Apreciada Marta: Deseo que a la llegada de ésta te encuentres bien. Yo, bien, G. a D. Te escribo esta misiva a propósito de tus dos intervenciones en el programa Ni que fuéramos Shhh. Antes de nada, recibe mi felicitación por haber conseguido un trabajo como reportera, tal como demandabas con frecuencia en las redes sociales, en el Canal Quickie. Te gusta tu profesión y es justo y lícito que la ejerzas.
Marta Riesco y María Patiño, ayer, en Canal Quickie |
Tus dos intervenciones en Ni que fuéramos Shhh dan para escribir
varios artículos. Sobre la primera de ellas, en La Opinión de Almería ya se ha pronunciado un compañero, Emilio Ruiz, creo que
acertadamente. Sobre la segunda, fue tan lamentable el espectáculo ofrecido, no
solo por ti, sino por todos, que me da vergüenza escribir una sola línea.
Solamente puedo decir que, quien tenga curiosidad por ver lo que pasó, que vaya
a Youtube y que lo vea con sus propios ojos. Ninguno de los intervinientes en
el programa alcanzó el nivel mínimamente exigible. Así que, sobre este tema, ya
está, ni una palabra más. Mutis por el foro.
¿Entonces, para qué te escribo?, te preguntarás. Además de felicitarse por tu nuevo trabajo, como ya he hecho, te escribo por
dos asuntillos que creo que debes tener en consideración. Ambos tratan sobre
cómo nuestra imaginación puede crear una presunta realidad que presenta aspecto
de ser verídica, pero que, cuando menos, hay que ponerla en duda, sobre todo si
no somos testigos directos del hecho.
El primer caso es el de la
denuncia interpuesta por Antonio David Flores contra María Patiño, sobre el
asunto de los carteles, de la que tú informaste en tu programa de Telecinco. Estoy segura de que ya habrás llegado a la
conclusión de que tu información -por llamarle de alguna manera- fue poco profesional. No viste pegados los
carteles, ni sabes si existieron y, para colmo, tu novio te utilizó, con tu aprobación, como correa
de transmisión de algo que iba cogido por los pelos. Haciendo caso a la
deontología periodística, esa “información” nunca deberías haberla ofrecida tú,
por el vínculo que os unía, sino ponerla a disposición de otra compañera que
tratara el asunto con mayor objetividad. Seguramente ningún profesional se hubiera prestado a hacer ese trabajo sucio.
Pero no es de este episodio del asunto de los carteles del que yo quería hablarte, sino de la llamada que te hicieron los abogados de María. Te llamaron, te manifestaron su deseo de hablar contigo y tú viste conveniente no continuar con la comunicación. Hasta aquí, todo perfecto. Es tu derecho. ¿Cuándo llega el problema? Cuando tú escenificas lo que hubiera ocurrido en la conversación si no la hubieras interrumpida abruptamente. Acudes a las redes sociales y, sin escrúpulo alguno, transmites a tus seguidores el propósito de la conversación que no admitiste. Das por hecho que te iban a solicitar que acudieras como testigo falso al juicio de María y que retorcieras la realidad hasta asumir el papel de protagonista de un delito de perjurio, castigado severamente en el Código Penal. Una periodista, Marta, y tú lo eres, como recuerdas frecuentemente, incluso con alguna matrícula de honor, nunca debe confundir una fantasía con una realidad. Y tú sueles caer con frecuencia en ese vicio. En el caso concreto éste, volviste a caer. ¿Te ha servido de aprendizaje? Por cierto, tras recibir esa llamada, rápidamente la pusiste en conocimiento de los abogados de Antonio David. ¿Con qué propósito? ¿Con el de recuperar su amor? Válgame Dios, Marta, qué infantiloides nos volvemos a veces las personas.
El otro asunto es del mismo
cariz. Es el del dichoso as. Queda descartado ya, por fin, algo por ti reiterado: que te llamó
Rocío Carrasco. Marta, simulaste hasta su tono de voz, incluso expresaste su forma de hablar. Vale, esto, descartado,
como digo. Según dices ahora, te llamó Luis Pliego –o le llamaste tú, que para
el caso es igual-, y aseguras que al lado estaba Rocío, porque la oíste pronunciar
unas palabras ininteligibles. No pasa por tu imaginación la posibilidad de que esas palabras
ininteligibles fueran de otra persona, o incluso de la propia Rocío, que podía
aprovechar la ausencia de Luis de la mesa para ir al baño, por ejemplo. No, para ti, era una
conversación que mantenían Luis y Rocío, al unísono, contigo. Una conversación a tres. Ni una sola duda. Otra
vez recreando una escena imaginaria de la que no fuiste testigo y dejándote llevar
por el único veredicto de la intuición. ¿No comprendes que no se puede ir por
la vida con esa capacidad de inventiva? ¿No te das cuenta, Marta, que las personas normales, y menos los periodistas, no funcionan de esa manera?
Vayamos de nuevo al as. Muestras ahora como prueba irrefutable de tu verdad un mensaje que te mandó Luis Pliego hablándote sobre un concierto en Sevilla que se iba a hacer en homenaje a Rocío Jurado. Conclusión de tu imaginación: Rocío Carrasco me está ofreciendo, a través de Luis, actuar en el concierto de homenaje a su madre. ¿Tampoco te pasó por la cabeza que, con ese mensaje, tal vez Luis Pliego estaba abusando de tu presunta ingenuidad? ¿De verdad crees que Rocío Carrasco o cualquier persona con dos dedos de luces te iba a ofrecer semejante despropósito? Marta, no eres tonta, eres lista, pero a veces da la impresión de que te haces la tonta para darle carácter de verosimilitud a tus fantasías. Y eso no es propio ni de un periodista ni de, simplemente, una persona adulta, permíteme que te lo diga. El periodismo serio se realiza con hechos contrastados y los rumores, suposiciones y fantasías hay que dejarlos para escribir un libro de ficción.
Recibe un abrazo de quien desea que, en lo sucesivo, consideres tu amiga: Alba Haro.
Postdata: Dale, de mi parte, un afectuoso abrazo a tu madre. Estuvo -y me cayó- genial en el programa. Los humanos seríamos un poco mejores si nos dejáramos conducir por la sapiencia de nuestros padres.
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