El escritor y doctor en Farmacia José González Núñez (Turre, 1955), conocido en su Turre natal por Pepe de Piedad, ha presentado en el Ateneo de Madrid su nuevo libro, Historia e historias de las tertulias de rebotica. Estuvo acompañado de un personaje de lujo, el siempre brillante Federico Mayor Zaragoza, exministro de Educación, exdirector de la Unesco y que, siendo rector de la Universidad de Granada, contribuyó a la implantación del Colegio Universitario de Almería en 1972.
Un momento de la presentación / Ana Amalia Orero |
González Torres comenzó su intervención agradeciendo a los asistentes su
presencia y a los miembros de la mesa su compañía y generoso apoyo,
significando su satisfacción por el hecho de presentar su obra en el mismo
“templo” en el que León Felipe un día de enero de 1920 leyó por primera vez su
primer libro: Versos y oraciones de un caminante. Luego, mostró su
gratitud a tres personas claves en la publicación de la obra: el artista de
Sorbas Pedro Soler Valero, autor de la portada y de las imágenes que ilustran
el interior del libro, a quien Pepe definió como “el último Leonardo”; el
profesor Javier Puerto, autor del prólogo, “en el que no faltan las virtudes de
su singular estilo literario, conciso y fluido a un tiempo, no exento de fina
retranca, puesto de manifiesto a lo largo de su ya amazónica obra”, y,
finalmente, José Miguel Colldefors, el amigo a quien el autor le pidió la
revisión del libro, cosa que llevó a cabo con la precisión de los buenos
cirujanos, la misma que caracteriza sus textos de crítica literaria. Los tres
responden fielmente al espíritu del libro, pues son conversadores de trago
largo y amena tertulia.
González explicó brevemente cómo surgió la idea del libro y como vio la luz en un parto de apenas cuatro meses de embarazo. El resultado es “un libro breve, en donde se combina la historia que fue con la que podría haber sido o, quizás, hubiera sido necesario que se produjese”. Se trata de un texto en donde se funde el ensayo histórico con el cuento fantástico, un ejercicio alquímico, en el que “he tratado encontrar la fabulins, el fermento de la fabulación, la enzima capaz de activar todos los resortes de la fantasía y la imaginación".
Pepe se limitó a
exponer, por una parte, alguno de los hallazgos que el azar proporciona a veces
de forma afortunada a quienes buscan algo con empeño y que no estaban en las
investigaciones precedentes acerca del tema, y, por otra, hizo referencia con
una buena dosis de humor a las dos tertulias que tenían lugar en Torre Cadima,
el imaginario pueblo de sus ancestros: la de la botica Caparrosa y la “juntera
para el palojeo” en la puerta de la barbería del maestro Diego, quien, a su habilidad como alfajeme, unía las de
sangrador, sacamuelas y trovador. Acabó su intervención diciendo que
“el libro no tiene más propósito que el de entretener al lector, proporcionándole
un rato agradable de lectura y dándole la oportunidad de sentirse contertulio
en cualquiera de las tertulias de rebotica reales o imaginarias contenidas en
el mismo”.
El autor y su obra / ConSalud.es |
José Miguel Colldefors, el encargado de
diseccionar la obra, subrayó que el turrero ha elegido para este nuevo viaje
literario “un camino de medida erudición y fantasía”. La
primera parte de la obra es una especie de ensayo histórico y literario,
enriquecido por “algunas píldoras de elaboración propia”. En la segunda, “acaso
la parte más personal”, el autor se adentra “en los espejos nocturnos de los
sueños. Colldefors apuntó que, como señala en el prólogo del libro el
historiador y escritor Javier Puerto, catedrático emérito de la Universidad
Complutense, Pepe González pertenece a esos otros farmacéuticos que
encontraron en su vocación paralela un pasatiempo, también un refugio, y es
que, como escribió Luis Landero, siempre late “la sospecha de que cada cual es
lo que es, pero también aquello que pudo o quiso ser y acaso en verdad es en lo
más profundo de sus convicciones y deseos”.
El autor atribuye a las tertulias de rebotica “un lugar relevante no solo en la historia de la farmacia española, sino también en la propia historia de España”. Coincide con Javier Puerto en que las tertulias pueden ser “la forma popular de las academias”. Recuerda que Unamuno pensaba que “la verdadera universidad popular española ha sido el café y la plaza pública” y comparte con Raúl Guerra su definición de “encuentro social con vocación de ingenio literario y conspiración política”. Sin embargo, este capítulo es mucho más que una breve historia convencional de un fenómeno curioso o un “bosquejo histórico-literario”.
El autor nos habla, con sutileza y
precisión, como si nos tuviera cerca, a menudo con un toque ligero de ironía
(también con algo de nostalgia por lo que se ha perdido) que, en esos pequeños
templos de libertad, transcurría parte de esa vida privada de las naciones a la
que se refería Balzac y, al mismo tiempo eran espacio para el eco de los
acontecimientos históricos, políticos, sociales, científicos y culturales que
las impulsaron, condicionaron o degradaron.
El autor fantasea con su posible asistencia a distintas tertulias y a la que él habría asistido gracias a la invisibilidad proporcionada por una infusión de mejorana enriquecida con unas gotas de leche de sirena del Cabo de Gata, remedio infalible para conseguirla.
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