La decisión de la editorial Anagrama de
cancelar definitivamente la publicación de El Odio, de Luisgé Martín, en el que
se da voz
a José Bretón, el parricida de Córdoba que asesinó a sus dos hijos, no cierra
la polémica de las últimas semanas en torno a este caso.Términos
como censura o prohibición,
resuenan con fuerza en platós y estudios de radio, mientras otros alegan
coacción social o responsabilidad editorial. La cuestión sobre la decisión de
la no publicación del libro abre una serie de planteamientos éticos que divide a
la opinión pública.
El true
crime es un fenómeno
de consumo y así lo refleja el incontable número de libros de la temática que
muestran los estantes preferentes de librerías y grandes catálogos como Amazon.
Podcasts y series de ficción también se han sumado a la moda del crimen. Un
producto que genera pingües beneficios económicos a editoriales, productoras y
creadores de contenido, pero que, en algunos casos, nos plantea una serie de
dilemas éticos.
Por un lado, la colisión entre derechos
fundamentales. Entran en conflicto la libertad de expresión y de creación del
autor y los derechos al honor, la intimidad y la propia imagen de la víctima. Por otra parte, aunque se ha hablado
menos de ello, voces desde el mundo de la criminología reclaman la utilidad del
libro. Estudiosos de esta ciencia reivindican el true
crimen como fuente
de análisis para acercase al perfil del criminal y entender su comportamiento.
La resolución al primer planteamiento,
colisión de derechos, queda en manos de los tribunales. Distintas sentencias del
Tribunal Constitucional fundamentan entre el equilibrio del derecho a la
libertad de expresión, el derecho al honor y el derecho a la intimidad y la
propia imagen. Estas sentencias exponen que el derecho a la libertad de
expresión no se antepone en todos los casos a otros derechos fundamentales.
"El criminólogo o estudiante de Criminología debería plantearse si, quizá, la versión del crimen narrado en un libro en primera persona por el asesino alienta un discurso que ensalza al agresor y silencia a la víctima"
En cuanto a la segunda cuestión, el
criminólogo o estudiante de Criminología debería plantearse si, quizá, la
versión del crimen narrado en un libro en primera persona por el asesino alienta
un discurso que ensalza al agresor y silencia a la víctima. Porque cuando el
crimen se transforma en relato personal, ya no se puede hablar de neutralidad,
incluso puede ser un instrumento para ejercer violencia contra su víctima.
Recordemos que el crimen de Bretón es es un caso de violencia vicaria llevada a
su nivel más extremo, el asesinato de los niños para dañar a la madre y matarla
simbólicamente en vida.
Esa necesidad de estudio que reclaman estos
criminólogos, a través de estos éxitos editoriales, no está del todo bien justificada.
Pongamos, por ejemplo, a estudiantes de medicina. Realizan autopsias para
completar su aprendizaje, pero no lo hacen en una plaza pública repleta de una
audiencia morbosa, ni ante los familiares del fallecido que aún viven el trauma
o el duelo por la pérdida de su ser querido. El libro de true crime es esa plaza pública en la que se lleva
a cabo la disección y a la que se asoman curiosos para indagar o disfrutar. No
hay que olvidar que contar un crimen es un acto político, y olvidar a la víctima
en el relato es revictimizarla y perpetuar su silencio.
En el caso de El Odio, el autor llegó a justificar que no contactó con la víctima, la madre de los dos niños asesinados, para no distraerse de su objetivo, el asesino, y no mortificarla. De esta declaración se desprende que la víctima queda silenciada y en segundo plano.
En 2013, el criminólogo Vicente Garrido publicó un libro sobre José Bretón titulado El Secreto de Bretón ¿Por qué en aquel momento no generó tanta controversia? La respuesta es simple: ha pasado más de una década y la sociedad es ahora más intolerante con la violencia machista y en el vocabulario popular ya se manejan términos como violencia vicaria. Además, ¿se da voz al asesino en el libro de Garrido o simplemente se refleja su perfil a partir de los datos del juicio y el sumario? Este libro se publica el mismo año en el que se celebra el juicio. Sin duda, hay obras en las que se narran los crímenes con hechos objetivos y en los que la figura del victimario no se ensalza hasta convertirlo en el héroe del relato.
Con todo esto, nos preguntamos si es legítimo convertir el sufrimiento de una víctima en mercancía comercial. Anteponer el derecho de Ruth Ortíz y sus hijos a intereses editoriales, al estudio de una rama de la ciencia y a las preferencias temáticas del lector, ¿es cuestión de libertad de expresión o por contra de ética y responsabilidad?
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