El Partido Popular ha cruzado la frontera que le separaba de Vox y
ya se ha situado en el mismo rincón extremo que los de Abascal, en ese lugar
donde no crece la hierba. Ahí ha llevado Feijóo a los suyos en una deriva que
comienza por no reconocer los resultados electorales y que ha terminado por
convertir la política en un lodazal.
El Partido Popular ha normalizado
el insulto, cocinado desde la Comunidad de Madrid por su presidenta y otros
altos cargos que lo sirven para el resto del país, y ha hecho bandera de la
deslegitimación constante de todas las instituciones que no defienden sus
intereses políticos. El resultado de todo esto es un gravísimo deterioro de la
calidad democrática que no tiene precedentes en la historia reciente de nuestro
país.
Pero no conforme con todo esto,
el partido de Feijóo y Moreno Bonilla ha dado esta última semana tres pasos al
frente en su estrategia de mimetizarse con la extrema derecha. Ha hecho suyo un
discurso xenófobo -que hasta ahora solo le habíamos escuchado a Vox- que
criminaliza la inmigración, ha cargado contra los estudiantes que se
manifiestan para detener la masacre de civiles en Palestina, acusándolos de ponerse
del lado de Hamás, y ha defendido las leyes antimemoria que ha pactado con Vox,
que son en sí mismas un atentado contra la democracia y la dignidad de las
víctimas.
Si Feijóo y Abascal se ponen de
acuerdo sobre lo mismo, defienden lo mismo y dicen lo mismo, es que ya son lo
mismo. No hay nada que diferencie a estas alturas a los dos partidos, que
juegan en un mismo campo enfangando en el que es más fácil que te den una
patada que marcar un gol. Esa España, por mucho que se empeñen, no es ni mucho
menos la real, la que se ve y en la que se mira Europa.
Esta semana hemos conocido que en
2023 fuimos el segundo país de la OCDE en donde más creció la renta per cápita
de los hogares, lo que nos permite poner distancia –mucha distancia- con las
políticas austericidas del Partido Popular. Sin embargo, siendo lo anterior
relevante, la mejor noticia ha sido que nuestro país ha superado la barrera de
los 21 millones de afiliados –más de 332.000 en Almería- con un empleo de más
calidad y que beneficia especialmente a jóvenes y mujeres. Además, tenemos el
dato más bajo de paro desde 2008 y nunca antes ha habido tantos contratos
indefinidos.
De estas cosas son de las que el Partido Popular no quiere hablar, evidentemente. Está claro que su guerra es otra, la que está librando en el rincón más extremo para intentar quedarse con el botín político más extremo.
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