las ayudas que sí llegaron a otras provincias, sino que, por no llegar, no llegó ni la corrupción de los Eres. Es lo que tiene estar en la periferia: Lo bueno- y lo malo- llega tarde o no llega.
Con estos mimbres -sobre todo el haber construido una estructura socioeconómica no dependiente de ayudas y subvenciones-, las preferencias electorales se han ido alejando cada vez más de la oferta socialista. La animadversión del principal sector de la economía provincial hacia cualquier normativa que intente regular algunos comportamientos sociales y laborales incompatibles con la legalidad ha consolidado la percepción de que una opción liberal y, por tanto, más permisiva, era más favorecedora para los intereses de ese sector que la opción socialdemócrata, siempre más sensible a la reforma y el cambio de situaciones a veces injustas o indeseables. Es el atractivo del “dejar hacer, dejar pasar” para quien cruzó la frontera desde la pobreza endémica al crecimiento inesperado.
Pero más allá de esta circunstancia estructural, social y económica, hay algunas otras razones de tan abrumadora mayoría. Vayamos a campo abierto con ellas.
La primera es la actitud de populares y socialistas. Sostenía Heráclito que tu estado de ánimo es tu destino. Los últimos años los dirigentes socialistas han escrito un tratado de cómo caminar hacia el precipicio. Para ir a una batalla -y la política es una interminable acumulación de batallas- hay que dotarse de munición y, sobre todo, organizar tu ejército.
Rompiendo la lógica más elemental, los dirigentes socialistas han proyectado su trabajo más en destruir al enemigo interno que en plantar cara al adversario exterior. Las diferentes direcciones socialistas han estado más ocupadas en taponar las vías de agua que estaban destruyendo su arquitectura interna, que en desarrollar una estrategia política que les conectara con las aspiraciones de la sociedad. Eso ha provocado el disparate de que proyectos tan importantes para el futuro de la provincia como la llegada de la Alta Velocidad o la subida del salario mínimo y las pensiones, por citar tres actuaciones de las que los socialistas pueden sentirse muy satisfechos, no hayan sido rentabilizadas. (Y que no venga ahora ningún meritorio a decir que los medios de comunicación almerienses no han dedicado páginas a estas realidades tan beneficiosas: no hay ninguna provincia en la que se haya dedicado más espacio mediático al AVE que en Almería; y no excluyo a ningún medio).
Las luchas internas socialistas han debilitado tanto la moral y la organización que la pérdida de la guerra electoral está tan incuestionada que la única duda ante cada cita con las urnas es averiguar el aumento del porcentaje de voto que les seguiría distanciando del PP. La campaña de las municipales del domingo ha sido, sin duda, la peor de todas las llevadas a cabo desde hace veinte años.
Por el contrario, la trinchera de enfrente ha planificado la campaña más intensa que se recuerda en décadas. Me lo reconocía uno de los máximos dirigentes del PP en la madrugada tardía del lunes. “Si ves al adversario débil -me dijo- tu intensificas tu acoso. Nosotros percibimos esa debilidad hace tiempo y solo había que tensionar a nuestra organización al máximo para que el resultado haya sido tan abrumador”. El presidente provincial del PP recorrió en los 15 días de campaña 8.000 kilómetros visitando los pueblos de la provincia. Si Javier Aureliano alcanzó, él solo, esta cifra, ¿cuántos hicieron en total el resto de la organización?
Hace ya algunos años, la Universidad de Almería y La Voz organizaron una conferencia de Felipe González. Tuvo lugar en el Hotel NH con un lleno total. Y fue allí, durante la comida, cuando Felipe me contó la confidencia de que, cuando participaba en un mitin electoral, lo único que pedía a quienes compartían intervenciones con él era que subieran al escenario con la convicción de que iban a ganar. “Si no tenían esa convicción, lo mejor era que no subieran. Trasmitir desánimo te garantiza la derrota”, me dijo.
Las victorias del PP en Almería son tan abrumadoras por haber conectado con una sociología electoral cercana a sus tesis, pero, también, porque antes de salir al campo de batalla, el adversario, aunque tenga buenas armas, ya se siente derrotado.
Ya lo dice la estrategia militar: cuando el mando duda, la topa sufre. Y en el PSOE da la sensación de que no hay mando y, cada vez, menos tropa.
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