El obituario y el respeto a toda una vida

Antonio Torres
Periodista

Cuando uno escribe un obituario lo último que piensa es causar daño a la memoria del difunto, evitando centrarse en alguna extravagancia. Un pedazo de la historia del fútbol, Zagallo y Beckenbauer, se nos han ido en los últimos días. Los dos y Didier Deschamps son los únicos que han ganado el Mundial como jugador y seleccionador. El hombre que lo ganó casi todo como futbolista. “Franz Beckenbauer será recordado como una figura luminosa con un aura irresistible”, resumió en el obituario de despedida la revista alemana de deportes Kicker. En Alemania, el coro de tristeza por la muerte del futbolista se concentró en las luces y pasó de puntillas por las sombras, como recoge medios de ámbito nacional. Beckenbauer fue vicepresidente de la Federación Alemana de Fútbol. Enncabezó la exitosa candidatura alemana para albergar el Mundial del 2006. Diez años después, surgió la sospecha de que el Mundial no se había logrado solo por su carisma, sino vía pagos dudosos para influir en los votos de la FIFA, y se puso en duda que Beckenbauer hubiera trabajado sin remuneración para la candidatura. El mundo del deporte lo tendrá siempre presente como un grande, un mito. En el derbi de Arabia con el Real Madrid, 5; Atlético de Madrid, 3, hubo un lunar durante el minuto de silencio por la leyenda alemana. Redes sociales y diferentes medios calificaron el hecho como “asqueroso”.

¿Respeta esta sociedad a sus muertos? El obituario se presenta como el último tributo a la digna memoria del difunto. Ningún periodista que cultive este género, por definición, tratará de ajustar cuentas o reclamar venganzas al finado. Al menos el buen periodista. El obituario no es un perfil biográfico retrospectivo, aunque contenga algunas trazas. Se trata de un breve texto in memoriam sobre las consideraciones más destacadas del finado, desde el respeto. Hace falta, como en todo en la vida, aplicar el sentido común a la hora de escribir, y también de leer, una nota necrológica. Últimamente, además, se pueden leer, además, anónimos comentarios sobre personas finadas, más o menos famosas, que no sólo vulneran el sentido común sino la mínima docencia, humanidad y respeto hacia los muertos. Una sociedad enferma es la que no los respeta-

Los manuales de estilo de diferentes medios coinciden en señalar que los obituarios son de las secciones más leídas en la prensa anglosajona y especialmente en el New York Times. El obituario no es una pieza literaria. Los datos imprescindibles que debe contener incluyen, según El Mundo: “Nombre, la edad, la profesión (o circunstancia que motiva el interés por esta persona y la localidad en que residía el fallecido; el lugar, el día y la causa de la muerte. Esto último puede en ciertos casos (algunas enfermedades) estar sujeto a la solicitud de discreción por parte de la familia, aunque la norma general debe ser la de incluir esa causa, ya que el periodista está al servicio del público lector en general. Desde Almería procuramos servir a lo local, sin perder de vista que estamos en una sociedad hiperconectada que requiere de veracidad. Las normas de este periódico marcan el camino de la responsabilidad y nos obligan a no caer en facilitar datos falsos, ni extravagancias.

En decenas de obituarios, he procurado que el titular marcara con tono respetuoso el resumen de una vida y si hay algún aspecto negativo que no fuera directo porque a lo largo del tiempo he visto que se han destrozado vidas con penas de telediario y que después de la muerte se aprecia que fue intachable el comportamiento de los protagonistas del obituario. Todo ello al margen de que los abogados sean mediadores del ciudadano que como en la vida misma hay personas indeseables. Belén de Rosendo ofrece en un amplio trabajo de investigación, pedagógico, cómo abordar la caracterización de una persona presenta: “No es lo mismo hablar sobre una persona que todavía vive, que puede defenderse, que de una persona fallecida. El respeto que imponen la muerte y el difunto condicionarán de una u otra forma lo que el periodista vaya a decir sobre esa persona. Al hablar sobre el muerto lo más normal es que el periodista se imponga a sí mismo un especial deber de respeto o deferencia. “Por otra parte, si en el pasado se tendría a emitir mensajes ensalzadores que no salían del encomio, parece que hoy en día impera un mayor realismo por el cual se acepta que una persona, a pesar de su prestigio, siempre tiene algún punto débil”, aspectos que se desprenden en la tesis doctoral La necrológica, un género periodístico vivo: la muerte como noticia a través de los diarios El País y el Mundo” de  Eduardo Pardo González-Nandín, dirigido por el entrañable y añorado catedrático Antonio López Hidalgo. 

Los medios estadounidenses nos han abierto pista para mejorar. Han ofrecido a lo largo de la historia apuestas por la investigación y el rigor. El tratamiento del ataque a América de 2001 y a las víctimas del 11-S fue un precedente para lo que ocurrió en España el 11 de marzo de 2004, cuando el 11-M con 191 muertos, el mayor atentado terrorista sufrido por nuestro país por el ataque islamista contra trenes de cercanías. “No limitar la información a una lista de nombres, con algún dato más como la nacionalidad o la edad, sino contar sus historias y dotarlas ante el lector de rostro y personalidad. En los distintos enfoques del suceso los diarios incluyeron en las páginas de información distintas secciones sobre el atentado, como los hechos, la investigación, las consecuencias, etc. Fue un despliegue importante y un gran esfuerzo para todos los medios, dada la conmoción que el suceso ocasionó en la opinión pública”.

Todos hemos cometido errores, no tantos como los de toxicidad de algunas plataformas. El catedrático de Derecho civil de la Universidad de Salamanca, Mariano Alonso Pérez, nos recuerda a los periodistas la sentencia del Tribunal Constitucional (TC) a propósito del caso del diestro Francisco Rivera, Paquirri, cuyas escenas finales debatiéndose entre la vida y la muerte en la enfermería de la plaza de toros, se grabaron y comercializaron con aparente violación de los derechos a la intimidad y a la imagen. El TC entendió que, una vez fallecida la persona, no cabe recurso de amparo para proteger derechos que han desaparecido al extinguirse la personalidad, pero sí cabe una violación del derecho a la intimidad personal y familiar de la viuda del torero fallecido. Otra sentencia, de 1996, se refirió a los padres de una joven fallecida junto a una carretera demandaron a una cadena nacional por difundir la noticia de que, tras examinar el cadáver, es posible que la muerte se debiese al consumo de sustancias estimulantes.  En resumen, los obituarios no deben caer en la tentación de las acusaciones que pueden romper el trabajo y la memoria de toda una vida. El curtido bibliólogo, ortotipógrafo y lexicógrafo, José Martínez de Sousa, autor de Manual de estilo de la lengua española, afirma que una de las características del obituario es enaltecer la fama o virtudes de un personaje.  

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