Los nómadas digitales -esos tipos casi siempre madrileños a quienes imaginamos con su portátil jugando duro a la Bolsa al lado de una alberca con patos- quieren Vera, pero no Urrácal; quieren playa y estrellas, pero no quieren olor a establo. Puro postureo, como el de la novela Los Asquerosos, de Santiago Lorenzo. No se sabe por qué, pero es ponerse un almeriense a hablar de un pueblo del Andarax, de Los Filabres o de Nacimiento y brillarle los ojos de deseo. Pero después los números van por otro lado: en los pueblos de interior de Almería no vive nadie. Es todo como un espejismo islámico.
El único cariño que tenemos por esos pueblos de interior, que se desangran desde hace décadas, es ir a comer migas a Enix o unas patatas donde Enriqueta, en Huebro, o hacer un senderismo a la Tetica de Bacares. Domingueo del bueno. Pero nada más.
Acaba de salir una estadística del INE que certifica que el 75 % de los almerienses vive en la costa. Y lo que es más grave para el reto estéril de fijar población: desde 1996, la provincia ha ganado 231.000 habitantes, una de las provincias con mayor porcentaje de crecimiento poblacional por la inmigración.
Pero esa población adquirida, en un 80% se ha ido a vivir a la playa. El interior almeriense se encuentra cada vez más despojado de vida y sin vida no hay esperanza: más de 50 municipios no alcanzan los 1.000 habitantes. A pesar del trabajo hercúleo de Javier Aureliano García, de su afán por hacer que Líjar o Benitagla no mueran, que no fenezca su memoria, la cruda realidad es que la tendencia es imparable. Nadie quiere Tahal o Chercos o Beires un lunes. Allí quedan solo cuatro ancianos y algún despistado.
La gente quiere Roquetas, Aguadulce, Almerimar, Adra, Garrucha. Almócita tiene 176 habitantes -en cualquier edificio de la Térmica vive más gente- y su alcalde no para de hacer juegos malabares con los candiles para que vaya gente allí; el gobierno se gastó cinco millones en banda ancha en pueblos deshabitados de la provincia, pero ni por esas. La desaparición de la uva los empezó a matar -en 1900 el 60% de almerienses vivía en el interior- y el bikini los remató y ya no hay tiendas, ni bares, ni cajeros. Quién va a querer vivir en Rágol, pudiendo hacerlo en la Urba.
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