Cuando uno escribe un obituario lo último
que piensa es causar daño a la memoria del difunto, evitando centrarse en
alguna extravagancia. Un pedazo de la historia del fútbol, Zagallo y
Beckenbauer, se nos han ido en los últimos días. Los dos y Didier Deschamps son
los únicos que han ganado el Mundial como jugador y seleccionador. El hombre
que lo ganó casi todo como futbolista. “Franz Beckenbauer será recordado como
una figura luminosa con un aura irresistible”, resumió en el obituario de
despedida la revista alemana de deportes Kicker. En Alemania,
el coro de tristeza por la muerte del futbolista se concentró en las luces y
pasó de puntillas por las sombras, como recoge medios de ámbito nacional.
Beckenbauer fue vicepresidente de la Federación Alemana de Fútbol. Enncabezó la
exitosa candidatura alemana para albergar el Mundial del 2006. Diez años
después, surgió la sospecha de que el Mundial no se había logrado solo por su
carisma, sino vía pagos dudosos para influir en los votos de la FIFA, y se puso
en duda que Beckenbauer hubiera trabajado sin remuneración para la candidatura.
El mundo del deporte lo tendrá siempre presente como un grande, un mito. En el
derbi de Arabia con el Real Madrid, 5; Atlético de Madrid, 3, hubo un lunar
durante el minuto de silencio por la leyenda alemana. Redes sociales y
diferentes medios calificaron el hecho como “asqueroso”.
¿Respeta esta sociedad a sus muertos? El
obituario se presenta como el último tributo a la digna memoria del difunto.
Ningún periodista que cultive este género, por definición, tratará de ajustar
cuentas o reclamar venganzas al finado. Al menos el buen periodista. El
obituario no es un perfil biográfico retrospectivo, aunque contenga algunas
trazas. Se trata de un breve texto in memoriam sobre las consideraciones más
destacadas del finado, desde el respeto. Hace falta, como en todo en la vida,
aplicar el sentido común a la hora de escribir, y también de leer, una nota
necrológica. Últimamente, además, se pueden leer, además, anónimos comentarios
sobre personas finadas, más o menos famosas, que no sólo vulneran el sentido
común sino la mínima docencia, humanidad y respeto hacia los muertos. Una
sociedad enferma es la que no los respeta-
Los manuales de estilo de diferentes
medios coinciden en señalar que los obituarios son de las secciones más leídas
en la prensa anglosajona y especialmente en el New York Times. El obituario no
es una pieza literaria. Los datos imprescindibles que debe contener incluyen,
según El Mundo: “Nombre, la edad, la profesión (o circunstancia que motiva el
interés por esta persona y la localidad en que residía el fallecido; el lugar,
el día y la causa de la muerte. Esto último puede en ciertos casos (algunas
enfermedades) estar sujeto a la solicitud de discreción por parte de la
familia, aunque la norma general debe ser la de incluir esa causa, ya que el
periodista está al servicio del público lector en general. Desde Almería
procuramos servir a lo local, sin perder de vista que estamos en una sociedad
hiperconectada que requiere de veracidad. Las normas de este periódico marcan
el camino de la responsabilidad y nos obligan a no caer en facilitar datos
falsos, ni extravagancias.
En decenas de obituarios, he procurado que
el titular marcara con tono respetuoso el resumen de una vida y si hay algún
aspecto negativo que no fuera directo porque a lo largo del tiempo he visto que
se han destrozado vidas con penas de telediario y que después de la muerte se
aprecia que fue intachable el comportamiento de los protagonistas del
obituario. Todo ello al margen de que los abogados sean mediadores del
ciudadano que como en la vida misma hay personas indeseables. Belén de Rosendo
ofrece en un amplio trabajo de investigación, pedagógico, cómo abordar la
caracterización de una persona presenta: “No es lo mismo hablar sobre una persona
que todavía vive, que puede defenderse, que de una persona fallecida. El
respeto que imponen la muerte y el difunto condicionarán de una u otra forma lo
que el periodista vaya a decir sobre esa persona. Al hablar sobre el muerto lo
más normal es que el periodista se imponga a sí mismo un especial deber de
respeto o deferencia. “Por otra parte, si en el pasado se tendría a emitir
mensajes ensalzadores que no salían del encomio, parece que hoy en día impera
un mayor realismo por el cual se acepta que una persona, a pesar de su
prestigio, siempre tiene algún punto débil”, aspectos que se desprenden en la
tesis doctoral La necrológica, un género periodístico vivo: la muerte como
noticia a través de los diarios El País y el Mundo” de Eduardo Pardo
González-Nandín, dirigido por el entrañable y añorado catedrático Antonio López
Hidalgo.
Los medios estadounidenses nos han abierto
pista para mejorar. Han ofrecido a lo largo de la historia apuestas por la
investigación y el rigor. El tratamiento del ataque a América de 2001 y a las
víctimas del 11-S fue un precedente para lo que ocurrió en España el 11 de
marzo de 2004, cuando el 11-M con 191 muertos, el mayor atentado terrorista
sufrido por nuestro país por el ataque islamista contra trenes de cercanías.
“No limitar la información a una lista de nombres, con algún dato más como la
nacionalidad o la edad, sino contar sus historias y dotarlas ante el lector de
rostro y personalidad. En los distintos enfoques del suceso los diarios
incluyeron en las páginas de información distintas secciones sobre el atentado,
como los hechos, la investigación, las consecuencias, etc. Fue un despliegue
importante y un gran esfuerzo para todos los medios, dada la conmoción que el
suceso ocasionó en la opinión pública”.
Todos hemos cometido errores, no tantos como los de toxicidad de algunas plataformas. El catedrático de Derecho civil de la Universidad de Salamanca, Mariano Alonso Pérez, nos recuerda a los periodistas la sentencia del Tribunal Constitucional (TC) a propósito del caso del diestro Francisco Rivera, Paquirri, cuyas escenas finales debatiéndose entre la vida y la muerte en la enfermería de la plaza de toros, se grabaron y comercializaron con aparente violación de los derechos a la intimidad y a la imagen. El TC entendió que, una vez fallecida la persona, no cabe recurso de amparo para proteger derechos que han desaparecido al extinguirse la personalidad, pero sí cabe una violación del derecho a la intimidad personal y familiar de la viuda del torero fallecido. Otra sentencia, de 1996, se refirió a los padres de una joven fallecida junto a una carretera demandaron a una cadena nacional por difundir la noticia de que, tras examinar el cadáver, es posible que la muerte se debiese al consumo de sustancias estimulantes. En resumen, los obituarios no deben caer en la tentación de las acusaciones que pueden romper el trabajo y la memoria de toda una vida. El curtido bibliólogo, ortotipógrafo y lexicógrafo, José Martínez de Sousa, autor de Manual de estilo de la lengua española, afirma que una de las características del obituario es enaltecer la fama o virtudes de un personaje.
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