Ocho
décadas nos separan de ese 2 de septiembre de 1944 en el que el matrimonio
formado por Mercedes Junco y Antonio Sánchez alumbran el primer número de la
revista ¡Hola!. Son muchos años y el periodismo ha evolucionado en
consonancia con los cambios sociales, pero quizás no lo suficiente en el caso
del periodismo de corazón.
Se
plantea con frecuencia que la prensa del corazón está herida de muerte, que los
programas de televisión coloquialmente llamados de cotilleo carecen de contenidos que
ofrecer. Los quioscos ya apenas cuentan con una decena de ejemplares de cada
publicación de las “fourbig of chisme” los miércoles, el día que salen al
mercado. Los programas de televisión especializados se nutren ahora incluso de
sucesos o temas políticos. También se dice que nadie tiene interés en
el corazón, ni los protagonistas ni los consumidores.
Surgen
tres cuestiones: ¿El famoso no interesa? ¿El lector o el espectador apuestan por
otros temas? ¿Las revistas y los programas del cuore van a desparecer? Las
respuestas a los tres planteamientos, en este momento y a corto plazo, sin duda
es no.
El
famoso necesita la promoción pero también desea mantener algo de privacidad.
Con la llegada de las RRSS ha aprendido
a autogestionar su vida tanto pública como privada. Vende lo que quiere y
cuando lo desea sin intermediarios. Organiza su propio autopromoción, crea sus
propias producciones e incluso se embarca en un reality donde exponer su vida a
golpe de guion.
La
audiencia, por su parte, sigue interesada en todo lo que acontece alrededor de
las celebridades. Siente la necesidad de ser juez y parte y comentarista
aventajado de cualquier hecho del que el famoso sea protagonista, bien por un
hecho sobresaliente o por el más irrelevante. Dan fe de que el interés no
decrece el gran número de fans accounts y las cifras estratosféricas de
seguidores que muestran las cuentas oficiales de celebrities.
Algunos
aspectos han cambiado en el perfil de consumidor de corazón como en cualquier otra
especialidad periodística. Los más importantes, comunes también a los medios,
son la digitalización, la inmediatez de la noticia y la interactividad. El
espectador, cada día está más formado, es más exigente, más crítico y poco dado
a ataduras a un medio determinado.
A los medios escritos y programas de televisión quizá les falte una visión más real y no optar por la fórmula empresarial más simplista y menos arriesgada: “me quedo con mi clientela”. Deben ser proactivos y buscar nuevas fórmulas porque esa “clientela” va cumpliendo años y, siendo realistas, todavía las pociones mágicas que prometen científicos e investigadores para alargar la vida no están a nuestro alcance.
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