En la edición digital de La Voz de Almería de fecha 28/01/2024, ilustrando un artículo de Manuel León, El sueño
azucarero de Los Molinos, se incluye una foto de un supuesto grupo
de trabajadores del Ingenio de Monserrat, según se subtitula. La foto corresponde a la Azucarera de Adra a finales de los 50. El
ingenio de Monserrat dejó de funcionar como tal en 1904, teniendo después
alguno usos de infausto recuerdo.
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A la derecha, la foto aportada por Manuel León en La Voz de Almería. A la izquierda, otra perspectiva del momento, aportada por Francisco Navaro Imberlón. Ambas corresponden a la Azucarerra de Adra, no a la de Los Molinos |
No creo que el magnífico archivo de La Voz, ni ningún otro, asocie
esta imagen al ingenio de Monserrat. La cuadrilla de cortadores de caña la encabeza Manuel “el de
Frasquita”, muy conocido y apreciado por los abderitanos. Sin otro propósito que aclarar la confusión aporto otra fotografía
de la misma época y lugar.
El artículo de Manuel León
El sueño azucarero de Los Molinos
Un
alborozo colectivo embargó aquel día a la ciudad del sol; un
jubilo casi histriónico a los ojos de hoy día, que hizo que más de 6.000
almerienses, rezan las crónicas de la época, acudieran caminando o en carruajes
al periférico barrio de Los Molinos de Viento, junto al marjal de don Francisco
Barroeta, al acto de inauguración del Ingenio de Montserrat.
Allí se dieron cita industriales, comerciantes, banqueros,
magistrados, artesanos, damas con vestidos de seda protegidas por
aquellas sombrillas de la época y cientos de vegueros que iban a cultivar el cañadú para la
catalana Compañía Peninsular Azucarera.
Días antes, había desembarcado en el Muelle la voluminosa
maquinaria de vapor Watt de 350 toneladas y
todo estaba dispuesto para que Almería se subiera por fin al vagón del progreso
con diademas de humo coronando su cielo azul, con esa actividad fabril de
tinglados que tanto se envidiaba -y se sigue envidiando- en esta tierra de
menestrales.
El obispo José
María Orberá, mientras sonaban las campanas de todas las iglesias de
Almería, junto al gobernador Giménez Ramírez y el alcalde Agustín de Burgos,
arrojó el agua bendita, bajo la advocación de la Virgen de Montserrat, sobre el
motor del vestíbulo y los asistentes estallaron en gozo.
El ejecutivo de la compañía, señor
Vilaseca y el gerente de la nueva factoría Bover Muntadas, dieron orden de
descorchar el cava y los licores y sacar las bandejas de dulces y canapés esa
mañana de febrero de 1885. Almería, con el apoyo del capital catalán, iniciaba
así el sueño industrial queriendo emular en la distancia a esa gran
burguesía barcelonesa ejemplificada en los Ríus o los Marsans. Pocas
iniciativas -aún no había llegado el ferrocarril de Linares- habían levantado
hasta entonces tanta expectación en la ciudad. Tras los brindis, intervino el
industrial Braulio Moreno leyendo ripios de Francisco Roda Spencer y de Manuel
Albacete.
Subieron también a la tarima a expresar su júbilo los
empresarios Levenfeld, Fausto Romero,
Fernández Delgado, Antonio Ledesma, José Litrán y el periodista Gutiérrez de
Tovar, que no pararon de dar las gracias a los amigos catalanes que
habían confiado en Almería para extender su industria azucarera.
Así estuvieron los invitados en una ceremonia que se alargó
hasta las cinco de la tarde y que finalizó enviando telegramas de
agradecimiento a la central de la compañía en Barcelona y a la prensa catalana.
Los problemas de desabastecimiento del azúcar que llegaba de
Cuba a la Península había hecho que las principales empresas azucareras
emprendieran la construcción de nuevos ingenios y Almería fue uno de ello, como
ya los tenía la vega de Adra desde muchos años atrás. El proyecto, sin embargo,
no tardó en encallar, porque la vega no se transformó en ese campo de caña como
creían los promotores y el
agua del Mamí y el alumbramiento de nuevos pozos no fue suficiente
para atender la labor.
Los hortelanos de miles de tahúllas de Los Partidores, El Bobar, el Jaúl o San Sebastián no
arrancaron sus hortalizas, sus patatas, su maíz para sembrar caña porque, a
pesar de las expectativas, no quisieron aventurarse en cultivos distintos a los
de sus antepasados.
El negocio fue recuperado en 1889 por la sociedad Cumella y
Compañía dirigida por Fernando Cumella y José Molina Sánchez, y participada por el Marqués de Cadimo, Felipe Bustos, Miguel Barbatín y Careaga
y Miguel Ruiz Soler con un capital de 1,1 millones de pesetas. Su
pretensión era hacer funcionar el Ingenio de Montserrat para fabricar azúcar de
remolacha, según las nuevas tendencias del periodo. Adquirieron maquinaria
suministrada por Fives-Lille y plantaron 2.400 tahúllas de esa especie, pero el
proyecto fracasó de nuevo.
No fue el último: la empresa Gómez
Sánchez y Caro adquirió las instalaciones en 1895 tratando de
engatusar a los agricultores, anticipándole la semilla y el abono al costo, con
la garantía de los banqueros almerienses Ulibarry
y Peydró, quienes avalaban a cada labrador la cosecha. Se plantaron cien
hectáreas, a las que se sumaron tierras de Fiñana,
Abla y Abrucena y se consiguió un apeadero de la nueva línea
férrea de Linares que facilitaba las labores de acopio.
Solo funcionó unos años con rentabilidad, con una producción
de tres millones de kilos en 1.900 como principal hito.
A partir de 1.904, la
Sociedad General Azucarera de España se hará cargo de la propiedad
del Ingenio de Montserrat, iniciando un proceso de concentración en trust que
hizo que se desmantelara la azucarera de Los Molinos, a pesar de su
moderna maquinaria que fue trasladada al Ingenio de San Torcuato de
Guadix donde la cosecha remolachera era más abundante. La escasez de materia
prima fue de nuevo la clave de su tercer fracaso.
La finca del Ingenio tenía una extensión de 13 hectáreas y contaba con
un señero edificio con depósitos para miel y azúcares, talleres de carpintería
y herrería, silos para pulpas para alimento de vacas lecheras, caldera de ácido
carbónico, cuadras, pajares y 21
viviendas para obreros.
Todo ese tinglado se convirtió en una
triste prisión durante y después de la Guerra donde penaron y
pasaron un hambre atroz miles de almerienses de uno y otro bando, donde fueron
fusiladas más de 300 personas al amanecer.
Hoy solo queda, de todo aquel sufrimiento, de aquella mañana
de damas endomingadas y burbujas de champán,
la Puerta berroqueña, la Puerta del Ingenio, como un centinela de que nada
parecido vuelva a ocurrir jamás.