El 8 de marzo nació como una
reivindicación de las trabajadoras y obreras que luchaban contra la explotación
laboral, las jornadas interminables y la desigualdad salarial. Desde las
huelgas textiles en Nueva York hasta las manifestaciones por "Pan y
Rosas", este día simbolizaba la resistencia frente a un sistema
capitalista que relegaba a las mujeres a condiciones inhumanas. Era una lucha
colectiva, profundamente ligada a los derechos laborales y sociales.
Sin embargo, hoy en día, esta fecha ha
tomado matices diferentes. En muchos casos, se celebra como un día para
felicitar a las mujeres por el simple hecho de serlo, sin profundizar en las
desigualdades estructurales que persisten. Esto es precisamente lo que critican
algunas mujeres, como Laura Ciancaglini, psicóloga clínica y psicoanalista, al
afirmar que las mujeres no necesitamos
un día que nos aplaudan por el simple hecho de serlo. En lugar de
felicitaciones vacías, aboga por abandonar el individualismo y resistir las
injusticias sociales que afectan tanto a mujeres como a hombres.
Otro punto crítico es la inclusión
indiscriminada de todas las mujeres en la misma lucha, sin distinguir entre
aquellas que son víctimas del sistema y aquellas que se benefician de él. ¿Cómo
pueden ser aliadas figuras como Ana Patricia Botín o Marta Ortega (hija de
Amancio Ortega), quienes representan sectores empresariales que perpetúan la
explotación global, con mujeres jornaleras racializadas en la fresa de Huelva,
en los invernaderos de Almería o en los talleres textiles de Bangladesh? Esta
contradicción pone de manifiesto cómo el capitalismo ha absorbido ciertas
narrativas feministas para promover un "capitalismo morado" o
purplewashing, donde se utiliza la imagen del feminismo para ocultar dinámicas
opresivas.
La reflexión crítica aquí es clara: no
todas las mujeres comparten los mismos intereses ni enfrentan las mismas luchas.
Mientras unas luchan por sobrevivir en condiciones precarias, otras acumulan
poder y riqueza en un sistema que perpetúa esas mismas desigualdades.
Laura Ciancaglini también destaca otro
aspecto fundamental: la importancia de no separar a hombres y mujeres en
"bandos opuestos". Según su reflexión, nos separamos de los varones en un frente que debiera ser conjunto.
Esto plantea la necesidad de construir alianzas entre hombres y mujeres para
combatir las injusticias sociales desde una perspectiva colectiva. La división
entre géneros puede ser contraproducente si se busca transformar un sistema que
afecta a toda la humanidad.
Además, su mensaje llama a resistir el gangsterismo ideológico de una minoría que aliena y domina a través de narrativas divisorias. Esto podría interpretarse como una crítica al uso político e ideológico del feminismo para generar conflictos masivos en lugar de buscar soluciones reales.
En conclusión, debemos repensar el
significado del 8M. Este día debería ser un espacio para denunciar las
desigualdades reales y luchar por los derechos de las mujeres más vulnerables,
sin caer en narrativas superficiales ni alianzas contradictorias. Además, es
esencial recuperar el espíritu colectivo e inclusivo que caracterizó sus
orígenes: una lucha conjunta contra el capitalismo y la explotación laboral.
Como bien señala Laura: ¡Vivan las mujeres y hombres justos, sensibles y preocupados por el futuro inmediato y la supervivencia de la humanidad! Porque solo desde la unión podremos construir un mundo más justo para todos.
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