La vecina de Los Gallardos María Dolores Rodríguez Ros (1877-1970) fue una de las pioneras en el apoyo al fútbol en el Levante almeriense, como fue Emelina Soriano en el Almería. El
Mundial de fútbol femenino logrado en 2023 por las jugadoras españolas culmina
la labor de miles de mujeres a las que les rapaban el pelo o se hacían chistes
cuando la Igualdad estaba años luz durante buena parte de la dictadura del
siglo pasado. Son la esencia que representa lo auténtico de no abandonar los
valores por su pueblo.
María Rodríguez Ros / Martín Ruiz |
Rodríguez Ros fue pionera en el campo de fútbol más antiguo de Los Gallardos, La Estación, situado en La Loma, frente a los sifones de Miguel Sánchez, entre la finca de los Chicharrotes y el actual taller de Los Ramos. Diego Haro Carretero (Los Gallardos, 1948) recuerda la expresión de su padre: “El nombre de La Estación se debe a que en esa zona estaba el intercambiador del ferrocarril minero de Bédar-Garrucha que atravesaba el término municipal de Los Gallardos y la carretera N-340 a través del puente aéreo construido en la barriada de La Perulaca".
Una las mujeres pioneras en acudir a ese campo fue María Dolores Rodríguez Ros, conocida popularmente por María de Juan Diego, abuela del carpintero Martín Ruiz Navarro (Los Gallardos, 1951), quien se crio con ella en la calle San Joaquín. Francisco Castro Crespo (Los Gallardos, 1943) recuerda que su padre José, el fragüero, lo llevaba en bicicleta, al igual que Juanita Torres recuerdan muy tímidamente la existencia de ese campo. Escuchaban los comentarios de los mayores sobre la afición de Ros a la que este periodista y los nacidos después de la mitad del siglo pasado, a finales de los años 60, observábamos la novedad de verla comandando a un grupo de mujeres con su clásico pañuelo a la cabeza.
Siguieron la senda de esa mujer de ojos
azules su cuñada Francisca Navarro Haro, nacida en 1891, y la hija de esta, Antonia Rodríguez Navarro (Los Gallardos, 1916-2003), la carnicera, casada con
Sebastián Ramírez Ruiz. Con esta familia tuve un trato directo.
Cada fin de semana mi madre me enviaba a comprar su rica y única morcilla
o su pierna de cordero para el guisillo del domingo. Su recuerdo permanece en
la rutina y aquella habilidad que tenía con el hacha para trocear pollos. Su
hija, Paquita Ramírez Rodríguez, mujer atenta, recuerda la pasión por
el fútbol que ponían su abuela y su madre. Otra mujer
pionera en acudir a los diferentes campos de fútbol para apoyar a Los
Gallardos fue Teresa Ramos García, gran seguidora gallardera, abuela del
conductor de camiones-hormigonera Francisco Román Gallardo.
Retomando el campo de la Estación,
los datos de las personas casi centenarias indican que se jugó hasta
1951. En 2023, el terreno está ocupado por una balsa de riego,
propiedad de Antonio Navarro López. Ahí fue asidua Rodríguez Ros, a finales de
los 60, con María Belmonte para animar a sus nietos Juan Gómez Navarro (Los
Gallardos, 1920-1998), padre de tres excelentes futbolistas como Cristóbal,
Pedro y Juan Diego; Esteban Belmonte, padre de Francisco, conocido popularmente
por El Niño, emigrante en Olesa de Montserrat y que fue un excelente portero de
Los Gallardos; Diego Belmonte, panadero en El Marchal de Lubrín y padre de
Francisco, que desarrolló su carrera profesional como militar, y Juan Diego
Belmonte Navarro (Los Gallardos, 1921-1985), padre de Francisco Belmonte Simón
(Los Gallardos, 1955), actual Juez de Paz, prestigioso actor de teatro, notable
futbolista en mi equipo de la década de los 70 y que fuimos goleadores en la
inauguración del campo de fútbol de Bédar, terreno en la actualidad destinado a
espacio cultural.
María Rodríguez tenía un don especial. Ante la ausencia de médico durante algunos periodos, acudían familias con niños para que les curara el “mal de ojo”. Esa creencia popular, supersticiosa, era combatida en Mojácar con la figura del Indalo protector. En 1805, en el viaje del botánico valenciano Simón de Rojas desde Carboneras a Garrucha, ve como un burro llevaba un cuerno de ciervo atado al cuello para librarlo del mal de ojo.
En definitiva, una
gallardera ejemplar que sin saberlo fue pionera de muchas cosas. “Martín, coge
de la cornisa de la cocina unos papelicos que envuelven pelos cortados de la
cabeza a niños y entonces le rezaba a esos pelos y los chiquillos se
espabilaban de momento, no es broma”, afirma Martín, “venían niños con los ojos
cerraícos y se espabilaban cuando les ponía su dedo gordo en la frente haciendo
crucecillas y a la vez rezando con unas oraciones concretas".
María Dolores Rodríguez Ros trabajó, junto a su familia a principios de siglo pasado, en una finca agrícola y ganadera, propiedad de monárquicos relacionados con el Rey Alfonso XIII que huyó de España cuando fue proclamada la II República, el 14 de abril de 1931. En la foto que acompaña a este trabajo, María Dolores Rodríguez aparece ante un vehículo de matrícula francesa, propiedad de su nieto Juan Diego Navarro que, junto a otros familiares, emigraron a Nimes. A su espalda, en la foto está Isabel Martínez Agüero, madre del defensa Antonio Alarcón y también se ve a la mojaquera Petronila Segura García, la madre de Emilio Mateos, guardia civil de tráfico, muy apreciado al igual que su añorado padre Wenceslao, natural de Zafarralla (Granada), una familia que dejó huella.
Todas esas mujeres y otras acudían en busca de María Dolores para recibir sus sabios consejos. Su nieto Martín Ruiz rememora que era seguidora del Real Madrid, al igual que su primo el añorado Juan González: “Principalmente acudían a su cocina de leña, en la época que comenzaban las cocinas de gas que vendía tu tía Rosa Flores Simón. Los pimientos y asados con la cocina de leña tenían un sabor especial. Mi madre María Dolores Navarro siguió la estela de su madre y fue una de las que aguantó con su cocina de leña hasta que la realidad del butano se impuso. Era raro el día que no había vecinas asando pimientos en mi casa”. Enfrente de la vivienda de María Dolores se encuentra el solar de la Casa Cuartel Viejo y su patio central, en la actualidad aparcamiento de la calle San Joaquín. En ese cuartel, en los albores de la Guerra Civil, mi padre Andrés, el correo, antes de asentarse como cartero y comerciante en Los Gallardos, se desplazaba a lomos de un burro desde Bédar a Los Gallardos con su muestrario de telas, bisutería y mantas. Instalaba un día a la semana su punto de encuentro con las clientas de Los Gallardos. El resto de semana lo hacía a barriadas de Antas y Lubrín a lo largo de aquellos caminos polvorientos de piedras.
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